lunes, julio 25, 2005

Los peligros de la ciencia ficción


La leña arde y los jóvenes reunidos se dejan deslumbrar por los espectros que recorren aquel lugar. La Villa Diodati, en Ginebra, Suiza, es visitada por espíritus que no han podido encontrar el descanso eterno, fantasmas que resultan al mismo tiempo terroríficos y atrayentes. La lluvia no cesa y aquellas visitas del más allá tocan las fibras más sensibles de aquellos que han sido atrapados en la cabaña por el mal tiempo.

Un juego. Un reto. Crear una nueva historia, ¿quién de entre ellos será capaz de crear el relato más aterrador?
Las pesadillas del doctor Víctor se convirtieron en realidad una lluviosa madrugada del mes de Noviembre, el salón en el que se encontraba trabajando apenas era iluminado por una vela cuya vida llegaría a su fin en cualquier momento. La entelequia, la energía vital le sería arrebatada a la naturaleza, pero no para mal, al contrario, los deseos de aquel científico eran brindar felicidad y gozo al ser humano. Pero a aquel hombre, cuyo terrible aspecto no iba de acuerdo con la apariencia que cualquier filósofo de la naturaleza debería tener, el destino no le tenía reservada la felicidad.

Dos fueron las obras que comenzaron a gestarse en aquellas reuniones en la Villa Diodati: Frankenstein o el Moderno Prometeo (1818), de Mary Wollstonecraft Shelly; y El vampiro, de William Polidori.

¿Quién, al escuchar el nombre de Frankenstein, no piensa de inmediato en el monstruo con tornillos en el cuello y una enorme cicatriz en la frente? Pero no fue el relato de Mary Shelly el responsable de esa imagen clásica, en su novela podemos encontrar apenas una descripción bastante breve acerca de la apariencia del hijo del doctor Frankenstein. El responsable de esa imagen fue el maquillista Jack Pierce, quien trabajara en la primera versión cinematográfica del Moderno Prometeo.

La mayor parte de los escritores de ciencia ficción afirma que el género comenzó con Frankenstein.

Y es que –como la misma autora deja claro- es la ciencia y no la magia lo que permite al Dr. Víctor retar a la muerte.

Shelly aseguraba que los acontecimientos que narraba estaban basados en los trabajos del investigador Erasmus Darwin, abuelo del autor de El origen de las especies.

Isaac Asimov comenta: “otros creen que Frankenstein debe considerarse más honestamente como una leyenda gótica en la tradición de El castillo de Otranto de Horace Walpole (1765). Ejemplos posteriores de lo que muchas veces se ha tomado como los primeros relatos de ciencia-ficción son las notables obras de Poe y Hawthorne, a las que se podría etiquetar como tales. Parece, pues, que deberíamos comenzar a hablar de verdadera ciencia-ficción a partir de Cinco semanas en globo de Jules Verne (1863). Verne escribió ciencia-ficción sin aderezos góticos, y fue la primera persona que se dedicó a ello casi exclusivamente, y como resultado obtuvo gran popularidad y riqueza. De hecho, 1863 parece una buena fecha para el comienzo.”

Sin embargo, más adelante presenta otra idea: la ciencia ficción –como un fenómeno masivo- comenzó con el primer número de Amazing Stories.

En 1923 la revista Science and Invention, dirigida por Hugo Gernsback, publica un número especial dedicado íntegramente a la ciencia ficción. Amazing Stories nace en abril de 1926, su editor era el mismo Gernsback, quien acuñó el término scientifiction. Gernsback también fue el responsable de Science Wonder Stories.

La palabra pulp se refiere al material con el que estaban elaboradas estas revistas: pasta de papel. Lejos está la verdadera literatura de publicarse en semejante material, ¿o no?

“La ciencia ficción es sólo algo con lo que se entretienen los adolescentes, pero ya se les pasará...”

¡¡No!! La ciencia ficción es mucho más que un simple entretenimiento pasajero. La ciencia ficción es capaz de perturbar nuestra paz, es capaz de conmovernos o trastornarnos, es capaz de hacernos reflexionar, cuestionar, soñar, proponer, quebrantar las normas, abrir nuestra mente a otras posibilidades...

Bruce Sterling escribió: “Somos Payasos Sabios que podemos saltar, dar cabriolas, hacer profecías y rascarnos en público. Podemos jugar con las Grandes Ideas porque el extravagante colorido de nuestros orígenes de revista barata nos hacen parecer inofensivos”.

Por su parte, Arthur C. Clarke dice que la ciencia ficción es la “única genuina droga que proporciona expansión a la conciencia”. En otra parte ha anotado que “Al trazar el mapa de los futuros posibles o imposibles, el escritor de ciencia ficción puede prestar un gran servicio a su comunidad. Estimula en sus lectores la flexibilidad mental”.

¿Qué sucede cuando los autores de ciencia ficción tocan temas tabúes?, ¿qué sucede cuando los escritores de ciencia ficción presentan obras en las que se cuestionan los “valores” de una sociedad?, ¿cómo reacciona el público cuando el “entretenimiento inofensivo” cuestiona el orden establecido?

¡Pero qué poco observadores son quienes creen que la ciencia ficción es un juego tonto! La literatura fantástica siempre ha impulsado la crítica, ha ensanchado nuestra visión, ha roto cadenas... Y es que más allá de la trama, de los viajes en el tiempo o de las múltiples formas en las que podría darse el encuentro con seres extraterrestres, mediante la ciencia ficción podemos explorarnos a nosotros mismos, examinar nuestros prejuicios, desmenuzar nuestros sueños, poner bajo el microscopio nuestros temores, colocar en la mesa de disección las sociedades que hemos construido.


En 1967 Harlan Ellison vaticinaba una revolución en la ciencia ficción; según cuenta, Visiones Peligrosas ocasionó las más distintas respuestas. Por un lado están quienes disfrutaron la lectura, por otro quienes tan sólo vieron un material ofensivo e irrespetuoso: “¡Que la maldición caiga sobre usted! La ciencia ficción tendría que ser algo hermoso”. Muchas exasperadas mamás, jefes de boy-scouts, profesores y clérigos, exigían “saber por qué los preciosos fluidos corporales de sus chicos habían sido polucionados con esa inmundicia de volumen”.

Religión, drogas, bancos de órganos y homoerotismo son algunos de los ingredientes que pueden encontrarse en Visiones peligrosas, antología –en tres volúmenes- coordinada por Ellison.

¿Cuáles son las más temibles formas de vida? ¿Aquellas que no comprenden que el amor y la libertad van de la mano? ¿Aquellas para las que sólo es posible amar siguiendo reglamentos? ¿Las que imponen su particular forma de entender el amor?

En Eutopía –relato que aparece en el segundo volumen de esta antología- Poul Anderson nos cuenta que un hombre llamado Iason Philippou ha despertado la ira de Ottar Thorkelsson, Legislador de Norlandia.

Un visitante de la Madre Patria, Europa, vino a Ernvik. Ottar Thorkelsson lo recibió con los brazos abiertos. En correspondencia, él hizo algo que sólo su muerte puede limpiar. Philippou no enfrenta a Ottar, decide huir, y para ello roba un auto.

Iason sabe que no está participando en un juego, su vida realmente está en peligro. Si Sócrates, sintiendo el frío de la cicuta, había sido capaz de dar sabios consejos a los jóvenes de Atenas, Iason Philippou podía ser capaz de examinar sus posibilidades. Porque aún no estaba muerto.

Así, el miedo no lo vencería, no dejaría de luchar por su vida porque tenía una razón para vivir. Amaba Eutopía, su país. También amaba a Niki, y Nikki aguardaba su regreso.

Iason logra cruzar la frontera, no habla del delito por el que es perseguido, oculta su identidad y aprovecha las leyes que rigen las relaciones entre los distintos pueblos.

Iason Philippou tiene la tarea de investigar las formas en que variaban entre sí las sociedades de las distintas Tierras. Así, a lo largo del relato aparecen comentarios acerca de las “bárbaras” costumbres de cada pueblo, sus tabúes, sus “ridículas” formas de vivir, sus creencias religiosas, etc. Pero las tradiciones y modas del pueblo al que pertenece Philippou son también criticables para los ojos de los otros pueblos. Al final reflexiona acerca de si es posible aprender algo de los pueblos supuestamente más atrasados.

Una vez que Iason logra llegar a Eutopía, está listo para olvidar a Leif Ottarson, aquel por el que había tenido que huir. Sólo había sido tentado en su soledad por un ligero parecido con su amor. Ahora estaba en casa. Y Nikki lo estaba aguardando. Nikki Demostheneou, el más hermoso y encantador de los muchachos.

Anderson comenta en su epílogo que las peores y más peligrosas formas de vida “son aquellas que no pueden tolerar nada que sea distinto a ellas”.

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