jueves, agosto 13, 2009

ROBOTS

Me encanta escuchar a Mario Méndez Acosta, lo hago desde el excelente programa de radio de divulgación científica Muy interesante, mismo que conducía con Mauricio-José Schwarz (quien le ha dado continuidad a ese proyecto con El rincón prohibido) y Mónica Lavín.

Méndez Acosta actualmente participa en tres programas de radio: Buenos días (que encabeza Héctor Martínez Serrano, en este programa también participa Tomás Mojarro “el valedor”), Biblioteca pública (que se transmite los domingos a las doce del día por Radio Red y en el que también intervienen Verónica Medina y Sergio Beriloz) y Los contertulios (que se transmite los miércoles a las 20:30 horas por Radio Educación, en éste, además de Méndez Acosta, colaboran Willy de Winter y Víctor Quiroga, modera Jaime Vázquez).

El día de ayer, los contertulios platicaron sobre robots.

Willy de Winter habló del concepto de inteligencia y de máquinas pensantes; Willy es ajedrecista y por ello es que no podía dejar de mencionar el enfrentamiento entre Gari Kaspárov y Deep Blue. La utilidad de los robots en la cirugía también fue mencionada por el conductor.

De la leyenda del golem habló Víctor Quiroga. Expresó también que convivimos diariamente con robots como lavadoras o cajeros automáticos.

Jaime Vázquez comparó a Pinocho y a Astroboy, ambos con sentimientos similares a los humanos. Entonces Mario Méndez recordó a Andrew, el robot de El hombre bicentenario de Isaac Asimov, quien deseaba ser reconocido como humano.

Méndez Acosta habló del origen de la palabra robot, de las obras de Asimov, de las leyes de la robótica. Entre los robots de la ciencia ficción, recordó al de Metrópolis (mismo con el que es suplantada María). Un tema bastante interesante que explicó fue el de la vida artificial. ¿En el futuro dominarán los robots? Se preguntó Méndez Acosta y comentó que los robots no son tan frágiles como nosotros.

El programa estuvo muy bueno.

En esta entrada quiero comparar la forma de pensar de dos robots imaginados por Asimov: Cutie y Andrew, y que se refiere a la frase (que resalté en negritas) de Mario Méndez.


Los robots de Asimov

Asimov no dejaba de notar que fue el año de su nacimiento (1920) cuando se empleó por vez primera la palabra robot. Ese año el escritor Karel Capeck usó la palabra en su obra R.U.R o Robots Universales de Rossum. Precisamente el señor Rossum construía robots, palabra checa para “esclavos”.

Esta obra presentaba lo que Asimov llamaba “el complejo industrial Frankenstein”, es decir, la idea de que los robots podrían llegar a rebelarse contra la humanidad. Este “complejo” le desagradaba a Asimov, por ello es que pensó en combatirlo en sus historias.

En 1939 Asimov escribió su primer cuento de robots: Robbie; Asimov tenía 19 años.

El escritor de ciencia ficción no deseaba usar sus robots como símbolos de grupos minoritarios, tampoco quería que en sus historias apareciera la idea de que al construir robots los seres humanos deseábamos competir con Dios, de igual forma (como explicaba arriba), se oponía a la idea de que en algún momento los robots pudieran rebelarse contra sus creadores, idea común en la ciencia ficción, por ello creó las Leyes de la robótica. Para Asimov una máquina bien diseñada no puede volverse contra quien la ha creado.

Sobre sus robots, Asimov escribió:

No deseaba hacer de ellos criaturas patéticas, víctimas de la injusticia y las persecuciones, de manera que pudiera hacer declaraciones épicas acerca de los judíos, los negros y otras menospreciadas minorías. Por supuesto que estaba frontalmente opuesto a tales tipos de discriminaciones, y lo dejé bien claro en numerosas novelas y ensayos, pero en ningún momento en mis relatos de robots.

Entonces, ¿en qué consistían mis robots? Los creé con la idea de que fueran herramientas, perfeccionados equipos de ingeniería avanzada, máquinas al servicio del hombre. Los doté de mecanismos propios de seguridad. En otras palabras, los construí de manera tal que no pudieran atentar contra su creador, y habiéndolos despojado desde sus inicios de toda posibilidad de causar daño, me encontré libre de otorgarles aptitudes más racionales.

Precisamente Robbie era un robot encargado de cuidar a una niña. La madre de la niña desconfía del robot, sin embargo, su marido le argumenta que “Él simplemente, no puede evitar ser fiel, afectuoso y amable; es una máquina construida con esas características.”

Robbie apareció por vez primera (después de haber sido rechazada tanto por Astouding Science Fiction como por Amazing Stories) en 1940 en Super Science Stories, el editor Fred Phol le cambió el título por Strange Playfellow, pero posteriormente Asimov le puso el título original.

Las tres leyes de la robótica aparecieron de forma explícita hasta 1942 en el relato El círculo vicioso, sobre éstas expresó en 1957:

He conseguido convencerme a mí mismo de que las Tres Leyes son tanto necesarias como suficientes para la seguridad humana en lo que se refiere a robots. Constituye mi sincera creencia el que, algún día, cuando en efecto se construyan unos robots avanzados y parecidos al hombre, se incluirá en ellos algo muy parecido a las Tres Leyes. Me gustaría mucho ser un profeta a este respecto. Y sólo lamento el hecho de que este asunto, probablemente, no quede zanjado durante mi existencia en este mundo.

Muchas de las historias de robots escritas por Asimov giran en torno a las consecuencias de las tres leyes.

Tanto Robbie como Círculo vicioso se publicaron en 1950 en una antología junto con otros siete relatos de robots: Yo, Robot.


De las actitudes de los robots hacia sus creadores

La vida humana es muy frágil. Lo sabemos y no podemos dejar de sentir temor al respecto. Un accidente puede cambiar dramáticamente nuestra vida o incluso terminar con ella. Mario Méndez aseguró (en el programa de radio ya comentado) que los robots no son tan frágiles como nosotros, entonces ¿hay algo que pudieran envidiarnos?


1. Razón

Veamos la respuesta de Cutie, el robot de Razón, la segunda historia de robots escrita por Asimov. Ésta apareció originalmente en Astouding Science Fiction en abril de 1941. Esta historia fue incluida en Yo, robot.

“Donovan y yo te montamos con las piezas que nos mandaron.”, le explicó Gregory Powell al robot que se encontraba sentado frente a él.

“Tengo la impresión de que todo esto podría explicarse de una manera más satisfactoria. Porque, que me haya hecho a , me parece improbable.”, replicó el robot.

Y es que Cutie había comenzado a preguntarse sobre su propia existencia. Resultaron en vano los esfuerzos de Gregory Powell y Michael Donovan por explicarle a Cutie sobre la Tierra, las estaciones y la existencia de los robots. Al robot aquellas palabras le resultaban absurdas.

Cutie decide no escuchar más a aquellos sujetos, y se retira a meditar sobre su existencia y la existencia de todo lo que le rodea. Después de dos días de reflexión, se presenta con sus conclusiones ante Powell y Donovan: “Yo, por mi parte existo, porque pienso...”, comienza el robot.

Todas sus explicaciones resultan ridículas para Powell y Donovan.

“Es contrario a los dictados de la lógica suponer que vosotros me habéis hecho.”, continuó Cutie. Y ante el “¿por qué?” de aquellos hombres “Cutie se echó a reír. Era una risa inhumana, la risa más mecanizada que había surgido jamás. Era aguda y explosiva, regular como un metrónomo y sin matiz alguno.”

Después de la risa vino la explicación:

“Fíjate en ti. No lo digo con espíritu de desprecio, pero fíjate bien. Estás hecho de un material blando y flojo, sin resistencia, dependiendo para la energía de la oxidación insuficiente del material orgánico... como eso –añadió señalando con un gesto de reprobación los restos del bocadillo de Donovan-. Pasáis periódicamente a un estado de coma, y la menor variación de temperatura, presión atmosférica, la humedad o la intensidad de la radiación afecta vuestra eficiencia. Sois alterables.

“Yo, por el contrario, soy un producto acabado. Absorbo energía eléctrica directamente y la utilizó con casi un ciento por ciento de eficiencia. Estoy compuesto de fuerte metal, estoy consciente constantemente y puedo soportar fácilmente los más extremados cambios ambientales. Estos son hechos que, partiendo de la irrefutable proposición de que ningún ser puede crear un ser más perfecto que él, reduce vuestra tonta teoría a la nada.”

Cutie crea toda una teoría religiosa acerca de su existencia, su misión en ese lugar y la misión de Donovan y Powell.

Llega un momento en que Donovan y Powell argumentan en contra de esa teoría acudiendo a los datos obtenidos por los instrumentos de la estación (Cutie no acepta la existencia de la Tierra, por ejemplo), a esto responde:

“¿Crees que voy a perder el tiempo tratando de buscar interpretaciones físicas de todas las ilusiones ópticas de nuestros instrumentos? ¿Desde cuándo puede compararse la prueba ofrecida por nuestros sentidos con la clara luz de la inflexible razón?”

Powell y Donovan llegan a la conclusión de que sólo podrán sacar a Cutie de su error construyendo un robot frente a él. Una vez que lo hacen y lo echan a andar, le preguntan a Cutie si al fin se ha convencido de que ellos lo construyeron. La respuesta es: “¡No! No habéis hecho más que juntar piezas ya creadas. Lo habéis hecho extraordinariamente bien, por instinto supongo, pero en realidad no habéis creado el robot. Las piezas habían sido creadas por el Señor.”

Cutie es un robot exclusivamente racionalista, por ello es que no podrán mostrar evidencia empírica para demostrar que se equivoca. Eso lo entiende Powell y lo explica a su compañero: “Por la fría razón y la lógica puedes probar cualquier cosa... si encuentras el postulado apropiado. Nosotros tenemos los nuestros y Cutie tiene los suyos.”

Al final deciden ya no discutir con el robot, después de todo puede llevar a cabo sus tareas a pesar de sus creencias.


2. El hombre bicentenario

Andrew Martin es el robot protagonista de El hombre bicentenario. Al igual que Cutie se trata de un robot peculiar. Este robot un día descubre su creatividad, su capacidad de gozar y sentir cariño. Por su parte, el señor Gerald Martin, dueño de Andrew, afirma que su robot es capaz de hacer arte, no sólo talla figuras en madera: hace arte.

Más adelante Andrew tiene una idea: desea comprar su libertad. Le argumentan que sólo un ser humano puede ser libre, a esto responde: “En mi opinión sólo alguien que desea la libertad puede ser libre. Y yo deseo la libertad.” Andrew es un robot con una mente lo suficientemente avanzada como para asimilar el concepto de libertad, y desear ese estado.

Andrew comienza a hacer algo que a los otros robots ni siquiera se les pasa por la cabeza: usar ropa. Y es que se siente desnudo.

Este robot manifiesta que desea ser reconocido como un ser humano, por ello es que toma la decisión de recurrir a la protesología (a la que él mismo se dedica y a la que hace grandes aportaciones), es decir, decide ir sustituyendo partes de su cuerpo metálico por partes orgánicas.

Así, diseña un sistema para que los androides puedan obtener energía de la combustión de hidrocarburos, en lugar de hacerlo de las células atómicas, de tal forma que puedan respirar y comer.

Posteriormente diseña un mecanismo para alimentos sólidos que puedan contener pequeñas porciones incombustibles, “por decirlo de alguna manera, materia imposible de digerir que deba ser desechada.”

Finalmente logra su objetivo: tener un cuerpo humanoide orgánico.

A pesar de su aspecto, de que los robots le obedecen como si fuera humano, y a pesar de sus contribuciones artísticas, científicas y literarias, Andrew no es reconocido como un ser humano. ¿Por qué? ¿Se trata de un asunto de neuronas contra positrónes? ¿Acaso no es un cerebro cualquier cosa –independientemente de la materia que lo conforma- capaz de cierto razonamiento?

Andrew es un ser humano, no un robot, está convencido de ello y aspira a que sus congéneres así lo reconozcan también. Para Cutie todo esto resultaría absurdo, ¿por qué un robot querría aspirar a convertirse en un ser humano? “Son tan blandos, tan frágiles... Son inferiores.”, podría haberle argumentado a Andrew.

Andrew comprendió que no se trataba del material del que estaba hecho su cerebro. Y cuando entendió la razón por la que no se le reconocía su humanidad, decidió actuar al respecto. Fue así que, sin dudarlo, recurrió a la más importante de las intervenciones quirúrgicas a las que se había sometido: su cerebro positrónico fue conectado a nervios orgánicos.

Andrew explica su decisión:

“¿A quién le importa realmente el aspecto de un cerebro, cómo está hecho o cómo se formó? Lo que importa es que las células del cerebro se mueren; tienen que morir. Incluso si se mantiene o reemplaza cualquier otro órgano del cuerpo, las células del cerebro, que no se pueden sustituir sin cambiar y por consiguiente destruir la personalidad, tienen finalmente que morir. Mis circuitos positrónicos han durado casi dos siglos sin un cambio perceptible y pueden durar algunos siglos más. ¿No es ésta la barrera fundamental? Los seres humanos pueden tolerar un robot inmortal, pues no importa lo que dure una máquina. No pueden tolerar un humano inmortal porque su propia mortalidad sólo es soportable en la medida en que es universal. Y por esta razón no quieren convertirme en un ser humano.”

Pero el asunto estaba resuelto gracias a esa última operación. Después de ésta Andrew viviría sólo un año más.

El robot del hombre bicentenario decidió hacerse frágil y vulnerable, más aún, decidió hacerse mortal para convertirse en un ser humano.

No hay duda, hay una gran distancia entre Cutie y Andrew. ¿Cuál de los dos robots estaba en lo correcto?


Referencias

Asimov Isaac, Visiones de robot, Plaza & Janés, España, 1995.

2 comentarios:

Insanus dijo...

Hola!

Bueno, creo que Asimov se pasó media vida utilizando sus cuentos sobre robots para buscar fisuras o grietas en las tres leyes que él mismo enunció. Tú mismo lo has sugerido, más o menos. A él le servía como ejercicio literario y como exhaustivo banco de pruebas teórico.

Sin embargo, yo creo que algún día las máquinas serán tan sofisticadas que podrán cuestionarlo todo, inclusive sus directrices más férreas. Del mismo modo que muchas personas se libran de una intensa educación religiosa (rayana en el fanatismo) inculcada durante años, y logran volverse librepensadoras, nada impedirá que no suceda lo mismo con las líneas más avanzadas de máquinas.

La idea que tenía Asimov de los robots era bonita, pero cojeaba de cierto paternalismo. Sus robots se harán realidad algún día, pero también quedarán superados por nuevas generaciones de criaturas que estarán tan alejadas de Robbie, por ej, como nosotros de un perrito.

Saludos, gran blog.

Omnibus Dubitandum dijo...

Magnífico estudio sobre la problematica de los robots de Asimov y sus contradicciones.
Yo también he hecho un pequeño estudio de Asimov, concretamente de la cronología interna de sus novelas. Te animo a que le eches un vistazo, a ver que te parece. Está aqui: http://omnibus-dubitandum.blogspot.com.es/

saludos cordiales