miércoles, enero 14, 2009

ABC de la astronomía en México

Hace algunos años le escuché decir a la doctora Julieta Fierro (y hablaba en serio) que era bueno que no se enseñara astronomía en la secundaria, ya que, si se hiciera, los alumnos terminarían aborreciendo dicha ciencia. La doctora –desgraciadamente- tiene razón, ¿cuánta gente termina detestando la ciencia por culpa de las horribles clases de matemáticas, física, química o biología de la secundaria?

En Las patillas de Asimov también queremos celebrar el año internacional de la astronomía (como diría Martín “el científico hedonista” Bonfil: la astronomía por gusto), así que comenzaremos el festejo reseñando un interesante libro sobre la astronomía mexicana.

Los eclipses en el desarrollo científico e histórico en México es un librito escrito por Elías Trabulse y publicado con la finalidad de dar a conocer información relacionada con el eclipse de Sol del 11 de julio de 1991 (el libro puede ser consultado en el quinto piso de la Biblioteca Central de Ciudad Universitaria).

En apenas unas cuantas páginas (alrededor de cuarenta) Trabulse expone el desarrollo de la astronomía en nuestro país desde la época prehispánica hasta la primera mitad del siglo XX.

La obra está dividida en tres partes: la primera va de la época prehispánica a principios del siglo XIX, la segunda se centra en la forma en que la astronomía influyó durante la colonia en la formación de una cierta ideología histórica (que llevaría a la independencia) y en la tercera se ocupa de los siglos XIX y XX.

La primera parte comienza explicando qué es un eclipse y de cuántos tipos hay, los cálculos astronómicos de los mayas, también le dedica algunas líneas a los observatorios astronómicos en el México antiguo. Trabulse expresa que después de la conquista se observaron eclipses con fines prácticos: calcular la posición geográfica de los principales puertos y ciudades del continente americano. Se comparaban las observaciones realizadas en América con las realizadas en Europa y de esa forma se calculaban las distancias entre ambos continentes.

El historiador anota que en el siglo XVII fue Diego Rodríguez el más importante propagandista de la Revolución Científica; Carlos Sigüenza y Góngora fue el sucesor de Rodríguez. De la obra de Sigüenza y Góngora escribe: “tuvo un doble propósito: realizar cálculos precisos de eventos celestes, sobre todo de eclipses, y desmitificar los cielos, donde según la opinión popular generalizada y comúnmente aceptada desde varios siglos atrás, aparecían los signos de calamidades que azotarían a la humanidad. Los cometas y los eclipses eran vistos como signos celestes visibles de malos augurios. Eran presagios fatídicos de hambres, guerras, pestes y sequías.”

En América y Europa muchos sabios tenían esas creencias. Sigüenza describió el pánico que causó en la población el eclipse total de Sol del 23 de agosto de 1691; el científico escribió que durante el fenómeno astronómico él se dedicó a realizar tranquila y alegremente sus observaciones. En 1752 hubo otro eclipse de Sol, y también hubo opiniones encontradas: unos (como Francisco Pacheco Mora) insistían en la interpretación catastrofista y supersticiosa, otros (como José Mariano de Medina) luchaban contra esas creencias infundadas.

En la segunda parte Trabulse expone que la astronomía contribuyó a insertar en la Historia Universal la historia antigua de México: “El apoyo de la astronomía a la historia fue, en este sentido, determinante, ya que sin astronomía no había cronología posible y sin ésta no hay historia.” Así, Trabulse hace un esbozo del proceso que en el siglo XVII llevaría a la formación de una “conciencia patria” y en el siglo XIX a la emancipación política.

¿Cómo se emanciparon ideológicamente los criollos?, ¿en qué consistía el “nacionalismo criollo”? Los criollos se propusieron revalorizar la historia de los pueblos indígenas: “la tarea distaba mucho de ser sencilla, ya que, desde los primeros cronistas del México antiguo en el siglo XVI, había quedado sancionada la tesis de que las culturas prehispánicas habían tenido un carácter demoníaco, pues, sus ritos, ceremonias, costumbres, revelaban que, como todas las civilizaciones paganas, estaban sujetas al yugo del demonio. El primer paso para reivindicar este largo pasado era entonces el de despojarlo de dicho carácter y mostrar que la historia indígena era una historia humana, natural y que la civilización alcanzada por estos pueblos justificaba un estudio imparcial y carente de prejuicios.”

Durante la Colonia el poder y la riqueza se encontraban en manos de los españoles peninsulares, sólo ellos desempeñaban puestos de mando; los criollos veían limitadas sus posibilidades de desarrollo, en las oficinas sólo realizaban labores subalternas. El clero estaba dividido en dos: el alto clero estaba formado por sacerdotes –españoles en su mayor parte- ricos que ocupaban altos cargos en la jerarquía eclesiástica, residían en la capital o en las principales ciudades de la Nueva España; el bajo clero estaba formado por sacerdotes pobres, en su mayor parte eran criollos y mestizos, y habitaban en los pueblos más humildes de la Colonia.

Este estado de cosas les fue llevando a buscar su propia identidad.

Parte de esta búsqueda consistió en revalorar la historia de los pueblos prehispánicos. La obra de Carlos de Sigüenza y Góngora (1645-1700) es un ejemplo de esto; en Teatro de virtudes políticas hace una exposición en contra del carácter diabólico que se le atribuía a los aztecas y presenta a los reyes del México antiguo como poseedores de grandes virtudes. Otros criollos –como Clavijero y León y Gama- seguirían estos pasos.




Para poder “ilustrar la patria” era necesario establecer la cronología del México antiguo. La astronomía permitió realizar lo anterior. Sigüenza hizo un estudio comparativo de los registros de eclipses de Sol y de Luna, y de cometas observados simultáneamente en el Viejo y el Nuevo Mundo, e intentó hacer coincidir los dos calendarios.

Sigüenza, para llevar a cabo su tarea, sintió que necesitaba calcular la fecha exacta de la muerte de Cristo (para ello, entre otras cosas, usó los cálculos que Kepler había realizado para establecer la verdadera fecha en la que Jesús había nacido). Su trabajo le hizo concluir que la iglesia católica estaba equivocada en sus cálculos.

Antonio de León y Gama realizó estudios históricos y astronómicos usando el calendario azteca, encontrado en 1790. Dice Trabulse: “León y Gama intentó hacer concordar el calendario indígena con el europeo, lo que le llevó a analizar la cronología prehispánica apoyándose en datos astronómicos.”

Los trabajos mencionados ayudaron a preparar el terreno a las ideas que llevarían a la Independencia. Por lo anterior podemos ver que la astronomía sirvió para la formación de cierta ideología histórica.

Para el jesuita Eusebio Francisco Kino (quien llegó a la Nueva España en 1681) el cometa que se vio a finales de 1680 y principios de 1681 “significa y amenaza muchas dificultades... muchas calamidades para la Europa; particularmente para tres o cuatro reinos significa muchas sterilidades, hambre, tempestades, algunos temblores de la tierra, grandes alteraciones de los cuerpos humanos, discordias, guerras, muchas enfermedades, calenturas, peste, muertes de muchíssima gente y particularmente de algunas personas muy principales. Dios nuestro Señor nos mire con ojos de piedad.”

Para Sigüenza y Góngora los eclipses y cometas no anunciaban terribles catástrofes, y así lo expone en su Manifiesto contra los cometas, despojados del imperio que tenían sobre los tímidos. Kino llega a la Ciudad de México y lee lo escrito por Sigüenza y Góngora, de inmediato manifiesta su desacuerdo en un texto al que titula Exposición astronómica de el cometa, que el año de 1680 por los meses de Noviembre y Diziembre, y este año de 1681 por los meses de Enero y Febrero, se ha visto en todo el mundo.

Trabulse comenta: “Sigüenza también era devoto de la Compañía de Jesús. Sin embargo, leyó el libro de Kino y se indignó porque decía, entre otras cosas, que ‘Singüenza tenía lagañoso el juicio’. Lleno de ira, porque no era nada flemático, escribió en 1681 una de las obras centrales de la ciencia mexicana: la Libra astronómica y filosófica. Ésta, sin embargo, no fue publicada porque lo expulsaron los jesuitas por mala conducta. Gracias a un amigo suyo que literalmente se la quitó y la publicó, en 1690, se le conoce y conserva”.



Sigüenza se sintió ofendido de que un europeo viniese a enseñarle cómo hacer ciencia. Con la Libra astronómica y filosófica dejaba claro que la ciencia de la Nueva España estaba a la altura de la que se hacía en Europa.

En la tercera parte Trabulse explica que en 1883 se creó, en el Establecimiento de Ciencias Físicas y Matemáticas, la cátedra de Cosmología, que estuvo a cargo de Joaquín Velásquez de León; cuenta parte de la historia del Observatorio Astronómico Nacional, que fue abierto en enero de 1863. Pero fue hasta 1881 que apareció el primer número del anuario del observatorio.

Llegamos al último apartado de esta parte. Trabulse explica algunas de las investigaciones llevadas a cabo durante la primera mitad del siglo XX: el estudio de la cromosfera solar, mediciones espectroscópicas, estudios de la corona solar, etc. Debido al eclipse total de Sol del 10 de septiembre de 1923, México fue anfitrión de diversas expediciones científicas provenientes de varios países: “El astrónomo Joaquín Gallo fue comisionado por el gobierno para coordinar las actividades de apoyo a esos contingentes de astrónomos.” Posteriormente Gallo participó en una reunión de científicos interesados en analizar los datos obtenidos durante el eclipse.

En 1942 se inauguró, en Tonantzintla, Puebla, el Observatorio Astrofísico Nacional, su primer director fue Luis Enrique Erro.

Los eclipses en el desarrollo científico e histórico en México es una obra interesante, aunque, como expresé al inicio, se trata de un esbozo de lo que ha sido la astronomía en nuestro país.

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