miércoles, octubre 31, 2007

SEXO EN LA CIENCIA FICCIÓN MEXICANA

Contactos Extraterrestres fue la primera publicación mexicana dedicada por completo al llamado fenómeno ovni. Editorial Posada la publicó de 1975 a 1982, fueron 145 números. Colaboraban, entre otros, Pablo Latapí, Héctor Chavarría, Fernando Téllez, Ariel y Fausto Rosales, Mauricio-José Schwarz, Luis Ruiz Noguez y Héctor Escobar.

El 19 de julio de 1978 salió a la venta el número 41, en aquel entonces su director era Ariel Rosales, posteriormente el puesto lo ocuparía Héctor Chavarría Liu.

Antes de pasar al verdadero motivo de estas líneas, veamos un poco el contenido.


En la portada aparecía la fotografía de un OVNI que había sido avistado en Ciudad Satélite el seis de marzo de ese año, el testigo era un joven de catorce años, los pormenores los detallaba el ufólogo Pablo Latapí Ortega. El caso es realmente interesante, pues al parecer no se trata de un fraude y las explicaciones que se plantearon en ese momento (lámpara colgante, objeto lanzado al aire) no resolvían el enigma. Como tantos otros, éste es un caso abierto... El investigador Héctor Escobar, en su libro 500 años de Ovnis en México (Corporativo Mina, 1996), lo incluye en su lista de informes con alto grado de extrañeza; pero aclara lo siguiente: “Aunque la fotografía es bastante interesante es necesario hacer algunas precisiones. La fotografía fue tomada con una cámara Polaroid, por lo cual no hay negativo de la misma. En la opinión de una de las personas que investigó el caso (Héctor Chavarría) el objeto pudiera ser una maqueta suspendida en un alambre.” Los creyentes dirán que no podía esperarse un comentario diferente, pues Chavarría es un debunker o detractor del tema.

Y precisamente en el editorial del número que comentamos escriben sobre Martin Gardner, quien, a partir de su interpretación de la película “Encuentros cercanos del Tercer Tipo”, expuso su punto de vista acerca de la ufología en The New York Review of Books. Escriben en Contactos Extraterrestres: “A lo que ha dado lugar esta situación (la presentación de la película como un documento ufológico) ha sido precisamente a reacciones como la de Gardner, quien al igual que los otros detractores oficiales de todo aquello que huele a paranormal –Isaac Asimov, Paul Kurtz, etc.- sólo está esperando una oportunidad para lanzar sus ataques en la forma en que lo ha hecho. Y lo grave del asunto es que esta gente no está dispuesta a entablar discusión con la mente abierta; por el contrario: se niega rotundamente a aceptar que el fenómeno OVNI sea digno de una discusión científica. ¡Y más cerrazón que ésta es difícil de encontrar!”

En un artículo titulado “Mis contactos con Hynek” Antonio Rivera también se refería a otros detractores: Donald Menzel y Philip Klass. De igual forma, se publicó un artículo en el que Erich Von Daniken se expresaba sobre “el misterio de Sirio y la tribu Dogon”, misterio que, según recientemente expresó Jaime Maussán, “tiene a los científicos en un callejón sin salida”, ¿de verdad?, pues aquí puede encontrarse una respuesta al supuesto enigma.

Dejemos ya de lado los asuntos ufológicos y pasemos a lo que nos interesa en esta entrada: el sexo en la ciencia ficción mexicana.

En la página 41 nos encontramos con las siguientes líneas: “Aunque incipiente, la ciencia ficción en lengua española empieza a tratar todo tipo de temas, hasta aquellos que hace unos años aún se consideraban demasiado ‘atrevidos’. Un magnífico ejemplo ofrece este cuento de un joven escritor mexicano que hoy publicamos. En él lo extraterrestre adquiere una dimensión terriblemente sensual y vigorosa.” El cuento en cuestión se titula Amante y fue escrito por Mauricio-José Schwarz, a quien agradecemos su permiso para publicar su trabajo.


AMANTE
Mauricio-José Schwarz


La mujer sentada sobre la piedra ajena del planeta ajeno soñaba sueños que nadie antes había soñado, que nadie se había atrevido a soñar. Su cabeza se balanceaba lentamente sobre su cuello al ritmo de cantos que nadie jamás se había atrevido a cantar. Sus manos como dos blancos peces muertos sobre sus piernas se crispaban repentinamente y luego volvían a su muerte original. La tela suave de su blusa se pegaba a su cuerpo empapado en sudor.

Un grito. Un grito jamás escuchado la volvió a la realidad, sus uñas enterrándose inmisericordemente en sus muslos, el sudor fluyendo por sus poros, cada pequeño músculo en tensión y una sensación de absoluto vacío en el estómago.

Quizá no había sido nada, pero sus tímpanos aún vibraban después de tan inhumano grito. Hasta la tierra del lugar parecía estar consciente de su presencia allí, donde jamás había estado un ser humano. No. En realidad había habido quince, pero catorce de ellos estaban ahora enterrados junto a la chatarra que había sido la nave interestelar “Von Klaus”.

La “Von Klaus” visitaba un sistema solar inexplorado. Había permanecido en cierto sector espacial durante más de un mes, sin nada especial que reportar, cuando apareció. Un planeta, inexistente, indetectado, apareció súbitamente en los instrumentos de la nave.

Los minutos que transcurrieron después de la aparición resultaron demoníacos. La incredulidad se pintó en los rostros de hombres y mujeres entrenados para vivir en un universo explicado por la ciencia. En tal universo, ciertos fenómenos no podían ocurrir.

Si lo que ocurría era imposible, entonces no estaba ocurriendo, rezaban los cánones.

En cada cerebro se formó una explicación plausible: alucinación colectiva, falla en los instrumentos, proyección holográfica.

Pero resultó ser, simplemente, un planeta. Un planeta que apareció de la nada.

La tripulación reaccionó, primero, con diversión inquieta, después con franco temor y, por último, con un pánico desatado que el propio comandante, quien durante más tiempo conservó la cabeza, fue incapaz de controlar, para terminar uniéndose ruidosamente al caos.

El origen del caos fue el informe de máquinas.

Todo el combustible había desaparecido. La “Von Klaus” empezó a caer hacia la alucinación-falla-proyección.

* * * *

Una nave cayendo. Un plateado estilete con una cauda de fuego que crece conforme el gigantesco vehículo va adentrándose en una atmósfera cualquiera. Fricción que derrite y rompe las paredes, fuerzas enormes en contraposición luchando como dos colosos por reventar la frágil estructura que protege la vida de quince trozos de protoplasma pensante, sensible. Dentro de la nave, un silencio enloquecedor que debe llenarse golpeando, aullando en una atávica involución hacia los alaridos del protohombre en la llanura a la vista del leopardo. Un aquelarre prolongado por una eternidad de cinco, quizá seis minutos, dentro de una nave fabricada cuidadosamente por quinientos obreros, ejércitos de mineros, ingenieros, matemáticos, físicos, técnicos. Una nave, el trabajo de tantas manos, tantos cerebros, destruida para todo efecto práctico en menos de siete minutos. El pequeño fracaso dentro del gran fracaso.

Y un choque final, concluyente, rotundo. Tal vez demasiado suave, tal vez no demasiado destructivo. Sólo una masa de metal ardiente y catorce cadáveres en todas las posiciones y una mujer con los ojos nublados por el llanto y el corazón retorcido por el pánico, recorriendo una inerte nave buscando otro sobreviviente. Una mujer saliendo inconscientemente -¿siendo sacada?- hacia un planeta de atmósfera y demás características desconocidas. Cayendo a la tierra amarilla de un planeta sin nombre. La carrera desesperada hasta caer exhausta, sollozando, a veinte metros de la catástrofe y desmayándose mientras soñaba una voz que decía “Duerme, duerme. Lo peor ya ha pasado”. Y la voz podría haber sido de su padre, o del comandante de la “Von Klaus”, su amado.

* * * * *

La primera mañana comenzó, para ella, con el sorprendente descubrimiento de que estaba viva. De algún modo se sentía ligera y calculó unas tres cuartas partes de la gravedad terrestre para el lugar. La atmósfera no le producía ningún efecto notorio, pero apenas se detuvo a pensar en la altísima improbabilidad matemática de hallar un planeta habitable. Empezó a andar directo hacia los restos de la “Von Klaus” con una sola idea en la mente: su comandante.

Porque Gloria había sido la compañera de Ben durante años. Cuando se iniciaron las pruebas a los aspirantes a formar parte de la tripulación de la “Von Klaus”, Ben y Gloria habían jurado ir los dos o quedarse ambos en la Tierra. Y Ben y Gloria habían estado haciendo el amor cuando el planeta apareció.

El casco de la nave estaba tibio aún, y Gloria subió por un agujero, quemándose una mano. En su interior todo era cuerpos y sangre, destrucción, olor a quemado. Recorrió los pasillos que habían representado seguridad en el espacio y en el hiperespacio, los camarotes donde los miembros de la tripulación habían dormido y cantado y hecho el amor. Llegó al puente de mando y encontró los cadáveres de tres jóvenes ingenieros. Habían sido bien parecidos, pero ahora sólo se les podía reconocer por las placas de aluminio que colgaban de lo que habían sido sus cuellos. Gloria avanzó hacia el control de máquinas, sin saber si estaba aturdida o enloquecida, volteando cuerpos sin ningún sentimiento de asco ni de dolor, buscando tan solo una placa que dijera “Comandante” en algún cuello. Entró al cuarto de máquinas y lo supo al verlo.

Ben no estaba muy desfigurado. Una barra del inutilizado reactor había saltado atravesándolo y colgándolo en la pared. Gloria gritó y nuevamente salió de la nave sin intenciones de volver.

Después de caer al suelo, empezó a correr hacia un pequeño bosque que estaba muy cerca. Apenas pudo dudar si dicho bosque había estado allí esa mañana. Cayó antes de llegar al primer árbol y nuevamente quedó inconsciente.

Despertó como una hora después, con el recuerdo de Ben latiéndole en el cerebro y volvió la cabeza para ver el cadáver de la “Von Klaus”. Un árbol le impedía verla del todo y, cuando empezó a moverse para hacerlo, se dio cuenta.

La nave estaba a unos cincuenta metros. El bosque había estado a unos cien metros de la nave y ella había perdido el conocimiento a medio camino.

“¿Qué está pasando?”, se interrogó Gloria. Estaba segura de que el bosque había avanzado durante su desmayo. Se puso de pie violentamente y vio, a la altura de sus ojos, una fruta, la única que colgaba del árbol, una especie de híbrido entre pera y manzana. ¿Un árbol con una sola fruta?

Miró a su alrededor. Un típico bosque de pinos la circundaba. El único árbol frutal a la vista era el que estaba frente a ella. Su cerebro de bióloga empezó a hacerse preguntas, olvidando de pronto su anterior desgracia, tensándose al enfrentar nuevos enigmas. ¿Un frutal tropical en medio de un bosque de pinos? Imposible. ¿Un frutal con una sola fruta? Misma respuesta. Y entonces Gloria se percató de otro inquietante hecho: El silencio.

Todo bosque tiene animales. Animales para toda hora del día, ruidos diferentes que cubren las veinticuatro horas (en la Tierra). Luego, Gloria miró el piso: ni una sola piña sobre la tierra. ¿Alguien ha oído de un pinar que no arroje sus semillas al suelo? Contuvo el aliento buscando un sonido. Un paisaje terrestre debía tener características terrestres también en su fauna.

Nada.

Desesperada, dispuesta a aceptar ya casi cualquier cosa, estiró una mano y tomó el fruto. Era suave y se veía jugoso. Lo mordió y recibió el néctar suave y el sabor más agradable que hubiese probado. En ese momento se dio cuenta de que llevaba casi veinticuatro horas sin probar bocado. Comió ávidamente, sin pensar en nada más. Cuando terminó, descubrió, sorprendida, que el fruto era del tamaño exacto para saciar su hambre y su sed. Un poco menos la hubiese dejado insatisfecha. Un poco más y no hubiese podido terminarlo. Miró a su alrededor.

Piñas.

De pronto la tierra se veía cubierta de piñas, como si una mano gigante hubiese sacudido los pinos silenciosamente y éstos hubiesen caído de igual manera mientras ella comía. Un ave empezó a cantar y Gloria huyó de nuevo hacia el yermo, alejándose del bosque hasta pasar junto a la “Von Klaus” y seguir su camino. Anochecía en el extraño planeta cuando Gloria se sentó a descansar, tratando de ordenar la extraña sucesión de hechos. En síntesis, se trataba de una colección de imposibilidades que debían tener una explicación. Pero, fuese cual fuese la explicación y la causa, olían a peligro.

Esa noche vino el grito que despertó a Gloria.

Y al mirar hacia el frente, tratando de ajustar sus ojos a la oscuridad, vio a un hombre caminando hacia ella. La incipiente luz del alba, que surgía a espaldas de Gloria, tocó la cara del hombre y ella lanzó un grito.

-¡Ben! –en su cerebro empezaron a chocar las ideas. De pronto sintió frío-. ¡Pero estás muerto!

-Depende de la definición –dijo el hombre, con el mismo tono oscuro de voz que Ben usaba para ordenar-. Ben, el Ben que tú conociste, está muerto. Pero yo soy igual a él. Una copia genética exacta, el depositario de su memoria.

-¿Quién es usted? ¿Qué quiere? –chilló Gloria-. ¡No se acerque!

-Sólo quiero volver a ti, Gloria. Podremos pasar nuestra vida aquí y todo será como antes. Tú y yo.

-¡Ben está muerto!

-¡Qué más da? Ben y yo somos idénticos.

-¡No! –el grito de Gloria fue seguido por una huida. Las piernas le dolían a causa de las tensiones de los dos días anteriores, y la aparición empezó a correr tras ella, llamándola.

-¡Gloria! ¡Escucha, no quiero mentirte! ¡Espera, no me acercaré más, lo juro!

Al escuchar esto, Gloria se volvió y miró al hombre, de pie. Ella se detuvo, manteniendo una buena distancia entre ellos. Lo estudió: los mismos rasgos. El oscuro cabello ensortijado, la mirada inescrutable, sí, pero faltaba la cicatriz que Ben había sufrido en una pelea en el Village. Mientras Gloria pensaba esto, la cicatriz empezó a tomar forma en la frente del hombre, hasta quedar tal y como ella la recordaba. Señaló la frente del hombre con un dedo tembloroso.

-No huyas más –dijo él-, es verdad que soy grande, pero hasta para mí es difícil controlar varias variables a la vez.

-¿Quién es?

-No lo sé. Sólo sé que soy, Gloria. Soy y, hasta que ustedes llegaron a esta zona del universo, el tiempo no tenía significado para mí, ni el espacio. La materia era un simple accidente en la infinitud del espacio. Andaba entre las estrellas, vagando, hasta que sentí una tremenda fuerza atraerme, llamarme. Percibí –vi- la nave, y entré en ella hace días.

-¡Usted tiene la culpa de la muerte de mi gente! –era una afirmación, una pregunta y un reto.

-Escucha. Los miré a todos, aprendiendo, comprendiendo. Descubrí que, pese a los millones de años que he existido, era un niño en muchas cosas. Pero, de entre todas las experiencias que tuve, la más maravillosa fue cuando vi que los “hombres” y las “mujeres” se introducían en una... un camarote, eso, y entonces se quitaban la ropa y...

-¡Nos ha estado espiando! –gritó Gloria enfurecida.

-Espiar... espiar... –meditó brevemente la copia de Ben-, bien, creo que sí, lo siento, pero... cuando los vi, los sentí, tuve el deseo inmediato de poder experimentarlo... una idea me vino a la mente, en realidad, yo era pura mente entonces, y me materialicé de pronto.

-¿Usted es este planeta?

-Sí, Gloria, soy el planeta y los árboles y la fruta y el ave y el propio Ben que estás viendo.

-¡Pero asesinó a todos!

-Bueno... sí, pero no a todos, Gloria, te salvé a ti, te hice un bosque, te di de comer porque te amó, Gloria, y quiero... hacer esto, el amor, eso, contigo, para siempre.

Gloria gritó desgarradamente, empezando a comprender la monstruosidad del asunto. El ser continuó.

-No llores, eso... es malo, ¿no? Yo... por eso soy igual que Ben. Es lo mismo, recuerdo todo lo que él... digamos, el brazalete de plata que traje de la India cuando fui a meditar...

-Eso lo hizo Ben, no usted... ¡usted... es una... cosa!

-Bien, sí. ¿No te gusta Ben ya más?, -diciendo esto el ser empezó a transformarse, tomando el cuerpo del más hermoso Apolo que mujer alguna haya visto jamás-. Puedo ser un ideal físico con el cerebro de un genio... ¿me querrás así?

Gloria empezó a correr, incapaz de seguir viendo y escuchando a tan satánico ser. Gritó en su carrera y de pronto, de la arena amarilla el Apolo surgió nuevamente casi frente a ella. Se paró para no caer en sus brazos y, antes de dar la vuelta, sintió que dos manos la aprisionaban por los tobillos.

-¿Qué deseas? Dime, Gloria. Yo puedo hacer palacios, jardines, música. Hasta puedo poner a tu servicio un ejército de hombres. Claro... eso tomaría tiempo, yo... aún no tengo práctica...

Gloria pateó hasta librarse y empezó a correr de nuevo. El hombre la miró alejarse tristemente. Treinta metros más allá, Gloria resbaló y cayó. Dos manos frenéticas tomaron sus muslos, subiendo. En la arena apareció la cara sonriente del ser.

-Mi amor –dijo él.

Un grito.

En un planeta desconocido, ignorado, una hermosa mujer recorre las calles de las más bellas ciudades, camina por las veredas de los jardines más prefectos y se sienta en bancos que de inmediato se transforman en insaciables sementales de todas formas y colores. Se recuesta en árboles y muros de los que salen brazos prontos a rodearla, se viste con ropas que aprietan su hermoso cuerpo y sólo su mirada perdida y sus carcajadas enloquecidas desentonan con tal paraíso.


lunes, octubre 08, 2007

Astrobiología vs. Ufología

Cuando un escéptico muestra su desconfianza hacia las afirmaciones de los ufólogos, de inmediato se dice que el escéptico considera imposible que exista vida extraterrestre inteligente, sin embargo tal aseveración es falsa (y parece hacerse con el fin de que se le vea como una persona arrogante, engreída o egoísta).

En lo particular no solamente considero posible que existan seres extraterrestres inteligentes, sino que extraterrestres pudieran haber logrado desarrollar los viajes interestelares y que pudieran haber visitado nuestro planeta en su pasado, o que lo estén haciendo en la actualidad, o que pudieran llegar a hacerlo en algún futuro lejano o cercano (claro que una cosa es lo que yo considere posible y otra lo que realmente suceda). Mi desconfianza hacia las afirmaciones de los ufólogos se basa en dos cosas: su forma de “investigar” y argumentar, y la ausencia de verdaderas pruebas.

¿Por qué las pruebas de los ufólogos no son convincentes? Porque pueden ser explicadas de forma mucho más sencilla. Las supuestas fotografías de extraterrestres o de platillos voladores no necesitan, para ser explicadas, de la presencia de extraterrestres en nuestro mundo; muñecos y maquetas bien pueden explicar esas “evidencias”. Y como ejemplo está la llamada autopsia extraterrestre. Los ufólogos de vanguardia consideraron que la cinta con la que Santilli hizo negocio era una prueba evidente (negar su autenticidad era no darse cuenta de la verdad ni cuando se tiene frente a las narices), sin embargo, el día de hoy se ha recreado tanto el muñeco como la “autopsia”. Para ver otros ejemplos el lector puede visitar Perspectivas#

¿Y qué puedo expresar con respecto a su forma de investigar? No agotan todas las posibles explicaciones, son sensacionalistas y exagerados, y son ellos mismos quienes impiden que se puedan encontrar respuestas validas. Ejemplo: Basta con navegar un poco en internet para percatarnos de que en realidad la “esfera Victoria” es sólo chatarra espacial (y no una de las esferas de las naves de los venusinos que supuestamente contactaron con Adamsky), ¿tarea difícil para los ufólogos de vanguardia? Otro ejemplo es el “extraterrestre de Mérida”, en este caso nos quieren presentar como evidencia el informe de un señor que se hace pasar por científico. Aún suponiendo que el caso fuera real, la torpeza (si es que también son víctimas del “científico” y no sus cómplices) se encuentra en el hecho de no haber verificado las credenciales de Jorge Guerrero de la Torre. Un último ejemplo que muestra la “seriedad” de los insolitólogos: mientras escribo estas líneas (domingo 7 de octubre), Maussán -en Los Falsos Misterios del Tercer Milenio- habla solemnemente acerca de las afirmaciones de J. J. Benítez con respecto a las supuestas ruinas extraterrestres que se encuentran en la Luna y cuyas imágenes presentó en Planeta Encantado.

A pesar de lo anterior, no falta el despistado que se deja sorprender por los ufólogos sensacionalistas y que expresa “De grande quiero ser ufólogo, ¿dónde puedo estudiar?”

La física Antígona Segura Peralta, en el más reciente número de la revista “¿Cómo ves?” (el 107), escribe acerca de la verdadera búsqueda de vida extraterrestre. Al inicio de su artículo cuenta la siguiente anécdota:

SUBO AL TAXI.
-A la Universidad, por favor.
El taxista asiente con la cabeza y unos minutos después me pregunta:
-¿Trabaja o estudia ahí?
-Trabajo –le digo.
-¿Es profesora? –continúa el taxista preguntón.
-Investigadora –aclaro.
-¿De veras?, ¿y qué investiga?
Deben aburrirse muchos los taxistas.
-Detección de vida extraterrestre –respondo de manera escueta, pero con la intención de ser clara.
-¿Como Maussan?
Palabras más o menos, ésta es una de las clásicas conversaciones que sostengo con los taxistas. Para la mayoría de las personas, taxistas o no, las referencias sobre la vida extraterrestre vienen de las películas de Hollywood o, aún peor, de la pseudociencia. Por supuesto no han oído hablar de la astrobiología, la ciencia que estudia el origen, evolución y distribución de vida en el Universo –y cuando lo menciono, la confunden con la astrología.



Algo similar cuenta Carl Sagan en “El mundo y sus demonios”:

Cuando bajé del avión, el hombre me esperaba con un pedazo de cartón en el que estaba escrito mi nombre. Yo iba a una conferencia de científicos y comentaristas de televisión dedicada a la aparentemente imposible tarea de mejorar la presentación de la ciencia en la televisión comercial. Amablemente, los organizadores me habían enviado un chofer...
Mientras nos instalábamos en el coche para emprender el largo recorrido, con los limpiaparabrisas funcionando rítmicamente, me dijo que se alegraba de que yo fuera “el científico aquel” porque tenía muchas preguntas sobre ciencia. ¿Me molestaba?
No, no me molestaba.
Y nos pusimos a hablar. Pero no de ciencia. Él quería hablar de los extraterrestres congelados que languidecían en una base de las Fuerzas Aéreas cerca de San Antonio, de “canalización” (una manera de oír lo que hay en la mente de los muertos... que no es mucho, por lo visto), de cristales, de las profecías de Nostradamus, de astrología, del sudario de Turín...


Sagan llega a la conclusión de que ese chofer: “Tenía un interés natural en las maravillas del universo. Quería saber de ciencia, pero toda la ciencia había sido expurgada antes de llegar a él. A este hombre le habían fallado nuestros recursos culturales, nuestro sistema educativo, nuestros medios de comunicación. Lo que la sociedad permitía que se filtrara eran principalmente apariencias y confusión. Nunca le habían enseñado a distinguir la ciencia real de la burda imitación. No sabía nada del funcionamiento de la ciencia.”

Uno de los problemas con la pseudociencia es que se interpone entre las personas y la ciencia. Mucha gente no distingue entre ciencia y pseudociencia, de esa forma los cazadores de fantasmas, los astrólogos y los ufólogos sensacionalistas llegan a ser considerados científicos. El artículo de Segura Peralta es una guía para aquellos estudiantes de preparatoria que pudieran estar interesados en dedicarse en serio a buscar vida extraterrestre (no a las payasadas ufológicas), o más específicamente al estudio del origen, evolución y distribución de la vida en el Universo.

Y no se trata de un camino fácil. No se trata de pasarse el día en la azotea de un edificio esperando que pase un globo con la forma de Bob Esponja para después presentarlo como el paso de un “humanoide volador”. Tampoco se trata de recolectar videos de ovnis para hacer negocio con ellos. Y mucho menos de aceptar crédulamente cualquier historia de encuentros con extraterrestres. ¿De qué se trata? De estudiar. La científica describe el camino que puede seguir el interesado (de la licenciatura al trabajo como investigador).

“¿Y ya encontraron extraterrestres?” Es el título de la última parte de su artículo, y la respuesta es la siguiente:

“Ésa es la pregunta que me hacen cuando digo que me dedico a la búsqueda de vida en otros planetas. La respuesta suele ser decepcionante: no, no hemos encontrado extraterrestres. Podría parecer que los astrobiólogos hemos fracasado, pero no es así. Estamos construyendo nuevos instrumentos que nos permitirán detectar señales de vida en planetas que giran alrededor de otras estrellas (véase “Mundos como la Tierra”, ¿Cómo ves? No. 80) y hemos contribuido a conocer mejor nuestro planeta y los organismos que lo habitan. De esta forma impulsamos el desarrollo de nuevas tecnologías, la exploración y el cuidado de nuestro mundo. La astrobiología es la ciencia que le mostrará al ser humano su lugar en el Universo.”