viernes, julio 22, 2005

EL FABRICANTE
(Primera parte)




Nota: Nada fácil ha resultado encontrar información acerca del origen de los dioses. Cierto es que existen muy distintas opiniones, también es cierto que muchos negarán lo que a continuación daré a conocer; sólo puedo decir que nada he inventado. Ninguno de los documentos que doy a conocer es producto de mi imaginación. ¿Cómo llegó a mis manos el diario del fabricante? Lo único que por ahora puedo decir es que se trató de un accidente, también accidental fue el haber encontrado los códigos y las claves para comprender los objetivos y las metas de las divinidades. ¿Puede alguien imaginar algo más importante y trascendente que tener acceso a la información que pone al descubierto el verdadero origen de los dioses? Es más sencillo asimilar el contenido de los siguientes documentos si se acompaña la lectura con una botella de mezcal.



Extracto del primer capítulo del diario de Papadópulos






El ser humano se halla a medio camino entre los dioses y las bestias.
Plotino.


Nací sin el permiso de los dioses.

Por ello es que siempre me han mirado con recelo, con odio.

No sé por qué detestan a un pobre hombre si siendo dioses ellos, nada les podría yo hacer.

Mi madre jamás se resignó a considerarme un enemigo de los dioses e intentó por todos los medios acercar mi alma a la religión. Pero los hombres proponen y los dioses disponen...

La aversión profunda de mi alma hacia lo sagrado es, con toda seguridad, producto de la voluntad divina, y la razón de ella es un misterio insondable. Mi destino había sido ya escrito aun antes de mi nacimiento. Ni mis padres ni mis abuelos habían llegado a este mundo cuando los dioses habían ya escrito la terrible historia.

Recibí la preparación adecuada para acercarme por vez primera a los dioses a esa edad en la que se considera que un niño es lo suficientemente maduro como para entender la importancia de comerse al Hijo de los dioses, a aquél que, dicen, se sacrificó por la humanidad y por causa de ésta fue humillado y asesinado en una cruz después de recibir la más pavorosa de las golpizas.

Yo aún no sabía bien a bien lo de mi enemistad con los dioses e ingenuamente acudí a recibir la primera comunión; mi madre lloraba a mares, por mi gran ingenuidad malinterpreté su llanto, supuse que gemía de la emoción y al verla me conmoví también hasta las lágrimas; tonto, ahora entiendo perfectamente aquella aflicción.

“El cuerpo de Cristo” dijo el sacerdote y después de un “amén” inaudible, recibí la tan ansiada carne del cordero. No lo soporté, su desagradable sabor se desbordaba de mi boca, tragué aquel fragmento de filete divino y mi cuerpo no soportó aquel veneno, rápidamente reaccionó ante la presencia de aquella repugnante sustancia y vomité ante el altar y a los pies del Padre la putrefacta carne.

Aquello causó temor e indignación entre los asistentes a la ceremonia, pero no dijeron nada, aquello fue interpretado como una señal de los dioses mismos. Para las divinidades yo era un monstruo, para la sociedad también lo era, y por supuesto para mí mismo.

Sin embargo, aquella ostia, que dejaba escapar un olor nauseabundo y que a la sola mirada producía repugnancia, a mí de pronto me pareció indefensa, imaginé que se trataba del mismo Cristo golpeado, herido hasta los huesos, tirado pidiendo compasión, tendido en el suelo con sus carnes pudriéndose, el Hijo de los dioses convertido en un festín para cientos de gusanos que disfrutaban de lo que no es digno de ellos.

Como si de una revelación se tratara comprendí que en aquel vómito se encontraba el Cordero que quita el pecado del mundo; formaba parte de aquella sustancia... Para encontrarlo sólo había que destilar aquella apestosa entidad.

Por ello es que me arrodillé, para intentar recoger al Hijo del hombre y colocarlo en su lugar: el altar principal.

Ni que decir que aquel gesto nacido de mi infantil ingenuidad fue tomado con escándalo, como si de una blasfemia se tratara. El sacerdote-hechicero que antes había sido capaz –después de decir las palabras mágicas, después de los abracadabras precisos- de meter al propio Cristo en una ostia, era ahora incapaz de verlo en mi vómito, era incapaz de ver más allá de las apariencias y como loco gritó que saliera del templo, que dejara de blasfemar con las palabras que salían de mi sucia boca: “Nuestro dios-hijo está ahí, debemos colocarlo en su nicho, debemos venerarlo, no podemos permitirnos el dejarlo en el suelo como si de basura se tratase”.

“Lárgate” era lo único que atinaba a decir el mago-sacerdote, tal vez eran las palabras para otro conjuro.

-Si tiene usted el poder de meter a Cristo en la ostia entonces tiene el poder de sacarlo de mi vómito.

-Cristo no está en tu cochinada. ¡No blasfemes en la casa de los dioses!

-¡Ahí está!, ¡está ahí!, ¿no lo pueden ver?, Cristo está en mi vómito.

El sacerdote-brujo, que no tenía tantos poderes mágicos como pretenden todos los de su especie, me tomó de una oreja y abriéndose camino entre la multitud me sacó del templo.

“No vuelvas a poner tus malditos pies en esta iglesia, no manches con tu presencia lo que pertenece a los dioses, eres el mismísimo hijo de la maldad, eres un verdadero demonio.”

Mi madre no me dirigió la palabra durante toda una semana, y no porque me detestara o algo por el estilo, ella sabía perfectamente que mi maldad no era sino la voluntad de los dioses, sabía que nada existe que no haya sido el producto de la voluntad divina; según me confesó después, si no me habló por todo ese tiempo fue debido a que su alma no tenía la fuerza suficiente para hacerlo, y es que ninguna madre podría soportar el comprobar el origen maligno de su hijo querido.




Extracto del segundo capítulo del diario de Papadópulos


No eres un simple mortal.

La frase quedó grabada en mi cerebro desde que mi madre la soltó minutos antes de morir.

No me llevaré el secreto a la tumba, tienes derecho a saber tu origen.

Desvaríos de moribundo, ¡pobre madre mía!, mi sucia alma la ha atormentado todos estos años.

Al igual que Jesús... eres un híbrido: mitad hombre y mitad dios.

Escuché en silencio sus necias palabras ya que es sumamente idiota discutir con quien está a punto de abandonar este mundo.

Eres joven y tienes que ajustar cuentas con los dioses, seguramente cumplirás una misión, un dios no viene a este mundo a perder su tiempo.

Pretender que mi origen era divino resultaba lo suficientemente cómico como para no parar de reír en años, en ese momento me imaginé ocupando el lugar de Cristo en la cruz; ahí estaba yo -vestido como un payaso, con mi cara pintada de brillantes colores y sufriendo por no contar con un poco de agua- crucificado en medio de las tinieblas y la gente a mi alrededor riendo y no llorando.

Siempre quise pensar que todo lo vivido 15 años atrás había sido una pesadilla, una alucinación sin más sustancia que la de los sueños.

De éter, la sustancia de los sueños, es que estaban hechas las fantasías que me narraba en sus últimos instantes mi madre.

“¡Salve, muy favorecida! El Señor es contigo: bendita tú entre las mujeres. No temas, porque has hallado gracia a los ojos de los dioses. Y he aquí, concebirás en tu seno, y parirás un hijo. El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la virtud del Altísimo te hará sombra; por lo cual también lo no-Santo que nacerá, será llamado hijo de los dioses.” Me dijo un mensajero del Olimpo y yo, que no conocía varón, me vi de pronto rodeada por la fuerza invisible pero lujuriosa que es el Espíritu Santo, el mensajero divino que con engaños se encarga de embarazar doncellas para sus congéneres; y por medio de una autentica violación divina es que fuiste concebido. Pero te amé desde que imaginé tu existencia, tal y como María amó a Jesús a pesar de haber sido el producto de una humillación tan grande como lo es una violación.

Las lágrimas estuvieron a punto de nacer, mi madre, mi adorada madre estaba sumida en nebulosos universos, aún no había abandonado este mundo pero hacía mucho que había abandonado la realidad.

No tiene importancia narrar lo que después dijo, pues lo más importante quedó ya escrito, con una fantasía incomprensible es que mi madre cerraba para siempre sus ojos...

Me desengañé algunos años después.

Para bien o para mal, aquello no era una fantasía.

NO ERES UN SIMPLE MORTAL.

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