viernes, julio 21, 2006

¿Es el espiritismo un humanismo?



El historiador José Mariano Leyva considera que el espiritismo ha sido torpemente metido en la oscuridad, una oscuridad que “no involucra documentos perdidos o falta de información. Basta traspasar la barrera del prejuicio para entender de una manera cabal esa propuesta ideológica que sostenía un grupo de personas a finales del siglo XIX y principios del XX.”

Su obra El ocaso de los espíritus. El espiritismo en México en el siglo XIX (publicada por ediciones cal y arena) comenzó a gestarse hace casi diez años, cuando se encontraba realizando un catálogo de la revista “La Ilustración Espírita”; conforme avanzaba en esa tarea, su proyecto fue creciendo y Leyva fue profundizando en la historia del espiritismo.

Su trabajo va más allá de la simple presentación de los hechos. El autor analiza el contexto histórico en el que el espiritismo comienza a practicarse en México; las discusiones de los espiritistas con los positivistas, los católicos y los protestantes; de igual forma, analiza la filosofía de este peculiar movimiento. Leyva escribe:

Este libro trata de varias cosas. Trata de espíritus y de la gente que se comunica con ellos (los médiums). Trata de mesas que saltan y contestan preguntas específicas. Trata de manos poseídas que escriben en hojas de papel. Trata de velas blancas con llamas ondulantes. Trata de aquellos grupos de personas que se juntaban al anochecer para comunicarse con el más allá.

Pero este libro aborda también el México del siglo XIX. Aborda el complejo universo encerrado en su prensa. Aborda a los hombres que se encontraban detrás de los artículos, de los editores, de los excéntricos. Aborda el porfiriato y los científicos. Aborda el México en vías de secularización. Aborda la pérdida de la razón, la locura y los duelos a mano armada. Aborda a una franja de intelectuales que eran compañeros, o al menos se conocían bien.

Este libro plantea ideas y ética, utopías y finales sin esperanza. Este libro plantea, en fin, el espiritismo en México a finales del siglo XIX.

El ocaso de los espíritus está dividido en cuatro partes.

En la primera escribe acerca de la obra de la piedra angular del espiritismo de los siglos XIX y XX: “Allan Kardec es la persona que esquematizó y transformó el espiritismo de un elemento volátil y disperso, en algo centrado y metodológico.” Ciencia y moral son componentes importantes e inseparables en la obra de Kardec. El espiritista estaba convencido de estar haciendo ciencia, no sólo eso, los avances científicos y tecnológicos eran adaptados a la visión de los espiritistas, ejemplo de ello es la evolución por selección natural: “el darwinismo explicaba la evolución del hombre desde su inicio en la tierra o en el mundo terrenal, y la teoría sintonizaba muy bien con la idea de progreso continuo que manejaban los espiritistas: una búsqueda constante de superación humana que ya había rebasado las presentaciones materiales y ahora se refería al espíritu (...) El fin, en palabras de Allan Kardec, era lograr que la tierra estuviera habitada por espíritus puros, la más alta jerarquía dentro de la clasificación predeterminada”. Como se ve, la moral está presente en el “darwinismo espiritista”, la evolución espiritual sólo puede lograrse con un correcto comportamiento. Leyva explica: “El espiritista que siga los preceptos de Kardec deberá combinar la ciencia con un comportamiento en sociedad no sólo aceptable, en los términos más elementales, sino estrechamente apegados a la bondad y la caridad. La exigencia espírita era especialmente rígida, el dilema no residía en las apariencias. Los pecados diarios no se subsanaban con un arrepentimiento semanal, con el pago material del diezmo. Para los espiritistas, esto último pertenecía a la iglesia corrupta, invadida de intereses personales que colocaba a los curas como administradores de la expiación de culpas.” Esto nos lleva al siguiente elemento importante en la obra de Kardec: la crítica que hace a las religiones formales, para el espiritista los religiosos no son más que “charlatanes o demagogos, personas que persiguen el enriquecimiento personal antes que el bien de la humanidad, predicadores de un mundo espiritual que ellos son los primeros en olvidar.” En resumen, la obra de Kardec tiene tres componentes importantes: ciencia, moral y crítica a las religiones establecidas.

En la segunda parte narra la historia de la revista “La Ilustración Espírita” (que comenzó a circular en febrero de 1872) y la historia de su editor, el hombre que introdujo el espiritismo a México, Refugio Indalecio González. Refugio fue un general liberal (participó en las guerras de Reforma y en el juicio contra Maximiliano). ¿Cómo explicar su conversión al espiritismo? Para Leyva dicha conversión no resulta tan extraña: “El espiritismo no estaba peleado con las ideas liberales ni con el progreso. El espiritismo resultaba ser sólo una variante de las ideas positivas y progresistas a las que Refugio I. González siempre fue adepto, el general fue consecuente hasta el final de sus días (...) El espiritismo y el liberalismo tenían como gran enemigo a la ortodoxia religiosa del catolicismo conservador y su sistema institucional. Ambos consideraban al progreso como la meta del hombre y creían en la libertad humana. Sin embargo, en los matices se encontraban las diferencias. El espiritismo se separaba de los católicos de una manera distinta al liberalismo, y su idea de progreso y libertad incluía una peculiar visión metafísica.” El éxito de La Ilustración Espírita fue tal que dio lugar a la formación de la “Sociedad Espírita Central de la República Mexicana” (agosto de 1872).

En la tercera parte nos cuenta las polémicas que los espiritistas mantuvieron con positivistas, católicos y protestantes. Especialmente interesantes son los debates sostenidos en el Liceo Hidalgo, “discusiones que varios cronistas de la época reconocen como la primera filosófica y pública en México”. El Liceo fue fundado en 1850, sus primeros presidentes fueron Francisco Severo Maldonado y Francisco Zarco. “El Liceo se encargaba de impulsar la cultura a través de la conjunción de personajes notables del mundo académico, histórico y literario. Se analizaban y discutían temas con cierto peso dentro del mundo cultural. Las conclusiones de esas polémicas se publicaban en su órgano publicitario, La Ilustración Mexicana (1851-1855), donde se notificaba la entrada de nuevos miembros o bien se editaban los discursos completos sobre alguna cuestión de interés para el grupo.” Espiritistas y espiritualistas debatieron con los materialistas y positivistas. No participaron los religiosos que veían con malos ojos a los espiritistas, y no lo hicieron porque lo que se debatió fue si el espiritismo contaba o no con sustento científico. En estas discusiones estuvieron presentes personajes como José Martí, Gabino Barreda, Ignacio Ramírez, y Santiago y Justo Sierra. Mariano Leyva nos cuenta también el enfoque que dio la prensa a estos debates.

La filosofía y la ética del movimiento espiritista se exponen en la cuarta parte. “Establecer un orden ético para no caer en la barbarie humana, entender que la técnica no era nada sin el grado de humanismo suficiente, comprender que los avances son peligrosos si no existe la tolerancia humana necesaria, preocuparse por los suicidios recurrentes y dar consejos para evitarlos. Mantener la confianza en la bondad del hombre. Ésa era la verdadera ciencia de los espiritistas: crear una ciudad espiritual en la nueva tierra del nihilismo y la intolerancia.” También en este capítulo José Mariano dedica algunas líneas al espiritismo practicado por Francisco I. Madero.

Mariano Leyva no ve al espiritismo como un fenómeno irracional, para él los espiritistas no eran charlatanes o chiflados, tampoco considera simples crédulos a los seguidores de esta religión; para el historiador, el espiritismo que proponían Allan Kardec y Refugio I. González lejos está del embuste. Sin embargo, fue el espiritismo practicado por charlatanes el que conoció el gran público.


Hacia 1893, año en que salió el último número de la Ilustración Espírita, el espiritismo dejó de ser lo que era. “La ética espírita era mal conocida. Fue una compleja doctrina que tarde o temprano quedaría relegada al exotismo. Su posición multidisciplinaria era algo difícil de llevar, pero el terreno al que finalmente fue relegada en el siglo XX no tenía nada que ver con los propósitos originales del espiritismo en el siglo XIX. El empeño por mantener en su seno varias corrientes opuestas, científicas y religiosas, no era sinónimo de adivinación del futuro, creencia en extraterrestres o fe desmedida y sin análisis de poderes, de energías y fluidos corporales. La seriedad con la que incursionaron se diluyó en teorías mágicas que se apropiaron los idealistas sin criterio, sin información y entusiastas del amor propio en el siglo siguiente (...) El espiritismo comenzó a sonar cada vez más idealista e inocente, se descontextualizó y no halló un lugar fijo. Lo que sobrevivió de él poco tenía que ver con el concepto original: conforme el presente siglo avanzaba, los espiritistas fueron vistos como gente exótica, adivinos o simpatizantes de las teorías que confirmaban la existencia de los extraterrestres. Las comunicaciones espíritas se hacían para el único beneficio personal y la parte filosófica quedó sepultada.”

No sé cuál sea la respuesta a la pregunta que da título a esta entrada, Mariano Leyva expone en su libro lo que considera es rescatable de este movimiento, desarrolla lo que cree que se encontraba detrás del intento por comunicarse con el más allá, explica cuáles eran las profundas preocupaciones de aquellos que recurrían a las “mesas parlantes”: “los desvelos que los espiritistas tenían, resultaban de dilemas que aún hoy podemos palpar: un materialismo galopante, el furor desmedido por la tecnología imaginada incluso como un arcano salvador, la lenta pero inexorable disminución del humanismo.”

lunes, julio 10, 2006

AMOR Y SEXO EN LA VIDA DE WITTGENSTEIN
(Segunda parte)


Locura, homosexualidad, tragedia y suicidio en los Wittgenstein

Rudolf Haller afirma que Ludwig Wittgenstein fue “Un hombre fundamentalmente religioso y con una especial sensibilidad sobre el pecado. No ocultó su homosexualidad, que tomaba como algo completamente natural. Vivió entre la tentación de la locura y la del suicidio (tres de sus hermanos se quitaron la vida)”. ¿Cómo se suicidaron los hermanos de Ludwig? Veamos.

Ludwig Wittgenstein fue el octavo y último hijo de Karl Wittgenstein y Leopoldine Kalmus. El apellido Wittgenstein fue adoptado por Moses Maier, el bisabuelo paterno de Ludwig.

Karl Wittgenstein era un exitoso hombre de negocios, se dedicaba a la industria del hierro y el acero. Tenía la intención de que sus hijos mayores también se dedicaran al negocio, por ello es que no los envió a la escuela (recibieron en casa su educación).

Los tres hermanos varones más grandes se suicidaron: Kurt, Hans y Rudolf.

Kurt, quien fue el único que no se reveló a los deseos de su padre y durante una época fue director de la compañía, al final de la Primera Guerra Mundial se pegó un tiro debido a que las tropas que estaban a su mando se negaron a obedecer órdenes.

Hans deseaba dedicarse a la música. Ray Monk cuenta: “Era un prodigio musical de talentos mozartianos: un genio. Siendo todavía un niño ya dominaba el piano y el violin, y a la edad de cuatro años comenzó a componer sus primeras obras. Para él, la música no era algo interesante, sino una pasión voraz; tenía que estar en el centro, no en la periferia de su vida. Enfrentado a la insistencia de su padre para que se labrara un futuro en la industria, hizo lo que su padre había hecho antes que él y se escapó a América. Su intención era ganarse la vida como músico. Qué le sucedió exactamente, nadie lo sabe. En 1903 se informó a la familia de que un año antes había desaparecido de una embarcación en Chesapeake Bay, y que no se le había vuelto a ver desde entonces. La conclusión obvia fue que se había suicidado”.

Este hecho hizo que Karl educara de forma distinta a sus otros cuatro hijos: los envió a la escuela y permitió que eligieran lo que deseaban ser. A pesar de ello, al niño Ludwig se le presentó un problema: en lugar de seguir sus propios deseos, gustaba de complacer a los demás. Esta actitud le llevó –a los ocho años- a plantearse el que tal vez fue su primer problema filosófico: “¿Por qué debería uno decir la verdad si puede serle beneficioso decir una mentira?” Esta actitud complaciente es posiblemente la explicación al por qué Ludwig consideraba que había sido un niño infeliz, mientras que sus familiares consideraban que había sido un chico feliz. Sobre esto, Monk escribe: “No mostró precocidad musical, talento literario o artístico, y, de hecho, no comenzó a hablar hasta que no tuvo cuatro años. Careciendo de la rebeldía y determinación de los otros miembros varones de su familia, desde temprana edad se dedicó al tipo de habilidades prácticas e intereses técnicos que su padre había intentado infructuosamente inculcar en sus hermanos mayores”. Ludwig se dedicó a la ingeniería para obtener la aprobación de su padre, entró a la filosofía sólo hasta que Bertrand Rusell le animó (de hecho, Rusell –al animarle a dedicarse a la filosofía- le salvó la vida a Ludwig, quien había contemplado la idea de suicidarse).

Rudolf, al igual que Hans, se rebela y se va a vivir a Berlín “a donde había ido a hacer carrera en el teatro”.

¿Cómo y por qué se suicidó Rudolf? Encontramos las respuestas en las siguientes líneas de Ray Monk:

“Su suicidio, llevado a cabo en 1904, apareció en un periódico local. Una tarde de mayo, según la noticia, Rudolf había entrado en un pub de Berlín y pedido dos bebidas. Tras estar sentado solo durante un rato, ordenó un trago para el pianista y le pidió que tocara su canción favorita, ‘Estoy perdido’. Mientras el músico tocaba, Rudi tomó cianuro y se desplomó. En una carta de despedida a su familia, decía que se había matado porque un amigo suyo había muerto. En otra carta de despedida decía porque tenía ‘dudas acerca de su pervertida inclinación’. Algún tiempo antes de su muerte se había acercado al Comité Científico-Humanitario (que hacía campaña en pro de la emancipación de los homosexuales) buscando ayuda, pero, dice el anuario de la organización, ‘nuestra influencia no llega lo suficientemente lejos como para apartarle del sino de la autodestrucción’”.

“¡Qué cosa tan terrible! ¿Qué filosofía ayudará alguna vez a superar un hecho de este tipo?” exclamó Ludwig cuando recibió la noticia. Paul, quien se había convertido en un exitoso concertista de piano, durante su participación en la Primera Guerra Mundial, perdió el brazo derecho. “Pero, con extraordinaria determinación, se adiestró en tocar sólo con la mano izquierda, y consiguió tal pericia que pudo continuar su carrera como concertista. Para él, en 1931, Ravel escribió su famoso Concierto para la mano izquierda.”

En La Revista encontramos lo siguiente: "La guerra será también la causa indirecta de otra de las obras más espectaculares de Ravel. El pianista austriaco Paul Wittgenstein -hermano de Ludwig, el filósofo- había perdido el brazo derecho en la contienda y, para poder continuar con su actividad artística, solicitó a varios compositores obras pianísticas que se pudieran tocar con una sola mano. A Ravel le apasionó tanto el reto que dobló la apuesta y escribió simultáneamente el Concierto para la mano izquierda, en el que la presencia del piano es tan poderosa como si se tocara con las dos manos, y el Concierto en sol escrito para su propio consumo..."


Referencias

Monk, Ray. “Ludwig Wittgenstein. El deber de un genio”. Editorial Anagrama. Barcelona. 2002.

lunes, julio 03, 2006

TERAPIA FILOSÓFICA
(Segunda y última parte)


De los peligros de no someterse a terapia

Podemos pasar a las dos primeras preguntas planteadas al inicio: ¿quiénes son los posibles pacientes?, ¿quiénes deben someterse a esa terapia? Kenny escribe: “el paciente para análisis en filosofía es la persona que sufre un error filosófico”. ¿Y quiénes sufren de errores filosóficos?

En realidad todos somos candidatos a someternos a la terapia filosófica, ¿por qué? Porque nuestro lenguaje nos permite violar la lógica, pensar absurdos o sinsentidos.

Ahora nos preguntamos: ¿y si no nos sometemos a terapia? Tratemos de encontrar una respuesta. Kenny escribe: “...la respuesta a la pregunta ‘¿Para qué entrar en la filosofía?’ es que todos somos filósofos, buenos o malos, lo queramos o no; nuestro lenguaje nos hace filósofos” En otra parte de su escrito abunda: “cada uno de nosotros, cada ser humano, está atrapado en errores filosóficos”. Sobre esto Wittgenstein anotó: “La filosofía es una herramienta útil en contra de los filósofos y en contra del filósofo dentro de nosotros”.

Sin embargo la confusión filosófica –afirma el mismo Kenny- no hace ningún daño práctico, citamos nuevamente a Wittgenstein: “No es en la vida práctica donde encontramos problemas filosóficos (como encontramos problemas científicos) –es cuando comenzamos a construir oraciones, no para la vida práctica, sino bajo la influencia de ciertas analogías del lenguaje”.

Si no es peligrosa la confusión filosófica que nos provoca el lenguaje, ¿es importante superarla? Kenny, basándose en su estudio de la obra del filósofo-místico, trata de exponer la respuesta que daría Wittgenstein: “Una persona ordinaria, un ser humano simple al que no le interesa la filosofía tiene, como usuario del lenguaje, una tentación hacia todo tipo de malentendidos filosóficos. Si tiene suerte éstos no le dañarán en manera alguna; ciertamente no lo dañarán cuando lleva a cabo su tarea cotidiana. Sin embargo está propenso a sufrir de dos maneras. Primeramente, el hombre común es vulnerable a las persuasiones de los malos filósofos y de los malos científicos (...) Sin la filosofía uno está indefenso ante ese tipo de persuasión seudocientífica. En segundo lugar, no sólo es vulnerable el hombre común de esa manera, sino que es débil de otra forma. No está calificado para hacer ninguna investigación científica, pues una vez que investigue algo científicamente, los errores filosóficos comenzarán a importar (...) además de ser vulnerable para el seudocientífico, el hombre común es vulnerable a la mala mitología”. Kenny pone como ejemplo de mala mitología a la doctrina del chivo expiatorio, señala también que las cosas pueden empeorar si, además, la mala mitología es transformada en teología, y posteriormente en “ciencia”. En resumen, para Kenny hay tres áreas de peligro para quienes no se someten a terapia filosófica: “el nivel mítico, el nivel hipermítico o teológico y el nivel científico”.

¿A qué se refiere cuando escribe sobre “ese tipo de persuasión seudocientífica”? Explica que un psicólogo, a partir de “mitos sobre el proceso mental”, podría construir una doctrina sobre la forma de educar a los niños. Son vulnerables a ese tipo de seudociencias las personas que no reciben terapia filosófica.

Esto me recuerda algo sucedido en México. Hagamos un paréntesis para comentarlo y que pueda verse claramente el peligro de dicha persuasión. Transcribo la nota tal y como apareció en el número cinco (segundo trimestre de 1996) de la revista Razonamientos.


Fracasa una estafa

Con uno de los lemas de L. Ronald Hubbard: “Salva un niño y salvarás la nación”, integrantes del Centro de Técnicas de Estudios que lleva el nombre del fundador de la iglesia de la Cienciología o Dianética (que ellos califican como “ciencia moderna de la salud mental”) lanzaron algo denominado como “Campaña Mexicana para Mejorar el Estudio”. Ello sucedió a finales de enero del año en curso. Para ello se realizó un festival en la Plaza Benito Juárez de la isla de Cozumel y estuvieron presentes Sofía Leticia Morales, representante del titular de la Secretaría de Educación Pública (SEP), el senador Heberto Castillo, Miguel Ángel Islas Chio, presidente de la comisión de educación de la cámara de diputados y la propia presidenta del Centro de Técnica de Estudios L. Ronald Hubbard, entre otros. Esta última, Eugenia Garrido de Nieto, dijo que la campaña comprendía la intención de difundir a través de la SEP el libro Manual básico de estudio, de Hubbard, texto basado en las ideas seudocientíficas de ese gurú. La presencia de las autoridades mencionadas, así como el acercamiento que tuvieron los promotores de esta secta con directivos de gobiernos estatales como el del Estado de México y el secretario de Educación de Jalisco, Efraín González Luna, a quien el proyecto le pareció extraordinario, de la Universidad Iberoamericana y del Sindicato de Trabajadores de la Educación, hacía muy probable la consecución de tal objetivo. Tan probable era que incluso ya se habían capacitado a 1 200 maestros del Estado de México, teniendo previsto capacitar en dos años a los 850 000 del país.

La reacción de la sociedad civil, sin embargo, fue inmediata y apabullante. Se difundió en programas de radio y en periódicos, información sobre la peligrosidad de la Dianética como secta destructiva, lo erróneo de las ideas de Hubbard sobre el funcionamiento de la mente y por ende la inconveniencia de promover el manual de estudio mencionado. Algunos dianéticos llegaron a amenazar por supuesto. Entre los comunicólogos que participaron en esta denuncia, estuvieron: Humberto Musacchio, Alfredo Jalife, Julieta Paz Mojica, Raúl Macín, Juan A. Vizzuet y, por parte de la Asociación Mexicana Ética Racionalista (AMER), Mario Méndez Acosta. Asimismo, en la conferencia del mes de febrero organizada por la AMER en el Club de Periodistas, cuyo tema fue el fundamentalismo, el propio público propuso redactar una carta de protesta enviándola a las principales autoridades en materia de Educación y fue publicada en el periódico El Financiero.

La Secretaría de Educación Pública en un gesto de gran seriedad, que habla muy bien de su secretario Miguel Limón Rojas, emitió finalmente un dictamen que pone las cosas en su lugar, señala lo erróneo y falso de la premisa hubbardiana y desarticula el intento de los discípulos de Hubbard –discípulo a su vez del conocido satanista Aleister Crowley, y maestro nada menos que del multiasesino Charles Manson- de infiltrar las torvas ideas del sectario estadunidense en la mente de la juventud mexicana.


Progreso

En la parte final de su escrito Kenny reflexiona sobre el progreso en filosofía. ¿Por qué la filosofía no progresa en la misma forma en que lo hace la física? ¿Progresa la filosofía como lo hace la ciencia o el arte? ¿Qué diferencias y qué semejanzas hay en el progreso de estas disciplinas?

¿En qué se parece la filosofía a la ciencia y al arte? Kenny explica:

“La filosofía, por una parte, parece ser como una ciencia en tanto que uno está en búsqueda de la verdad; parece que hay verdades que se descubren en filosofía (...) uno tiene la emoción de pertenecer a un proceso en marcha, cooperativo, acumulativo, a la manera en que le pasa al científico y, por tanto, uno tiene la esperanza de poder aportar una mínima contribución propia para la construcción del gran edificio. Por otra parte, la filosofía parece tener el atractivo de las artes, de las disciplinas humanísticas, en tanto que las obras clásicas de la filosofía no envejecen. (...) Así, la filosofía parece atractiva en tanto que combina el ser una disciplina en busca de la verdad, en la que se descubren cosas como en una ciencia, con el ser una disciplina humanística en la que, como en la literatura, una gran obra no envejece.”

En tres entradas anteriores resumí “La estructura de las revoluciones científicas”. Thomas Kuhn analiza el término “progreso” en disciplinas como la filosofía y el arte. Entonces se pregunta ¿Por qué se considera que no progresa la filosofía? “...ello no se deberá a que las escuelas individuales no progresen. Más bien, debe ser porque hay siempre escuelas en competencia, cada una de las cuales pone constantemente en tela de juicio los fundamentos mismos de las otras.”

¿Y qué hay con respecto al progreso en la ciencia? Lo que Kuhn hace en su obra es proponer un modelo de progreso diferente al que normalmente se presenta: el de acumulación constante. Y este modelo equivocado tendría su origen en la forma en que se transmite el conocimiento científico a los estudiantes.

En las disciplinas artísticas los jóvenes tienen contacto con las obras de los artistas de cualquier época y los manuales son secundarios en su educación, en la filosofía pasa lo mismo: los estudiantes leen directamente la obra de los filósofos de épocas anteriores; en la ciencia los jóvenes aspirantes no tienen contacto con la obra de los antiguos científicos y los libros de texto son fundamentales para su educación. Escribe Kuhn: “Después de todo, ¿por qué debe el estudiante de física leer, por ejemplo, las obras de Newton, Faraday, Einstein o Schrödinger, cuando todo lo que necesita saber sobre esos trabajos se encuentra recapitulado en forma mucho más breve, más precisa y más sistemática en una serie de libros de texto que se encuentran al día?”

Sobre el concepto de progreso en filosofía, Wittgenstein escribió:

“Siempre se oye decir a la gente que la filosofía no progresa y que los mismos problemas filosóficos que ya preocupaban a los griegos aún nos preocupan hoy. Pero la gente que dice eso no entiende la razón por la que tiene que ser así. La razón es que nuestro lenguaje ha permanecido el mismo y siempre nos introduce a las mismas cuestiones. Mientras haya un verbo ‘ser’ que parece funcionar como ‘comer’ y ‘beber’; mientras haya adjetivos como ‘idéntico’, ‘verdadero’, ‘falso’, ‘posible’; mientras la gente hable del paso del tiempo, de la extensión del espacio y demás; mientras todo esto suceda, la gente siempre se topará con las mismas dificultades molestas y siempre fijará la mirada en algo que ninguna explicación parece ser capaz de eliminar”.

Kenny compara el progreso en la filosofía con el progreso en la expansión de pi: “los matemáticos han hecho grandes progresos desde los días de Pitágoras (...) Sin embargo, en otro sentido, no hay progreso, no están más cerca del fin de la expansión de pi de lo que lo estuvo Pitágoras...” Más adelante agrega que cada época tiene sus enfermedades filosóficas que enfrentar.

Wittgenstein consideraba que si una investigación científica se realizaba de forma correcta, entonces no tenía por qué repetirse; esto no pasa en filosofía. ¿Por qué?

Habría dos maneras de ver la investigación filosófica: la filosofía como actividad colectiva e histórica y la filosofía como algo personal, es decir, como algo que necesita hacer cada individuo.

Sobre la filosofía como algo que debe realizar cada individuo, Kenny escribe: “La filosofía es algo que cada uno debe hacer por sí mismo; una actividad que es, esencialmente, no tan sólo de manera accidental, un luchar en contra de las propias tentaciones intelectuales. Es claro que esto no puede ser algo que lo haya hecho, de una vez y para todas, la raza humana en el siglo XVII y luego no necesite volver a hacerse. (...) En el caso de curar una enfermedad individual o en el caso de una disciplina mental, no se puede decir que una vez que se ha hecho no necesita hacerse de nuevo. Debe hacerse para cada persona de nuevo; de esa manera, todo el mundo tiene que comenzar nuevamente y no hay progreso”.


Rompiendo los votos de silencio

Wittgenstein con su Tractatus ya había resuelto todos los problemas de la filosofía, nada más tenía que agregar, estaba curado; cuando termina la Primera Guerra Mundial, en lugar de regresar a la universidad, decide hacerse maestro de escuela elemental...

L. E. J. Brouwer viaja a Viena y da una conferencia titulada “Matemáticas, ciencia y lenguaje”. Después de la conferencia Wittgenstein, Friedrich Waismann y Herbert Feigl deciden tomar un café. Feigl comenta: “fue fascinante contemplar el cambio experimentado por Wittgenstein esa noche... esa velada marcó el retorno de Wittgenstein hacia el enorme interés que había sentido anteriormente por la actividad filosófica” Ray Monk escribe: “Puede que la conferencia de Brouwer no convenciera a Wittgenstein de que el Tractatus era un error, pero pudo haberle llevado a pensar que, después de todo, su libro no era la última palabra sobre el tema. De hecho, quizá había algo más que decir.” ¿Necesitaba Wittgenstein más terapia filosófica?, ¿a qué tipo de terapia recurriría?

En 1929, Wittgenstein rompe el silencio: regresa a Cambridge (había salido en 1913). Hubo algunos problemas. Jullian Bell (estudiante) escribió lo siguiente en la revista estudiantil The Venture:

Wittgenstein rompe sus reglas:

Pues él dice absurdos, numerosas afirmaciones hace
Siempre su voto de silencio rompe
De ética y estética habla noche y día,
Y de las cosas dice si son buenas o malas, erróneas o acertadas

Domina todas las conversaciones

...¿quién, en cualquier materia, ha visto alguna vez
a Ludwig abstenerse de dar cátedra?
En todas las reuniones nos calla a gritos.
Y detiene nuestra frase tartamudeando la suya;
discute sin cesar, áspero, airado y con voz sonora,
seguro de que tiene razón, y de su rectitud orgulloso,
tales defectos son comunes, compartidos por todos en parte,
pero Wittgenstein pontifica sobre el Arte.



Referencias

Kenny, Anthony. “El legado de Wittgenstein”. Siglo Veintiuno editores. México. 1990.
Monk, Ray. “Ludwig Wittgenstein. El deber de un genio”. Editorial Anagrama. Barcelona. 2002.
Kuhn Thomas. La estructura de las revoluciones científicas. Fondo de Cultura Económica. México. 1975.