viernes, agosto 08, 2008

Las tradiciones organicista, hermética y mecanicista durante la revolución copernicana


La búsqueda de la piedra filosofal

“Su piel amarillenta apenas si cubría la red de músculos y vasos sanguíneos. Su cabello era largo y sedoso, sus dientes muy blancos, pero todo ello no lograba más que realzar el horror de los ojos vidriosos, cuyo color podría confundirse con el de las pálidas órbitas en las que estaban profundamente hundidos, lo que contrastaba con la arrugada piel del rostro y la rectilínea boca de negruzcos labios.”

Tal era el aspecto de la creación de aquel filósofo de la naturaleza. El doctor Víctor había estudiado y trabajado arduamente para lograr su objetivo: tener poder sobre la vida y la muerte. Logró llegar a su meta una lluviosa madrugada del mes de noviembre; sin embargo, lejos de sentir felicidad, el terror se apoderó de él.

Sólo una pequeña vela a punto de consumirse iluminaba aquel salón, sin embargo, fue suficiente para que Víctor pudiera observar su obra. Le vio abrir los ojos, respirar y mover sus miembros.
El doctor huyó sin saber que al hacerlo el dolor y el sufrimiento comenzarían a expandirse. La historia podría haber sido diferente si hubiera actuado de forma responsable, si se hubiera hecho cargo de la criatura a la que había dado vida.

Por supuesto nos referimos al doctor que imaginara Mary Wollstonecraft Shelley: Víctor Frankenstein. ¿Por qué hay quienes consideran que Frankenstein o El moderno Prometeo es la primera novela de ciencia ficción? Porque –tal y como la misma autora explica- es la ciencia y no la magia lo que permite al Dr. Víctor retar a la muerte. Shelley hacía referencia a los trabajos del investigador Erasmus Darwin, abuelo del autor de El origen de las especies (también hacía referencia a “otros escritores científicos alemanes”, pero no especificó de quienes se trataba).



Uno de los rasgos más importantes de la personalidad de Víctor Frankenstein es su curiosidad, de hecho, esa curiosidad está entre sus primeros recuerdos: “El mundo era para mí un secreto que aspiraba a descubrir. La curiosidad, la más tenaz investigación de las leyes secretas de la naturaleza y la alegría que me embargaba al encontrarlas, son, en efecto, las primeras sensaciones de las que guardo memoria.”

Frankenstein se recuerda a sí mismo como un jovencito cuya violencia encontraba una salida en sus deseos de aprender: “Eran los secretos del cielo y de la tierra los que quería descubrir y, tanto si me interesaba por la sustancia exterior de las cosas como si lo hacía por el lado oculto de la naturaleza o por el misterio del alma humana, mis investigaciones estaban siempre encaminadas hacia la metafísica o, en su expresión más elevada, hacia los secretos físicos del mundo.”

Pero ¿en qué momento entró la filosofía natural a su vida? Cuando descubrió la obra de Cornelius Agrippa. Posteriormente encontró los trabajos de Paracelso y de Alberto el Grande.

Para Frankenstein aquellos escritos se convirtieron en un tesoro. En cambio, las obras de los científicos de su tiempo le parecieron aburridas: “Se ha dicho de Sir Isaac Newton que, frente al gran océano inexplorado de la verdad, se sentía como un niño que recogiera pequeñas conchas en la playa. Aquellos de sus sucesores que se enfrascaron en las diversas ramas de la filosofía natural y que yo había leído, aparecían a mis ojos infantiles como dedicados a una tarea semejante.”

Víctor se convirtió en autodidacta y se lanzó a la búsqueda de la piedra filosofal y el elixir de la vida. Comenzó a soñar con la gloria que podría lograr en caso de “liberar al organismo humano de la enfermedad y hacer del hombre un ser invulnerable a todo menos a la muerte violenta (...) Fue así como, por un tiempo, me entregué a los sistemas alquimistas, mezclando como un no iniciado multitud de datos contradictorios, pataleando desesperadamente en un auténtico maremágnum de disparatados conocimientos, acicateado por una imaginación desenfrenada y un razonamiento infantil.”

Tenía alrededor de quince años cuando fue testigo de una tempestad de increíble violencia. Un rayo alcanzó un árbol, y al día siguiente una persona le explicó cuestiones de electricidad. Un cambio importante se produjo en Frankenstein: “Lo que nos explicó tuvo la virtud de relegar considerablemente a Cornelius Agrippa, Alberto el Grande y Paracelso, los antiguos maestros de mi imaginación. La desmitificación de mis ídolos arrebató todo interés a mis habituales experimentos, me parecía que ya nada podía ser descubierto. Por uno de estos caprichos del espíritu a los que, sin duda, somos más vulnerables en la juventud, abandoné todas mis antiguas actividades. Consideraba que la filosofía natural y cuanto la rodeaba no era más que una deforme creación, un aborto. Esta pretendida ciencia, pensaba yo, jamás podrá superar el nivel más bajo del auténtico conocimiento y, movido por este estado de ánimo, me lancé hacia las matemáticas y las ciencias que se relacionaban con ella, pues, era evidente, aquellas materias estaban basadas en fundamentos ciertos y eran, por lo tanto, dignas de consideración.”

Al año siguiente el joven Víctor fue enviado a la universidad. Dos hechos marcaron entonces su terrible destino: La muerte de su madre y su encuentro –ya en la universidad- con un profesor dedicado a la filosofía natural.

En la universidad Víctor platica sobre sus lecturas favoritas y el profesor Krempe muestra su disgusto. “¿Realmente ha dedicado su tiempo a semejantes estupideces? (...) Jamás hubiera podido creer que descubriría, en nuestro científico siglo, a un anacrónico discípulo de Alberto el Grande y de Paracelso. Amigo mío, no queda otra solución que comenzar por el principio.”, comenta Krempe. Así es como Víctor recibe una relación de obras de filosofía natural.

Los pensamientos y sentimientos de Víctor se van modificando. Al inicio ve con aburrición las obras que le recomendaron, aquellos trabajos le siguen pareciendo inferiores a los de los alquimistas; pero un día escucha las palabras que terminarán turbando su alma, las palabras del señor Waldman, quien se dedica a la química:

“Los antiguos maestros de esta ciencia prometían lo imposible sin conseguir nada. Los científicos modernos prometen poco; saben que los metales no pueden ser transmutados y que el elixir de la vida es una quimera. Sin embargo, estos filósofos cuyas manos parecen servir tan sólo para hurgar en la suciedad y manejar el microscopio o el crisol, han conseguido auténticos prodigios. Se introducen en las profundidades de la naturaleza y averiguan sus secretos motores. Han descubierto el firmamento, el principio de la circulación sanguínea y la composición del aire que respiramos. Han logrado poderes nuevos casi ilimitados, dominan el rayo, determinan los terremotos y descubren, algunas veces, aspectos del mundo invisible.”

Aquel discurso hizo arder su alma. Estudiaría, haría grandes descubrimientos... Se convirtió en discípulo de aquel químico, conoció el laboratorio. Víctor, en aquel punto, ignoraba que se dirigía al abismo.


La figura de Isaac Newton

Para Augusto Comte hay tres estados por los que pasa el conocimiento:

1. Estado teológico o ficticio. Los hechos observados son explicados según hechos inventados, los fenómenos son causados por agentes sobrenaturales.
2. Estado metafísico o abstracto. Liga los hechos según ideas que no son ya en absoluto sobrenaturales por entero.
3. Estado científico o positivo. Es el modo definitivo de una ciencia cualquiera. Los hechos están ligados de acuerdo con ideas o leyes generales de un orden enteramente positivo, sugeridos o confirmados por los hechos mismos, y que con frecuencia no son sino simples hechos lo bastante generales como para convertirse en principios. Se procura reducirlas siempre al menor número posible, pero sin instituir ninguna hipótesis que no sea de naturaleza comprobable algún día por la observación, y no considerándolas en todos los casos más que como un medio de expresión general de los fenómenos. En este estado ya no se buscan nociones absolutas, se renuncia a buscar el origen y destino del universo, no se buscan las causas íntimas de los fenómenos; sólo se buscan leyes efectivas.

El mismo Comte afirmaba que la experiencia personal puede mostrar los tres estados: en la infancia se suelen imaginar seres mágicos, en la juventud se buscan causas permanentes pero imaginadas, en la madurez se observan los hechos y se trata de descubrir sus leyes.

Comte sugería revisar la historia de la astronomía, la física, la química y la fisiología para ver que su interpretación de los estados del conocimiento es correcta. De igual forma, consideraba que la política ya había pasado por las dos primeras etapas y que estaba lista para pasar a la tercera y definitiva (en política, el estado teológico es el de los reyes, la doctrina de los pueblos corresponde al estado metafísico, en el estado positivo la burguesía está en el poder), “la política está llamada a convertirse en una ciencia positiva”.

Para Comte el estudio de la filosofía positiva debe seguir el siguiente camino: matemática, astronomía, física, química, fisiología y física social.

Por otro lado, en cada estado se hace filosofía de formas distintas: “La primera (teológica) alcanza su meta cuando se sustituye la acción providencial del ser único a las numerosas divinidades que antes había imaginado, es decir, con el monoteísmo cristiano. De igual suerte, la filosofía metafísica obtuvo su término al concebir, en lugar de diversas entidades particulares, una gran entidad general, o sea la naturaleza considerada como la fuente única de los fenómenos (su apogeo sería, pues, el panteísmo materialista). Así también la filosofía positiva llegará a su perfección al poder representar todos los fenómenos bajo un solo hecho general, por ejemplo, la gravitación: Ejemplo admirable de explicación positivista es, la ley de Newton sobre la atracción universal, que permite unificar todos los fenómenos astronómicos bajo esa ley.”

Comte era un admirador del autor de los Philosophiae Naturalis Principia Mathematica. Newton era el representante supremo del estado científico del conocimiento de la naturaleza. Vimos en la primera parte la forma en que el profesor Krempe se asombra y molesta ante las lecturas predilectas de Víctor Frankenstein. ¿Alquimistas? ¡Basura! Si un personaje pudo sacar por la puerta trasera del conocimiento auténtico a semejantes charlatanes, ese fue Isaac Newton. Pero ¿tal interpretación es correcta?

Charles Webster, en su texto De Paracelso a Newton, explica: “Uno de los resultados principales de la forma como se ha desarrollado la historia de la ciencia en el presente siglo (siglo XX) ha sido la introducción de una barrera entre las culturas de Paracelso y Newton (...) Nuestra imagen de Newton está firmemente asociada con los valores de la Ilustración y del mundo moderno, mientras que el nombre del enigmático e inaccesible Paracelso conlleva la extraña asociación de una mente torturada que lucha de manera infructuosa por escapar de los laberintos de los siglos oscuros (..) existe la tendencia a generalizar las diferencias entre la oscura época del precopernicanismo y la Ilustración del newtonismo.”

Webster considera erróneo considerar una perfecta correlación entre el surgimiento de la ciencia y la declinación de la magia.


¿Qué hubiera pensado Comte en caso de haber podido dar un vistazo a los documentos alquímicos y teológicos de Newton? En la ciencia de Newton coexistieron los tres estados propuestos por Comte, de hecho existieron durante toda la llamada revolución científica; de tal forma que el modelo de los tres estados se muestra más bien inadecuado para comprender este periodo de la historia de la ciencia.

Recordemos que John Maynard Keynes, a diferencia de lo que los historiadores habían pensado hasta hace más bien poco, escribió que Newton no fue el primero de la Edad de la Razón, sino el último de los magos, el último niño prodigio a quien los magos le podrían haber rendido un sincero y apropiado homenaje.
¿Por qué llamarlo mago? “Porque contemplaba al universo y todo lo que en él se contiene como un enigma, como un secreto que podía leerse aplicando el pensamiento puro a cierta evidencia, a ciertos indicios místicos que Dios había diseminado por el mundo para permitir una especie de búsqueda del tesoro filosófico a la hermandad esotérica. Creía que una parte de dichos indicios debía encontrarse en la evidencia de los cielos y en la constitución de los elementos, y la otra en ciertos escritos y tradiciones transmitidos por los miembros de una hermandad, en una cadena ininterrumpida desde la original revelación críptica, en Babilonia. Consideraba al universo como un criptograma trazado por el Todopoderoso...”

El profesor Krempe se sorprendía de encontrar en Frankenstein a un discípulo de Paracelso. Krempe ignoraba que aquel alquimista había influido en el propio Newton. Charles Webster, en el libro ya mencionado, afirma que Paracelso y Newton no vivieron en mundos intelectualmente ajenos, que las ideas del primero no se volvieron anticuadas con el surgimiento de la filosofía mecanicista en el siglo XVII.
Por otro lado, Frank E. Manuel dice: “Cuanto más se examinan las obras teológicas, cronológicas y mitológicas de Newton como un todo, puestas a la par de su ciencia, más claro se observa que en sus momentos de grandeza se vio a sí mismo como el último de los intérpretes de la voluntad de Dios en acción, viviendo en la víspera de la consumación de los tiempos.”

Otros personajes que protagonizaron la revolución copernicana -como Kepler- también se dedicaron a cuestiones esotéricas, alquímicas y teológicas. En suma, Krempe se habría sorprendido de enterarse de que Newton –el racionalista y mecanicista, el más grande científico de la historia, el filósofo que culminó la transformación intelectual que dio nacimiento a la ciencia moderna- tenía como meta unir la teología, la alquimia y la filosofía natural. La historia de la ciencia debe ser revisada...


Hacia una mejor comprensión de la revolución copernicana

Recordemos un poco la obra de Thomas Kuhn: La estructura de las revoluciones científicas.
Una cosa es la cronología y otra la historia. Y la historia de la ciencia no ha podido escribirse de forma correcta debido a que no se han hecho las preguntas adecuadas, hasta ahora las preguntas se han hecho siguiendo el estereotipo surgido de los libros de texto científicos. De estos libros se saca la conclusión de que la ciencia es progresiva y acumulativa.

Pero esta manera de hacer historia es cada vez más difícil. Ver a la ciencia como una empresa acumulativa pone en serias dificultades a los historiadores. Existen ideas que ahora no son tomadas en cuenta por los científicos (las han desechado ya que se consideran erróneas) pero que en su momento formaron parte del conocimiento científico, “si esas creencias anticuadas deben denominarse mitos, entonces éstos se pueden producir por medio de los mismos tipos de razones que conducen, en la actualidad, al conocimiento científico. Por otra parte, si debemos considerarlos como ciencia, entonces ésta habrá incluido conjuntos de creencias absolutamente incompatibles con las que tenemos en la actualidad.”

Para Kuhn, la revolución historiográfica está iniciando. Los historiadores han comenzado “a trazar líneas diferentes de desarrollo para las ciencias que, frecuentemente, nada tienen de acumulativas”.

Lo que a fin de cuentas pretende Kuhn en su libro es mostrarnos una nueva imagen de la ciencia. Para Kuhn, como ya vimos en otro escrito, la ciencia avanza cambiando de paradigmas; el cambio de uno a otro, no es sino una ruptura.

Por su parte Elías Trabulse, en su libro Historia de la ciencia en México, llama simplista al modelo progresivo y acumulativo de la ciencia: “Su esquema formal es sencillo y fácil de captar en sus líneas generales. Su adopción, su adaptación y manejo tampoco resultan complicados. Su estructura lógica es cautivadora para cualquier mente filosófica, lógica o científica ya que nos es familiar en sus postulados y en sus conclusiones. Sin embargo, difícilmente resiste a la crítica cuando se ha analizado un período determinado de la historia de la ciencia o cuando se ha abordado el estudio de un tema cualquiera. La realidad del pasado científico de la humanidad parece ser más compleja por estar más sujeta a cierto tipo de variables hasta hace poco descartadas de los esquemas de la historiografía positiva. Aunque contemplamos en conjunto toda esa trayectoria científica del ser humano es obvio que los patrones positivistas se muestran inconsistentes al intentar definiciones generales a todos los períodos y a todos los lugares. En estos últimos años dentro de las diversas corrientes de la historiografía de las ciencias han comenzado a percibirse otras tendencias que no consideran a la ciencia como un saber puramente acumulativo y a su historia como el relato de ese proceso de acumulación.”

Trabulse hace un esbozo de algunas de esas otras interpretaciones. Mencionaré sólo los tres tipos de mentalidad científica que se distinguen durante la revolución copernicana: organicista, hermética y mecanicista.

El historiador no deja de señalar que estos tres tipos de mentalidad “representan evidentemente esquemas simplificados ya que desde el siglo XVI hasta mediados del XVIII, la simple confrontación de unos con otros produjo múltiples variantes e interrelaciones, así como diversos subgrupos y distintas escuelas de pensamiento. En realidad, la división convencional en tres tradiciones exclusivamente sólo intenta señalar que la revolución científica se dio en el contexto no de una sino de varias estructuras de pensamiento. Cada una de éstas tuvo su peculiar método de experimentación así como su propio lenguaje.”

Afirma que el método empírico privativo de la ciencia moderna fue desarrollado por las tradiciones hermética y mecanicista.

Sobre el lenguaje de cada una de ellas leemos lo siguiente: La tradición hermética tenía un lenguaje esotérico, tal lenguaje viene de la alquimia, la astrología y la ciencia de los números. El lenguaje de la tradición organicista es metafísico, sus conceptos (sustancia, accidente, materia, forma, esencia y existencia, por ejemplo) vienen de las concepciones aristotélicas. La tradición mecanicista empleaba un lenguaje claro y directo, éste se terminaría imponiendo, gracias en gran parte a las matemáticas.

Sobre este asunto del lenguaje, añade: “Muchas veces, sobre todo, dentro de la corriente hermética, los términos utilizados parecen estar cargados de magia, superstición y fantasía, pero un análisis más detallado y circunspecto puede revelar toda una interpretación de la naturaleza no carente de precisión y objetividad.”

El científico hermético se veía como un iniciado que debía descubrir los misterios del cosmos. “En esta labor había que buscar los enlaces ocultos, las tramas invisibles de los fenómenos, las relaciones numéricas y matemáticas que explicaban la armonía del cosmos, ya que los secretos del universo habían sido escritos por Dios en lenguaje matemático y místico. Toda esta concepción del mundo físico tuvo imponderables consecuencias en el campo de las ciencias. Figuras como Copérnico, Tycho Brahe y Kepler, en astronomía; Paracelso, Glauber y Van Helmont, en química y medicina; y Gilbert en física, no son sino unos cuantos nombres de relieve dentro de la gran cantidad de científicos que se sintieron atraídos por esta corriente, la cual, a simple vista, parecía ser la menos racional y lógica de las tres, pero que a la luz de sus contribuciones a la revolución científica del siglo XVII, bien pudiera ser que comparta, junto con las doctrinas mecanicistas, un lugar preeminente. Todavía quedan por evaluar las aportaciones de lo que podríamos denominar corriente hermético-mecanicista a la eclosión científica de ese siglo.”

Como más arriba señalaba, la corriente mecanicista se impuso en todas las ramas de la ciencia. “Sus demostraciones eran claras y matemáticamente impecables e inteligibles. A ella se adscribieron figuras como Galileo, Mersenne, Descartes y Newton, aunque cabe señalar que a veces en la obra de estos sabios apuntan destellos herméticos que resultan interesantes. El rigor y claridad de sus trabajos hizo que los paradigmas mecanicistas triunfaran definitivamente hacia mediados del siglo XVIII. Desde entonces las ciencias se rigen en base a sus hipótesis y teorías.”

Charles Webster trata de comprender la forma en que coexistieron en el pensamiento de los filósofos de la naturaleza las profecías, la demonología, la cosmología, la alquimia, la medicina, la teología, la brujería y la física.

Webster afirma que hay varias teorías que tratan de explicar el interés que los científicos de aquella época tenían en lo esotérico; una de esas teorías hace referencia a la personalidad de los filósofos de la naturaleza, se les acusa de ser inconsistentes en la práctica del ideal ilustrado. No está de acuerdo: “Es más realista aceptar la duración de la influencia de figuras como Paracelso y reconocer que los científicos de generaciones posteriores no consideraban por fuerza las ideas de la tradición no mecanicista como reliquias de una edad oscura fuera de moda y científicamente improductiva. Sólo hasta hace poco los historiadores de la ciencia, debido en gran medida a estímulos externos, han comenzado a darse cuenta de las desventajas que significa para su profesión eliminar de la historia a figuras como Paracelso.”

REFERENCIAS

Shelley Mary, Frankenstein, Plaza & Janes, España, 1995.
Comte Augusto, La filosofía positiva, Editorial Porrúa, México, 2003.
Webster Charles, De Paracelso a Newton. La magia en la creación de la ciencia moderna, Fondo de Cultura Económica, México, 1993.
Varios Autores, Newton, Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología, México, 1982.
Kuhn Thomas, La estructura de las revoluciones científicas, Fondo de Cultura Económica, 1975, México.
Trabulse Elías, La historia de la ciencia en México, Fondo de Cultura Económica, México.

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