miércoles, diciembre 16, 2009

En febrero de 1997 Revista de revistas publicó un número dedicado a Los que se hablan con las estrellas: Carl Sagan y Marcello Mastroianni.

Aparecieron diez artículos sobre Sagan; participaron, entre otros, Rafael Fernández, Mario Méndez Acosta y Ricardo Guzmán Wolffer.

El presidente de la Sociedad Mexicana para la Investigación Escéptica amablemente nos comparte el texto con el que colaboró.


El camino de Sagan
Mario Méndez Acosta

La convicción de que el ser humano, y sobre todo el ciudadano común y corriente deben estar informados de todo lo referente a los hallazgos científicos sobre el universo que nos rodea, constituyó la idea esencial que impulsó todo el trabajo de divulgación de Carl Sagan. El astrónomo brooklyniano, recién fallecido, concebía al conocimiento como una especie de riqueza que debía repartirse equitativamente entre todos los humanos.

Pero Sagan también le tenía asignada a nuestra especie un papel mucho más importante que la de ser un agente pasivo o una simple espectadora en la evolución y desarrollo del cosmos: consideraba que también ella, así como todas las formas de vida que pueda haber en el universo, estaban destinadas a convertirse en un factor activo muy importante en su eventual destino. También consideraba urgente que la humanidad se fuera haciendo a esa idea lo más pronto posible, y que esta convicción guiase la visión del mundo de todas las generaciones venideras, pero sobre todo, la de la juventud actual.

Dicha visión incluye desde luego adoptar la idea básica de que toda la especie humana constituye un único grupo indivisible; un solo bando ante cualquier controversia o problema de nivel planetario. Sagan reconocía que las diferencias políticas, ideológicas y religiosas entre los distintos sectores de la humanidad tenían que ser totalmente accidentales, temporales e intrascendentes ante el papel futuro de la especie y que, por lo tanto, había que combatir toda tendencia que surja y que distraiga a la humanidad de esa misión cósmica, que la ponga en peligro de extinguirse por culpa de conflictos tribales, o que la haga retornar a alguna especie de nueva edad media, que implique el olvido de la ciencia y la tecnología.


Una de las cosas sobre la que le gustaba especular era acerca de lo que hubiera ocurrido si no se hubiese interrumpido el surgimiento de la ciencia en la época de la Grecia clásica, y sobre todo, si la misma se hubiese acompañado de un desarrollo tecnológico el cual nunca dejó de ser incipiente. Sagan estaba seguro de que, de no haberse apagado este destello de sabiduría gracias al surgimiento del idealismo platónico, hoy ya surcaríamos el espacio con rumbo a las estrellas.

El interés sobre el papel del ser humano en el cosmos se reflejaba también en su deseo de comprender cabalmente el surgimiento de nuestra especie, y de la vida en particular, así como conocer cómo ocurrió la evolución de nuestro cerebro y la aparición de la autoconciencia. Completaba este esquema el interés de Sagan por tratar de investigar sobre la existencia de vida extraterrestre, y sobre todo de civilizaciones tecnológicamente avanzadas. Tal vez en un futuro muy remoto sea por esta faceta de su trabajo por la que más se le recuerde.

Gracias a Sagan, y sobre todo a su prestigio y apoyo, se han llevado a cabo los programas de búsqueda intensiva de señales radiales de vida inteligente desde el espacio. Tales investigaciones son a veces tachadas de no científicas, o de ser un desperdicio de dinero por parte de legisladores estadunidenses que tienen que apoyar los presupuestos de la NASA; pero no se necesita mucha perspicacia para darse cuenta de que el hallazgo de evidencia incontrastable de la existencia de al menos otra civilización implicaría un impacto histórico notable para nuestra tribalizada sociedad global.

La tarea científica de Carl Sagan se centró en la investigación de los planetas de nuestro sistema solar, y fue él el cerebro detrás del ambicioso programa de exploración planetaria que aun hoy lleva adelante la NASA. No es ningún misterio que uno de los objetivos de cada una de las misiones no tripuladas que se han lanzado es investigar si existen, en cada planeta o luna, las condiciones para que surja ahí la vida.

Por lo anterior, Carl Sagan resulta muy distinto a todos los demás divulgadores de la ciencia –sean ellos científicos o no-. Sagan en realidad tenía un gran proyecto o designio profesional, y poseía los conocimientos y hasta el poder personal para llevarlo a cabo e impulsarlo en forma realista. Sagan intentaba que el hombre iniciase cuanto antes el camino hacia las estrellas y consideraba que la historia futura tendría lugar esencialmente en las profundidades del espacio exterior.

El especial humanismo de Sagan era de tal vigor que consideraba suficiente esta misión de nuestra especie como para hacer que valiese la pena nuestra aparición en el planeta, y para que cada miembro de la misma hallase una justificación de su misma existencia.

Sagan era un gran comunicador y escritor, y estaba en posibilidad de transmitir ese sentimiento a sus lectores o televidentes. Demostraba así que el conocimiento real, la emoción del hallazgo y el pasmo ante la comprensión real de los misterios más profundos del cosmos, podían satisfacer con creces esa necesidad de trascendencia que tienen los seres humanos. Es claro que para muchos de los que seguimos con detenimiento y expectación a lo largo de su carrera tal oferta sí se cumplía.

En ese sentido será difícil encontrar a alguien que se convierta en su sucesor auténtico. Existen multitud de jóvenes científicos, amantes de hacer la divulgación bien escrita de sus búsquedas, y quizá de entre ellos aparezca pronto alguien con tanta visión histórica y social.

Sagan comprendía muy bien cómo nuestros instintos básicos, que incluyen el de la territorialidad y la agresión, pueden echar a pique la labor que le asignaba a nuestra especie. Aun entre científicos de su talla dichas tendencias controlan su visión de la vida. Sagan debatió contra Edward Teller, físico insigne, quien aseguraba, a principios de los ochenta, que valía la pena lanzarse a una guerra atómica contra la URRSS, ya que, según él, dicho conflicto se podía ganar sin causarle daños serios al planeta.

El último libro de Sagan fue una advertencia en contra del retorno a la barbarie y a la superstición paralizante. En un mundo asolado por demonios, advierte de la fragilidad de la ciencia, a la que compara con un candil en la más negra oscuridad. Las fuerzas de la sinrazón, ciegas y estúpidas, como los monstruos primigenios de H.P. Lovecraft, siguen esperando un descuido para sumirnos de nuevo en la oscura caverna de la ignorancia y de una segura extinción. El camino de Sagan, por el contrario, va hacia las estrellas... La cuestión es: ¿Podremos seguirlo?

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