lunes, noviembre 03, 2008

La literatura fantástica nos hace ser menos arrogantes, nos obliga a entendernos mejor
Entrevista con Alberto Chimal


Alberto Chimal es un escritor generoso. ¿A qué me refiero con lo anterior? A que Chimal gusta de estar en contacto con el público. En los talleres que imparte (sin ser paternalista) suele encontrar las palabras adecuadas para alentar a quienes están empezando a escribir. Además, se trata de un escritor y un divulgador de la cultura que se muestra siempre dispuesto a compartir su gusto por la literatura y sus conocimientos.

Chimal es el autor, entre otros libros, de Vecinos de la Tierra, El rey bajo el árbol florido, El ejército de la Luna, Grey y Gente del mundo. Ha obtenido varios premios, entre ellos el Kalpa (1999) por Se ha perdido una niña.

Actualmente, en la Biblioteca de México “José Vasconcelos”, imparte el taller de literatura de terror “Miedo por escrito”. Platicamos con él acerca del momento en el que decidió dedicarse a la literatura, del taller, de la ciencia ficción mexicana y de los proyectos en los que se encuentra trabajando.


Como muchos niños, seguramente tuviste que leer por obligación para la escuela, pero ¿en qué momento dejas de hacerlo por obligación y descubres que la lectura te agrada, te divierte y que quieres leer por gusto?

Yo tuve mucha suerte porque empecé a leer por gusto antes de leer por obligación. En la casa de mi mamá empecé a leer desde muy pequeño, desde los cuatro años. Hasta después fue que me recetaron las cosas por obligación. Lo que más huella me dejó de aquella época, a parte de algunos libros de cuentos con las películas de Walt Disney, fue un libro -que todavía conservo en casa de mi mamá- que era una colección de mitos y leyendas –de los que venían en fascículos y luego los encuadernabas-, muy bonito porque estaba encuadernado en tela, y era muy gordo, muy pesado, entonces para un chavito de cuatro años era una cosa pesadísima, enorme. Y ahí había un montón de historias: había historias japonesas, había cuentos rusos, medievales... y me fascinaron.


¿En qué momento te dices a ti mismo “No sólo quiero leer, también quiero escribir”?

En parte tuvo que ver el hecho de que me gustaba mucho leer cómics, historietas; entonces lo primero que hice fue dibujar. Cuando se me terminaron los libros que había en la casa, y antes de que fuera posible conseguirse más, dije “me hago los míos”. Cuando tenía seis o siete años me encontré un libro del escritor de ciencia ficción Isaac Asimov, un libro que parcialmente es autobiográfico y que habla de cuando él empezó a escribir y a publicar, gracias a ese libro me enteré que existían los escritores, y dije “¡ah, qué padre!”


Esos cómics que hacías ¿de qué trataban?

De superhéroes, de lo que había. En esa época existía Editorial Novaro, entonces eran bastante accesibles Superman, Batman, el pájaro loco. No sé si para bien o para mal, yo nunca aprendí a sostener bien el lápiz, entonces era muy cansado dibujar y me salían puras cosas horribles; así que lo dejé y me dediqué nada más a escribir.


¿Cuándo decides dedicarte a escribir de forma profesional?

En algunos momentos de la adolescencia tomé talleres, en Toluca –que es de donde vengo-. Poco después de haber salido de la prepa, la familia me persuadió a que buscara una carrera más productiva, “algo decente”. Sabían que yo tenía esta inquietud pero me decían “de eso no vas a vivir, consíguete una cosa que te de dinero y escribe cuando te jubiles.” Hice una carrera de ingeniería y no me fue mal, pero fue terrible cuando estuve viendo qué podía hacer con eso, no había algo muy interesante o que me fuera a satisfacer, tal vez sí en lo económico, pero de ninguna otra forma.


Entonces la carrera de ingeniería la hiciste persuadido por tu familia.

Sí. Y me gradué con mención honorífica, no me fue mal. Pero en 1994 mi mamá murió –estuvo enferma de cáncer- y poco después mandé todo al diablo. Seguramente tiene que ver con todos esos acontecimientos tremendos, pero lo cierto es que por esos tiempos decidí que no quería hacer eso con mi vida (dedicarme a la ingeniería), y que lo que yo deseaba hacer con mi vida era lo que ya se venía apuntando desde antes, desde mucho más chico: dedicarme a las historias, la literatura. Y lo dejé todo: dejé el trabajo que tenía, dejé la ciudad en la que vivía.


¿Ejerciste tu carrera?

Sí y no. Tuve chambas, pero nunca algo fijo. Estudié computación y el problema con la gente que estudia computación es que se vuelve obsoleta después de cierto tiempo. Cuando les cambian el chip o el sistema operativo ya no saben qué hacer. Entonces las posibilidades de trabajo no eran lo que se había prometido, no era hacer trabajo creativo o inventar cosas sino manejar cosas que ya habían sido hechas para aplicarlas a las cuestiones más aburridas. En aquella época vendían la computación como la carrera del futuro, como la robótica o la inteligencia artificial; y realmente todo se reducía a llenar inventarios en una hoja de excel o de algún otro sistema. Más razón para rechazarla. Vine aquí, estudié en la SOGEM, estuve también un rato en la UNAM –en el sistema abierto-, luego en el posgrado. Me dicen en la casa de mi familia que lo que hacía se veía como una especie de salto suicida: echarlo todo por la borda, incluyendo una carrera ya completa. Pero de haber seguido ahí, hubiera echado por la borda algo más importante, al menos como yo lo veo. Y sí ha sido muy complicado. Me vine hace casi 14 años y ha sido picar piedra.


¿Y ahora -que eres escritor, que has publicado y que tienes reconocimiento- qué te dice tu familia?

Están contentos. El principal reconocimiento –desde su punto de vista- es que he salido en la tele en varias ocasiones, en el Canal 34 (televisión mexiquense). Digamos que como ya salí en la televisión, entonces ya existo; estoy validado en ese sentido. Tengo un reconocimiento masivo y ya con eso están contentos, al menos tienen la idea de que estoy haciendo algo como para salir en la tele. Pero la mayor parte de mis familiares no ha leído lo que he escrito. Lo cual me entristece un poco, pero ni modo, es así.


No todos los escritores hacen una labor de difusión cultural, ¿cuándo comienzas a hacerla?

Me gusta hacer esa labor. Los primeros proyectos en los que estuve involucrado –que la revista, que el suplemento- y que hice estando todavía allá en Toluca, eran estimulantes; tanto por la posibilidad de descubrir como la de dar a conocer cosas. Eso siempre me ha gustado mucho, y es la recompensa que se puede tener en una actividad semejante, porque no hay dinero o reconocimiento de tu propia persona. Pero siempre he tenido esa avidez por encontrar cosas distintas, cosas nuevas. Y realmente creo que nada de lo que se hace en este campo acaba de tener sentido mientras no se da a conocer, mientras no haya quienes lean; y entonces de ahí viene ese propósito. Cosas como la enseñanza y los cursos vienen en principio por necesidad, como modo de vida; pero con el tiempo se vuelve muy satisfactoria la tarea en sí misma. Esto es un aprendizaje constante, si bien uno no puede decir que ya lo sabe todo, al menos tiene la base suficiente como para empezar a aprender cosas nuevas a partir de lo que está enseñando, y ese es un proceso gratificante. Con el tiempo he aprendido a no decir demasiadas tonterías.


Además del taller de literatura de terror que estás impartiendo en este momento, anteriormente, en este mismo lugar, habías impartido otro sobre Julio Verne. ¿Cómo nacen estos talleres?

Ha habido más talleres, el año pasado di uno de literatura fantástica, y por ahí hubo algún otro. Surgen por interés de la biblioteca, que quiere organizar estas actividades como parte de sus programas de difusión; en algunos casos estos talleres han estado ligados a exposiciones, por ejemplo el de Julio Verne. Después de algún tiempo a la gente de la biblioteca le interesó que hubiese una vez al año algún taller aunque no estuviera ligado a una exposición. Así es como sale este curso en particular, y otro que ya está bastante avanzado, que se impartirá el año próximo, dedicado exclusivamente a la obra de Edgar Allan Poe, en conmemoración de su bicentenario. Y me parece una gran cosa que sean gratuitos porque llega un público distinto.


¿Siempre han sido de literatura fantástica?

No. A mí me interesa mucho ese tema, pero trato de irle variando. Por ejemplo, en el caso del taller sobre Julio Verne no se enfatizaba tanto el asunto de lo fantástico sino las cuestiones de los viajes, la exploración, el descubrimiento y la anticipación. En el que viene de Poe se hablará de su literatura fantástica pero también de su literatura policíaca, sus historias de detectives, y también de sus cuentos de amor, o los humorísticos -que también los tiene-; el taller va a estar más concentrado en el autor y en sus facetas que en una sola vertiente.


Los talleres que has impartido ¿qué satisfacciones te han dado?

Muchas. La posibilidad de conocer a muchas personas, la posibilidad de leer los textos de otra manera, la posibilidad de descubrir cosas. Son satisfacciones que puede uno obtener de los cursos y los talleres cuando los da con la idea de aprender como cualquier otro. Y no lo digo en el sentido en el que a veces lo dicen los funcionarios culturales: “Con esta chamba, de la que no sé absolutamente nada, aprendí un montón.” No se trata de eso, se trata de que cada oportunidad de comunicar lo que uno ha descubierto es la oportunidad de descubrir algo nuevo; porque hay una gran cantidad de aspectos y posibilidades que uno no descubre por sí mismo, sólo pueden descubrirse al tener contacto con los lectores, con el público, con la gente; para eso sirve esta clase de trabajo en grupo.


La literatura en general ha sido importante en tu vida, pero ¿cuál es la importancia que ha tenido la literatura fantástica?

¡Híjole, pues muy importante! No me interesan tanto cosas como personajes, escenarios o ambientes. No me interesa tanto que el maguito o el dragoncito, aunque sería válido, pero no es lo que a mí me interesa. Me interesa la cuestión de la imaginación. Mediante la imaginación es posible crear cosas maravillosas, extrañas y tremendas; además permite relacionar la realidad de afuera con la realidad de adentro: nuestros miedos, nuestras esperanzas, nuestros sueños; todas esas cosas que son parte de nuestra vida interior y que a veces las pasamos por alto. Creo que las mejores obras y los mejores exponentes de la literatura fantástica indagan en la naturaleza de la realidad. A lo mejor no tratan de explicarla del mismo modo en que trata de hacerlo un filósofo, pero sí están intentando subvertirla, ponerla en crisis. Muchos de nosotros vivimos siempre con una serie de ideas –en general recibidas- acerca de cómo es el mundo, cómo son las cosas y cómo deben ser; me refiero a los sistemas filosóficos, las fes religiosas, los modelos de la vida en sociedad, pero ninguno de estos modelos es totalmente satisfactorio, ninguno puede prever todo lo que puede pasar para explicárnoslo o consolarnos. En esos puntos donde falla nuestra visión de la realidad es donde entra lo fantástico, la imaginación entra para mostrarnos qué hay más allá o qué cosa pasamos por alto. Por eso creo que la literatura fantástica y la ciencia ficción tienen un papel muy importante aunque no siempre se les reconozca, nos señalan qué cosas no habíamos pensado. A lo mejor la gran lección de la literatura fantástica es como una especie de trago amargo, porque nos muestra las limitaciones que tenemos los seres humanos, nuestra falibilidad; pero si esa es la lección de la literatura fantástica, se trata de una lección valiosa porque nos hace ser menos arrogantes, nos obliga a entendernos mejor, a refinar la idea de lo que realmente somos.


Tú libro Grey me hace pensar que Dios se manifiesta de muchas formas y en algunas de ellas cae en el humor involuntario...

Como sus designios son inescrutables de vez en cuando tenemos derecho a pensar que no le salieron las cosas, como que la escena dramática le resultó más bien ridícula, o viceversa, lo que iba a ser simplemente cosa de risa se le convirtió en una cosa espantosa.


Lo anterior se refiere a Dios y el sentido del humor, pero ¿cómo concibes lo sagrado?, ¿qué relación tienes con un aspecto religioso o místico?

Fíjate. Yo me crié en una familia católica, pero por diversas razones biográficas -y algunas están contadas en clave en Grey- actualmente me considero agnóstico, no tengo pruebas. Mi problema con estas cuestiones no es la idea de Dios, que puede o no existir -y en caso de existir no necesitaría de mi validación-, sino con la idea de las instituciones religiosas. Muchas de ellas sólo quieren despojar a la gente de su dinero, o exprimirla o controlarla, además algunas ni siquiera están interesadas realmente en la idea de lo divino, ni siquiera están interesadas en tener un contacto con lo que está más allá de lo humano, son una forma de distracción o de abandono. Es lo mismo que ir a ponerse como loco en el concierto de cualquier artista o ir a ponerse como loco en cualquier templo, tirarse al piso y patalear; la respuesta física es la misma, la adoración hacia una figura inalcanzable es la misma. Yo creo que lo divino está en otra parte, y si puede adscribirse a una deidad, no está en estos rituales sino en otra esfera más personal, más íntima, está –tal vez- en el descubrimiento de nuestras propias limitaciones, en el descubrimiento de que más allá de nosotros hay otra cosa, que a lo mejor nos quiere, o a lo mejor no... a lo mejor tiene conciencia de nosotros, o tal vez no, a lo mejor nos tiene sólo para divertirse, pero que no es nosotros, que a lo mejor nos engloba pero que está más allá de nuestra propia naturaleza. Ese descubrimiento me parece valioso. Cualquiera que sea el nombre que se le quiera dar. Y esto tiene relación con lo que decíamos de lo fantástico, me parece que la buena literatura –de la que hay de a poquito- es una forma laica de esta iluminación o de este mismo descubrimiento. ¿Por qué? Porque nos permite llegar a una conciencia mayor de lo que somos, o de lo que no somos.


Yo conocí la ciencia ficción mexicana por revistas y fanzines como Asimov, Umbrales, SUB, ¡Nahual!, etc. ¿Cómo ves actualmente a la ciencia ficción mexicana?

De capa caída. Me temo que lo que pudo haber sido el movimiento de los ochentas y noventas, implotó, desapareció. Hay algunas personas que juegan dentro de este campo pero ya no hay un movimiento concertado, hay algunas cosas aledañas, ciertas porciones de lo que ahora se llama fantasía oscura, como gótico, dark; hay algunas cosas así, pero el grueso de lo que había hizo crisis porque no consiguió subirse al carro de la literatura publicada, de lo que se difundía más allá de lo subterráneo. Lamentablemente los proyectos que había en los noventa fracasaron por diversas razones –entre ellas los problemas en la educación-. Yo personalmente nunca estuve escribiendo ciencia ficción. Pero si te fijas todos tuvieron que jalar para otro lado: el realismo sucio, la mini-ficción, el thriler policíaco... Otra cosa que pasó fue que se vieron hondamente reducidas las posibilidades de supervivencia para este tipo de literatura, porque a los grandes consorcios editoriales no les importa lo que se produce aquí, ni lo necesitan. Cosas que indican Guiichi y algunos otros libros que andan circulando es que ahora a la ciencia ficción mexicana le toca difundirse y propagarse por el lado de la literatura para niños y jóvenes. Es un acotamiento un poco raro pero que ha dado sus buenos resultados hasta el momento, como puede verse. Es otro terreno y otro enfoque, pero puede que por ese lado suceda algo.


Para finalizar ¿en qué proyectos estás trabajando actualmente?

En febrero de 2009 aparecerá una novela, que no es fantástica, es algo que pensé que era realismo sucio, pero como ahora hay que inventar etiquetas para todo, la llamé realismo raro. Es realista pero es muy rara. Se llama Los esclavos. Y me encuentro terminando otra.


¿Por qué dices que es rara?

Porque la idea es mostrar un entorno real, pero no con las técnicas habituales. Por ejemplo, mucha gente cree que el realismo sucio consiste en hablar directamente de la violencia, del tedio, de la abulia, la depresión o el desencanto. Pero lo que me interesa es mostrar los conflictos de ciertos personajes particulares en este entorno, ya se describió suficientemente lo mal que estamos a principios del siglo XXI. En esta novela el tema fundamental es el poder, es la historia de dos parejas en relaciones muy densas, muy extremas; me refiero a la cuestión del poder y la sumisión.


¿Y la que estás escribiendo de qué trata?

Es una novela fantástica. Está todavía todo como con alfileres. Es de aventuras, no está completa, la estoy terminando. Pero no sé qué pasará con ella. También saldrán textos en un par de antologías, el Fondo de Cultura Económica va a publicar una antología que se llama El nuevo libro rojo, a la manera de esta colección de historias sobre hechos violentos, misma que realizó Vicente Riva Palacios en el siglo XIX, pero actualizada hasta nuestra época, entonces se hablará de las muertas de Juárez, del terremoto del 85, de Tlatelolco en el 68, y a mí me tocó escribir de dos temas: un caso criminal de los años cincuenta: el "pelón" Sobera, un loco que de pronto un día se lanzó a matar gente y acerca de la explosión de San Juanico en el 84.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Será lo que dices, aunque lo dudo, pero de que es pésismo escritor, lo es.

Anónimo dijo...

"Éstos son los días" es uno de los mejores libros de cuentos fantásticos que he leído y es de Alberto Chimal; pésimo es (o pesismo, tal vez), creo, quien critica sin haber leído a un autor. Saludos a Alberto.