Distinguiendo entre ciencia y pseudociencia
Ya en una anterior entrada me referí al trabajo del físico Mario Bunge, quien se ha dedicado a la filosofía de la ciencia. Mencioné en esa entrada que para saber si lo que se nos ofrece es el producto genuino: la ciencia, y no su burda imitación: la pseudociencia, debemos aprender a distinguirlas. En dicha entrada resumí la caracterización que Bunge hace de ambas en su libro “Seudociencia e Ideología” (publicado por Alianza Editorial).
En esta entrada veremos lo que al respecto nos dice en su libro La investigación científica (publicado por Siglo XXI editores).
Se trata del primer capítulo, mismo que se titula El enfoque científico y que está dividido en seis partes.
En éste Bunge explica qué es la ciencia (esto es, en qué consiste el enfoque científico), cuál es su objetivo y su método. Establece las diferencias entre el método científico y las técnicas científicas, entre ciencias factuales y formales, entre ciencia pura y ciencia aplicada, y -lo que es de mayor interés para este blog- entre ciencia y pseudociencia.
Las siguientes líneas son un breve resumen de lo expuesto por Bunge.
El conocimiento científico
En la primera parte Mario Bunge explica las diferencias entre el conocimiento ordinario y el conocimiento científico.
Bunge expone que es imposible plantear una pregunta fuera de algún tipo de conocimiento, de ahí que toda investigación tenga como punto de partida alguno de los dos siguientes tipos de conocimiento: el ordinario o el científico. El conocimiento científico, aunque pueda partir del conocimiento ordinario, termina superándolo.
El conocimiento científico y el conocimiento ordinario (buen sentido o sentido común) comparten ciertas características (ambos aspiran a ser racionales y objetivos: son críticos y aspiran a coherencia, e intentan adaptarse a los hechos en vez de permitirse especulaciones sin control).
¿Qué los distingue?
La ciencia tiene como ideal de racionalidad “la sistematización coherente de enunciados fundados y contrastables”, este ideal se consigue mediante teorías; el conocimiento común sólo acumula “piezas de información laxamente vinculadas.”
Para lograr la construcción de imágenes de la realidad que sean verdaderas e impersonales deben rebasarse “los estrechos límites de la vida cotidiana y de la experiencia privada, abandonando el punto de vista antropocéntrico, formulando las hipótesis de la existencia de objetos físicos más allá de nuestras pobres y caóticas impresiones, y contrastando tales supuestos por medio de la experiencia intersubjetiva (transpersonal) planeada e interpretada con la ayuda de teorías. El sentido común no puede conseguir más que una objetividad limitada porque está demasiado estrechamente vinculado a la percepción y a la acción, y cuando las rebasa lo hace a menudo en forma de mito: sólo la ciencia inventa teorías que, aunque no se limitan a condensar nuestras experiencias, pueden contrastarse con ésta para ser verificadas o falseadas.”
Bunge señala que ambos tipos de conocimiento comparten el naturalismo, esto quiere decir que ambos rechazan entidades y fuentes de conocimiento no naturales. “Pero el sentido común, reticente como es ante lo inobservable, ha tenido a veces un efecto paralizador de la imaginación científica. La ciencia, por su parte no teme a las entidades inobservables que sostiene hipotéticamente, siempre que el conjunto hipotético pueda mantenerse bajo su control: la ciencia, en efecto, tiene medios muy peculiares (pero nada esotéricos ni infalibles) para someter a contraste o prueba dichos supuestos.”
¿Qué hace que el conocimiento científico sea superior al conocimiento ordinario?
No los objetos, temas o sustancias de los que se ocupan (que pueden ser los mismos) sino la forma en que los abordan, y el objetivo. La ciencia, para alcanzar su objetivo, emplea el llamado “método científico”. Así, esta parte termina con la frase siguiente: “El enfoque científico, pues, está constituido por el método científico y por el objetivo de la ciencia.
Cuestión de método
(donde no hay método científico no hay ciencia)
¿Qué es el método científico? Ese es el tema de la segunda parte.
Bunge comienza explicando lo que se debe entender por método: “Un método es un procedimiento para tratar un conjunto de problemas. Cada clase de problemas requiere un conjunto de métodos o técnicas especiales. Los problemas del conocimiento, a diferencia de los del lenguaje o los de la acción, requieren la invención o la aplicación de procedimientos especiales adecuados para los varios estadios del tratamiento de los problemas, desde el mero enunciado de éstos hasta el control de las soluciones propuestas.”
Bunge distingue entre el método general de la ciencia y los métodos o técnicas especiales para abordar ciertos problemas o cuestiones.
El método general “es un procedimiento que se aplica al ciclo entero de la investigación en el marco de cada problema de conocimiento.”, mientras que los métodos especiales se usan dependiendo del problema específico que se aborda: “Cada método especial de la ciencia es, pues, relevante para algún estadio particular de la investigación científica de problemas de cierto tipo.”
A continuación Bunge menciona qué pasos podría tener el método científico, escribo “podría tener” porque el autor explica que no se trata de una lista de pasos que pueda considerarse agotada o infalible; además el filósofo explica que estas reglas no son suficientes para hacer ciencia (“si lo fueran, como han supuesto algunos filósofos, todo el mundo podría llevar a cabo con éxito, investigaciones científicas, y las máquinas de calcular podrían convertirse en investigadores...”).
Bunge examina un ejemplo de problema y va explicando cómo podría abordarse, entonces distingue una serie ordenada de operaciones. He aquí la serie:
1. Enunciar preguntas bien formuladas y verosímilmente fecundas.
2. Arbitrar conjeturas, fundadas y contrastables con la experiencia, para contestar a las preguntas.
3. Derivar consecuencias lógicas de las conjeturas.
4. Arbitrar técnicas para someter las conjeturas a contrastación.
5. Someter a su vez a contrastación esas técnicas para comprobar su relevancia y la fe que merecen.
6. Llevar a cabo la contrastación e interpretar sus resultados.
7. Estimar la pretensión de verdad de las conjeturas y la fidelidad de las técnicas.
8. Determinar los dominios en los cuales valen las conjeturas y las técnicas, y formular los nuevos problemas originados por la investigación.
Bunge menciona que una prueba del funcionamiento del método científico es que da resultados, pero esa es una justificación pragmática, como filósofo le gustaría encontrar una justificación teórica. Al final menciona que tal vez la única regla de oro del trabajo científico es: “Audacia en el conjeturar, rigurosa prudencia en el someter a contrastación las conjeturas.”
Método científico y técnicas científicas
El método científico se usa en un ciclo completo de investigación y no depende del tema abordado, pero para afrontar algunos temas puede ser necesario usar técnicas específicas (esas técnicas no siempre pueden trasladarse de un campo a otro), esas técnicas también dependerán del estado del conocimiento respecto del tema en cuestión; es de lo que trata esta tercera parte.
El autor distingue entre técnicas conceptuales y empíricas. Las primeras “permiten enunciar de un modo preciso problemas y conjeturas de cierto tipo, así como los procedimientos (algoritmos) para deducir consecuencias a partir de las hipótesis y para comprobar si la hipótesis propuesta resuelve los problemas correspondientes”. Las segundas permiten arbitrar experimentos, llevar a cabo mediciones, y la construcción de instrumentos para registrar y elaborar los datos.
Añade que “El dominio de la mayor parte de esas técnicas es una cuestión de adiestramiento: el talento hace falta para aplicar técnicas conocidas a problemas de tipo nuevo, para criticar las técnicas conocidas y, particularmente, para inventar otras mejores.”
Como vimos, las técnicas se usan para abordar problemas específicos, pero Bunge menciona que existen técnicas casi-universales, éstas “aunque no son tan universales como el método general de la ciencia, son aplicables a cierto número de campos diversos”.
Menciona y explica tres de esas técnicas: el cuestionario ramificado, los procedimientos iterativos y el muestreo al azar.
Ciencias formales y fácticas
La cuarta parte comienza con tres afirmaciones (que se desprenden de lo visto anteriormente): el método científico trata problemas intelectuales , de ahí que pueda ser usado en todos los campos del conocimiento (afirmación interesante para la filosofía); las técnicas especiales dependen del objeto de estudio; y las ciencias se diferencian por sus objetos de estudio y por las técnicas que emplean, pero todas ellas se unifican en cuanto a que todas usan el método científico.
Bunge divide a las ciencias en formales (se refieren a las fórmulas analíticas, es decir, “a fórmulas que pueden convalidarse por medio del mero análisis racional, como las matemáticas y la lógica) y fácticas (estudian hechos, como la física, la química o la biología). En esto no me extenderé. Al final aparece un diagrama en el que Bunge propone una división de las ciencias.
Ciencia vs. Mitología
En la quinta parte comienza ocupándose de la diferencia entre ciencia pura y ciencia aplicada (y tecnología).
“Los métodos son medios arbitrarios para alcanzar ciertos fines. ¿Para qué fines se emplean el método científico y las varias técnicas de la ciencia? En primer lugar, para incrementar nuestro conocimiento (objetivo intrínseco, o cognitivo); en sentido derivativo, para aumentar nuestro bienestar y nuestro poder (objetivos extrínsecos o utilitarios). Si se persigue un fin puramente cognitivo, se obtiene ciencia pura; si la finalidad a largo plazo es utilitaria, resulta ciencia aplicada; y si la meta es utilitaria a corto plazo, se hace técnica (o tecnología, por emplear un anglicismo). Pero las tres emplean el mismo método, y los hallazgos de cualquiera de ellas pueden utilizarse en las otras dos. Sin embargo, hay una importante diferencia moral entre estos campos: en tanto que la ciencia básica es inofensiva, la ciencia aplicada y la técnica pueden ser dañinas.”
Así, pues, en cuanto a las metas divide a la ciencia en básica y aplicada. Las principales ramas de la técnica contemporánea son: técnicas físicas, químicas, biológicas, sociales y de conocimiento.
Menciona el objetivo de la ciencia fáctica: “establecer mapas de las estructuras (leyes) de los varios dominios fácticos. La reconstrucción conceptual de una estructura objetiva es una ley científica (como la ley de inercia); un sistema de tales enunciados legaliformes es una teoría científica (como la teoría newtoniana del movimiento). Más que una cosmografía, pues, la ciencia factual es una cosmología: una reconstrucción conceptual de las estructuras objetivas de acontecimientos, tanto de los actuales cuanto de los posibles, con lo que se posibilita la comprensión y la precisión de los mismos y, con ello, su control tecnológico.” En otros capítulos se ocupa Bunge de leyes y teorías científicas.
Estas definiciones le permiten distinguir entre ciencia embrionaria o protociencia y especulación acientífica. Escribe Bunge: “Cuando las técnicas científicas se aplican a la consecución de datos sin hallar estructuras generales se consigue ciencia embrionaria, protociencia. Y cuando el objetivo perseguido es el de la ciencia madura, pero en cambio no se utilizan su método ni sus técnicas, se trata de especulación acientífica, ya en forma de filosofía de la naturaleza, ya en la de metafísica tradicional...”
De forma que: “no existe ciencia propiamente dicha a menos que el método científico se utilice para alcanzar el objetivo de la ciencia, la construcción de imágenes teoréticas de la realidad, y esencialmente de su tejido de leyes. La investigación científica es, dicho brevemente, la búsqueda de estructuras.”
Pero los mitos rivalizan con la ciencia. Si la ciencia “tiende a construir reproducciones conceptuales de las estructuras de los hechos, o sea, teorías fácticas.”, resulta que la mitología también nos da una imagen del mundo y hasta pretende mostrarnos cómo dominarlo (mediante rituales, por ejemplo). ¿Por qué elegir ciencia y no mitología?
La pregunta anterior le lleva a hacer consideraciones acerca del concepto de “verdad” en ciencia. Al estudiar la historia de la ciencia podemos percatarnos de que la ciencia nunca logra alcanzar la verdad completa, ¿de ahí podemos concluir que mitología y ciencia valen por igual? Bunge responde:
“La ciencia no pretende ser verdadera, ni, por tanto, final e incorregible, cierta, como, en cambio, hace la mitología. Lo que afirma la ciencia es (i) que es más verdadera que cualquier modelo no científico del mundo, (ii) que es capaz de probar, sometiéndola a contrastación empírica, esa pretensión de verdad, (iii) que es capaz de descubrir sus propias deficiencias, y (iv) que es capaz de corregir sus propias deficiencias, o sea, de construir representaciones parciales de las estructuras del mundo que sean más adecuadas. No hay ninguna especulación extracientífica que sea tan modesta y que, sin embargo, dé tanto de sí.”
La ciencia avanza corrigiendo sus reconstrucciones de la realidad mediante su método. Las especulaciones no-científicas acerca de la realidad plantean problemas con presupuestos falsos o insostenibles; en lugar de proponer hipótesis, presentan tesis no fundamentadas e incontrastables, y medios incontrolables para averiguar su verdad (revelación, por ejemplo); apelan a la autoridad en lugar de trazar contrastaciones objetivas de sus tesis y de sus supuestas fuentes de conocimiento; en lugar de contrastar sus tesis con nuevos resultados empíricos, ilustran sus concepciones no para contrastar sino para persuadir (ocultan la evidencia negativa); la investigación científica va suministrando nuevos problemas, las especulaciones no científicas tratan de terminar con las investigaciones, pues tienen como objetivo dar respuestas a toda cuestión.
Después de ver las anteriores diferencias entre ciencia y las especulaciones no científicas, escribe nuevamente sobre el objetivo de la ciencia: “el perfeccionamiento continuo de sus principales productos (las teorías) y medios (las técnicas), así como la sujeción de territorios cada vez mayores a su poder.”; y entonces se pregunta cuáles son los límites de la ciencia, esto es: ¿hay problemas imposibles de abordar con el método científico? A esto responde:
“Una estimación realista podría ser la siguiente. En primer lugar, podemos esperar que todo problema cognoscitivo resultará ser parcialmente resoluble o irresoluble con los medios (métodos especiales), los datos de que dispone la ciencia en cada momento determinado. En segundo lugar, no se ha hallado nunca un método más poderoso que el de la ciencia, y todo esfuerzo en tal sentido que se haya visto coronado por el éxito ha resultado ser un perfeccionamiento del método científico; en particular, los intentos de captar la realidad directamente, sin elaboración alguna (o sea, por percepción directa, por simpatía o por pura especulación), han fracasado sin excepción, y, por si fuera poco, la ciencia puede explicar por qué tenían que fracasar necesariamente, a saber, porque muchos, la mayoría de los hechos, están más allá de la experiencia y, consiguientemente, tienen que ser objeto de hipótesis, no de intuición directa. En tercer lugar, el método científico y las técnicas especiales que lo complementan no son nada concluso: han ido evolucionando a partir de precedentes más rudimentarios y tendrán que perfeccionarse si queremos obtener resultados mejores. En cuarto lugar, como lo peculiar a la ciencia no es un objeto determinado (un conjunto de problemas determinado), sino más bien un planteamiento preciso (un método y un objetivo), cualquier cosa se convierte en tema científico, en objeto de la investigación científica, en cuanto que se trata con el método de la ciencia y para alcanzar el objetivo de ésta, aunque ese tratamiento no tenga éxito. En resolución: no podemos ni deseamos garantizar el éxito del enfoque científico de problemas de conocimiento de cualquier género: la ciencia no es una panacea; nuestra afirmación, más modesta, es que el enfoque científico resulta ser el mejor de que disponemos.”
Posteriormente escribe acerca de las investigaciones sobre la ciencia, éstas pueden ser internas (lógica de la ciencia, metodología de la ciencia y filosofía de la ciencia) y externas (psicología de la ciencia, sociología y antropología de la ciencia, e historia de la ciencia). Los dos últimos temas son: 1. La posibilidad de que el hombre pueda ser objeto de estudio: ¿Qué aspectos del ser humano pueden estudiarse científicamente?, y 2. Los beneficios de adoptar una actitud científica.
Pseudociencias
En la sexta y última parte del capítulo escribe acerca de las llamadas pseudociencias, anota Bunge (al final del apartado anterior): “la pseudociencia ocupa en la cultura urbana popular contemporánea una posición análoga a la que ocupa la ciencia en la cultura superior.”
Primero muestra cómo se relaciona la ciencia con el conocimiento técnico, la protociencia y la pseudociencia.
Sobre la relación entre la ciencia y la pseudociencia afirma que de una pseudociencia puede nacer una ciencia, y que una teoría científica que se ha convertido en dogma (deja de corregirse a sí misma) puede convertirse en pseudociencia.
Cuatro características de la pseudociencia son:
1. Se niega a fundamentar sus doctrinas (de hecho, no puede hacerlo).
2. Se niega a someter a contraste sus doctrinas mediante experimentación (gran parte de la pseudociencia es incontrastable).
3. Carece de mecanismo autocorrector. Anota el autor: “no puede aprender nada ni de una nueva información empírica (pues se la traga sin digerirla), ni de nuevos descubrimientos científicos (pues los desprecia), ni de la crítica científica (pues la rechaza con indignación). La pseudociencia no puede progresar porque se las arregla para interpretar cada fracaso como una confirmación, y cada crítica como si fuera un ataque. Las diferencias de opinión entre sectarios, cuando tales se producen, dan lugar a la fragmentación de la secta, y no a su progreso.”
4. Su objetivo no es establecer, contrastar y corregir sistemas de hipótesis (teorías) que reproduzcan la realidad, “sino influir en las cosas y en los seres humanos: como la magia y como la tecnología, la pseudociencia tiene un objetivo primariamente práctico, no cognitivo, pero, a diferencia de la magia, se presenta ella misma como ciencia y, a diferencia de la tecnología, no goza del fundamento que da a ésta la ciencia.”
Menciona y analiza tres ejemplos: la rabdomancia, la parapsicología y el psicoanálisis. Sobre estas pseudociencias sólo mencionaré que Bunge señala que sus tesis y técnicas no están fundamentadas en el conocimiento científico, las propuestas que hacen no son contrastables, los experimentos que realizan son metodológicamente inaceptables, algunos de esos experimentos son irrepetibles, aplican mal la estadística, ignoran las evidencias en contra de sus propuestas, etc.
¿Por qué estudiar las pseudociencias? Ese estudio puede ayudar a las ciencias jóvenes a eliminar creencias pseudocientíficas, también puede ayudar a la gente a ser crítica, y puede servir al estudio interno de la ciencia (metaciencia).
¿Por qué otras razones estudiarlas? Porque podría haber algo de verdad en ellas, y también porque podríamos comprender la actitud social ante ellas: “¿cuáles son los mecanismos psíquicos y sociales que han permitido sobrevivir hasta la edad atómica supersticiones arcaicas, como la fe en la profecía y la fe en que los sueños dicen la verdad oculta? ¿Por qué no se desvanecen las supersticiones y sus exuberantes desarrollos, las pseudociencias, en cuanto se demuestra la falsedad de su lógica, de su metodología demasiado ingenua o maliciosa, y de sus tesis, incompatibles con los mejores datos y las mejores teorías de que dispone la ciencia?”
lunes, julio 30, 2007
lunes, julio 23, 2007
Hace como un par de años en una reunión familiar (creo que por el día de las madres) uno de mis primos afirmó que le gustaba más el trabajo de J. J. Benítez que el de Maussán o el de Carlos Trejo. Espero que los despistados -como mi primo- encuentren interesantes los siguientes artículos, todos ellos fueron escritos por Luis Alfoso Gámez. J. J. Benítez intentó que estos textos fueran retirados del blog de Luis Alfonso. En diversos lugares puede encontrarse información acerca de la demanda que entabló Benítez contra Luis Alfonso, algunos de ellos son los siguientes: El retorno de los charlatanes, El viaje de Lonjho, Por la boca muere el pez y el propio blog de Luis Alfonso. Ahora sí pasemos a la lista de artículos.
Los vendedores de misterios, en la revista "Rolling Stone"
Del plagio de Troya al montaje lunar
La marca terrícola del anillo marciano de Benítez
Creyentes en todo, escépticos de nada
El 'Planeta encantado' de Benítez vuelve a TVE
Silencio encantado
El momento estelar de 'Planeta encantado': cuando Benítez sentó a Jesús en el Coliseo
"Los enigmas no deben ser desvelados", concluye Benítez en 'Planeta encantado'
Un estudio de animación vasco creó la base lunar de 'Planeta encantado' por encargo de Benítez
Un inexistente espía de la CIA reveló a Benítez el hallazgo de una base extraterrestre en la Luna
Benítez confunde Prehistoria con Historia y niega la escritura al Egipto de los faraones
A 'Planeta encantado' se le funden los plomos
Seres del espacio "dieron el primer aliento civilizador" a los bereberes
"Mis detractores son agentes de los servicios de inteligencia", dice Benítez
'IOI': un anillo para engañarlos a todos y llenar de extraterrestres la Prehistoria
Los escépticos españoles se movilizan contra el 'Planeta encantado' de Benítez
Juan José Benítez, en busca del Arca perdida
La sábana santa: cuando tres laboratorios desmontan el invento de los vendedores de misterios
Colón fue el último en llegar a América
Jesús de Nazaret estuvo sentado en la grada del Coliseo romano antes de que se construyera
Los hombres-peces de Sirio viajan en carros de supermercado interestelares
Las estatuas de la isla de Pascua se trasladaron hasta sus altares volando
El legado de los Picapiedra
Juan José Benítez desentierra piedras grabadas en Ica treinta años después
Benítez, el 11-S y los pseudoescépticos argentinos
Y ya que de Benítez se trata, también en Dios! puede encontrarse material interesante.
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viernes, julio 20, 2007
WITTGENSTEIN Y LO MÍSTICO
En México no han sido únicamente los interesados en la filosofía analítica quienes han estudiado el pensamiento de Ludwig Wittgenstein (en futuras entradas veremos la relación entre la filosofía analítica y el positivismo lógico).
Ya hemos visto que el autor del Tractatus Logico-Philosophicus también tenía una faceta mística. De eso nos ocupamos ahora.
En su “Esbozo histórico de la filosofía en México (Siglo XX)”, el filósofo mexicano Gabriel Vargas Lozano se ocupa de una de las emigraciones más grandes del siglo pasado: el exilio español ante la derrota de la república a manos del franquismo. A nuestro país llegaron muchos filósofos, entre ellos José Gaos, José Manuel Gallegos Rocafull, Eugenio Imaz, Adolfo Sánchez Vázquez, María Zambrano, Wenceslao Roces y Ramón Xirau.
¿Qué sucedía en México política, artística y filosóficamente? Vargas Lozano cuenta: “Los filósofos españoles, al igual que los demás miembros del exilio llegan a México en un momento peculiar de la historia. Se trataba del período Cardenista, un año después de la expropiación petrolera, es decir, en medio de una de las grandes batallas de México por su soberanía e independencia y un año antes del término del sexenio. Momento brillante en el orden de la política pero también en el ámbito de la cultura integrada por el muralismo de Orozco, Rivera y Sequeiros; la música de Silvestre Revueltas y Carlos Chávez; el estridentismo como corriente estética; la poesía de ‘los contemporáneos’ y el debate sobre el arte comprometido. Una figura especial era Alfonso Reyes. También entra en acción la generación del 15; cercanos a ellos estaban también Narciso Bassols y Daniel Cosío Villegas que serán importantes fundadores de instituciones culturales. En el campo de la filosofía sobresalían figuras como Antonio Caso, José Vasconcelos, Samuel Ramos, Eduardo García Maynes y Francisco Larroyo, entre otros.”
Los filósofos exiliados crearon instituciones, realizaron traducciones, se dedicaron a la docencia e investigación, desarrollaron su propia obra, fundaron revistas...
Como mencionamos líneas atrás, entre los filósofos que llegaron a nuestro país estaba Ramón Xirau. Él llegó a principios de agosto de 1939, entonces tenía quince años. ¿Qué temas e ideas le interesaron analizar? Vargas Lozano escribe: “la pregunta metafísica por el sentido de la vida (que le lleva a inquirir más tarde por lo sagrado); la crisis de las civilizaciones (El desarrollo y la crisis en la filosofía occidental de 1975); la idea de que la filosofía es una búsqueda de la verdad y la verdad absoluta es siempre religiosa; sus trabajos sobre Teilhard de Chardin, Wittgenstein, Simon Weil y Martin Heidegger. El pensamiento de Xirau está sustentado en un humanismo que busca la conciliación entre Eros, Mythos y Logos.”
Algunas de sus obras son: “Sentido de presencia” (1953), “El péndulo y la espiral” (1959), “Palabra y silencio” (1964), “Mito y poesía” (1964), “Introducción a la historia de la filosofía” (1964), “Poesía y conocimiento” (1979) y “Cuatro filósofos y lo sagrado” (1986).
Ahora veamos su ensayo “Wittgenstein y lo místico: presencia del límite.”
Razón y fe. De las relaciones entre ellas es de lo que trata el ensayo de Xirau.
La fe por encima de la razón. La razón que acude al servicio de la fe. La imposibilidad de dar el salto mortal.
Escribe sobre el pensamiento de Kierkegaard, quien “usaba la razón para mostrar la incapacidad de esta misma razón y decía –cuestión de vida o muerte- que el verdadero hombre, el hombre religioso, era el que podía realizar el saltum mortale, el salto de lo finito a lo infinito, cosa de fe, confianza, amor.” Kierkegaard era el pensador del siglo XIX a quien más admiraba Wittgenstein, de hecho decía que había sido un santo. Frente al fideísmo (como el de Kierkegaard) “algunos pensaron que podía racionalizarse totalmente la fe (...) Dos extremos: afirmar únicamente la fe; afirmar únicamente la razón.”
Xirau considera que el Tractatus ha sido repetidamente malinterpretado, “y esto es especialmente cierto cuando vemos que los filósofos anglosajones –y ahora sus discípulos españoles, mexicanos, argentinos- se preocupan más por los problemas lógicos y epistemológicos que planteaba (o resolvía) el Tractatus que por lo que ocupaba y preocupaba vitalmente a Wittgenstein.” Xirau explica lo que realmente le importaba a Wittgestein: el mundo de lo místico, el mundo de lo indecible. ¿Y de dónde le venía este interés? Seguramente “de una experiencia de los límites, del límite.”
Xirau se refiere entonces a lo que se dice y puede decirse, y a lo que se muestra: lo místico. “Lo místico es lo que está en el límite o más allá del límite.”
Para comprender al filósofo-místico hay que analizar el ambiente de aquella Viena, y es lo que hace Xirau. “La filosofía de Wittgenstein refleja las preocupaciones de su ciudad natal...” En otra entrada veremos este punto con detalle.
Xirau menciona algunos datos sobre Wittgenstein: que participa como voluntario en la Primera Guerra Mundial, que renuncia a su fortuna, que se hace maestro de escuela primaria en pueblos pobres, que busca el aislamiento en su cabaña, que diseña la casa de su hermana, etc. Y menciona esto porque quiere hacer énfasis en su carácter. A Wittgenstein toda la vida le persiguieron los demonios: “Y estos demonios fueron reales. Psicológicamente, este hombre angustiado estaba destinado a acercarse y apartarse al mismo tiempo de la religión y de su propio misticismo.”
En El misticismo y la santidad en Ludwig Wittgenstein vimos que el filósofo-místico llegó a autoinculparse de forma desmedida, hablaba y escribía de su bajeza y corrupción. Afirmaba que su vida estaba “llena de los pensamientos y actos más feos y mezquinos”, también expresaba sus deseos de cambiar: “Mi vida ha sido hasta ahora una gran cochinada, pero ¿deberá continuar siéndolo por siempre?”. Necesitaba aclararse como hombre, también anotó: “Me están devorando unas circunstancias repugnantes. Toda la vida exterior, con toda su vulgaridad, se abalanza sobre mí. E interiormente estoy lleno de odio y no consigo dejar que penetre en mí el espíritu. Dios es el amor. Soy como un hornillo consumido, lleno de escorias y suciedad”.
Xirau considera que lo que atormentaba a Wittgenstein eran las cosas que no pueden decirse sino sólo mostrarse.
A continuación escribe sobre las lecturas no filosóficas de Wittgenstein: la Biblia, pensadores semirreligiosos, místicos...
No agrego más sobre los puntos anteriores porque ya he escrito al respecto en otras entradas. Pero ¿qué importancia puede tener todo esto?, ¿son extrafilosóficos datos como el carácter y las lecturas de Ludwig? Xirau da una respuesta negativa: “No lo son. Y si no lo son es porque un filósofo no es –no debe ser- un ente abstracto, sino una persona viva que integra en sí, y por lo tanto en su filosofía, cuanto lee, siente, vive. La biografía es parte del pensamiento, sobre todo cuando trata de cuestiones fundamentales, es decir, de cuestiones indecibles.”
Wittgenstein considera que quienes hablaban de lo místico no hacían sino decir tonterías. J. Ayer mantenía lo anterior, y se equivocaba. Xirau explica: “Demasiado influido estaba Ayer por el positivismo lógico para poder entender a Wittgenstein.”
Pero ¿qué es aquello de lo que no es posible hablar pero sí mostrar? “La ética no puede expresarse porque es trascendental y, por lo tanto, está más allá de los límites del lenguaje.” Lo mismo sucede con la estética. Continúa Xirau haciendo referencia a algunas de las cuestiones de las que escribió Wittgenstein: la felicidad, el mundo de los felices, el mundo de los infelices, las amenidades de este mundo, la voluntad...
¿Es o no Wittgenstein un hombre de fe? El mismo Wittgenstein afirmaba que no era religioso pero que no podía sino ver el mundo con ojos religiosos. Xirau no cree que Wittgenstein tuviera fe, pero sí que hubiera en él una posibilidad de fe.
El filósofo-místico escribió acerca de lo que significa creer en Dios (ver que con los hechos del mundo no basta, ver que la vida tiene un sentido, entender la cuestión acerca del sentido de la vida). Pero ¿en qué sentido usa Wittgenstein la palabra Dios?
Sobre esto, Xirau anota: “En algunos casos Dios es visto como el ser del cual dependemos y, así, la palabra Dios es sinónima de la palabra Destino; en otros caso la divinidad se escinde y adquiere un doble significado más allá de los límites: el mundo, considerado en su totalidad limitada, y el Yo dependiente (un yo que no es personal, sino trascendental). Estos varios y diversos sentidos de la palabra Dios no dejan de ser ambiguos.”
Después de analizar el concepto de Dios en Wittgenstein, Xirau anota: “en Wittgenstein existe una posibilidad de religión. Como Kiekegaard, Wittgenstein quiso realizar un saltum mortale; no parece que lo haya conseguido como lo consiguió –a través de amor y fe, a través de obra de amor- Sören Kierkegaard.”
Para finalizar mencionaremos que también Luis Villoro se ha ocupado del misticismo de Wittgenstein. Lo hizo en su artículo: “Lo indecible en el Tractatus”, ya lo buscaremos...
REFERENCIAS
Xirau, Ramón. “Antología de Ramón Xirau”. Editorial Diana. México. 1989.
Vargas Lozano, Gabriel. “Esbozo de la filosofía en México (Siglo XX) y otros ensayos”. Ed. Conarte-Facultad de Filosofía y Letras de la UANL. Monterrey. 2005.
En México no han sido únicamente los interesados en la filosofía analítica quienes han estudiado el pensamiento de Ludwig Wittgenstein (en futuras entradas veremos la relación entre la filosofía analítica y el positivismo lógico).
Ya hemos visto que el autor del Tractatus Logico-Philosophicus también tenía una faceta mística. De eso nos ocupamos ahora.
En su “Esbozo histórico de la filosofía en México (Siglo XX)”, el filósofo mexicano Gabriel Vargas Lozano se ocupa de una de las emigraciones más grandes del siglo pasado: el exilio español ante la derrota de la república a manos del franquismo. A nuestro país llegaron muchos filósofos, entre ellos José Gaos, José Manuel Gallegos Rocafull, Eugenio Imaz, Adolfo Sánchez Vázquez, María Zambrano, Wenceslao Roces y Ramón Xirau.
¿Qué sucedía en México política, artística y filosóficamente? Vargas Lozano cuenta: “Los filósofos españoles, al igual que los demás miembros del exilio llegan a México en un momento peculiar de la historia. Se trataba del período Cardenista, un año después de la expropiación petrolera, es decir, en medio de una de las grandes batallas de México por su soberanía e independencia y un año antes del término del sexenio. Momento brillante en el orden de la política pero también en el ámbito de la cultura integrada por el muralismo de Orozco, Rivera y Sequeiros; la música de Silvestre Revueltas y Carlos Chávez; el estridentismo como corriente estética; la poesía de ‘los contemporáneos’ y el debate sobre el arte comprometido. Una figura especial era Alfonso Reyes. También entra en acción la generación del 15; cercanos a ellos estaban también Narciso Bassols y Daniel Cosío Villegas que serán importantes fundadores de instituciones culturales. En el campo de la filosofía sobresalían figuras como Antonio Caso, José Vasconcelos, Samuel Ramos, Eduardo García Maynes y Francisco Larroyo, entre otros.”
Los filósofos exiliados crearon instituciones, realizaron traducciones, se dedicaron a la docencia e investigación, desarrollaron su propia obra, fundaron revistas...
Como mencionamos líneas atrás, entre los filósofos que llegaron a nuestro país estaba Ramón Xirau. Él llegó a principios de agosto de 1939, entonces tenía quince años. ¿Qué temas e ideas le interesaron analizar? Vargas Lozano escribe: “la pregunta metafísica por el sentido de la vida (que le lleva a inquirir más tarde por lo sagrado); la crisis de las civilizaciones (El desarrollo y la crisis en la filosofía occidental de 1975); la idea de que la filosofía es una búsqueda de la verdad y la verdad absoluta es siempre religiosa; sus trabajos sobre Teilhard de Chardin, Wittgenstein, Simon Weil y Martin Heidegger. El pensamiento de Xirau está sustentado en un humanismo que busca la conciliación entre Eros, Mythos y Logos.”
Algunas de sus obras son: “Sentido de presencia” (1953), “El péndulo y la espiral” (1959), “Palabra y silencio” (1964), “Mito y poesía” (1964), “Introducción a la historia de la filosofía” (1964), “Poesía y conocimiento” (1979) y “Cuatro filósofos y lo sagrado” (1986).
Ahora veamos su ensayo “Wittgenstein y lo místico: presencia del límite.”
Razón y fe. De las relaciones entre ellas es de lo que trata el ensayo de Xirau.
La fe por encima de la razón. La razón que acude al servicio de la fe. La imposibilidad de dar el salto mortal.
Escribe sobre el pensamiento de Kierkegaard, quien “usaba la razón para mostrar la incapacidad de esta misma razón y decía –cuestión de vida o muerte- que el verdadero hombre, el hombre religioso, era el que podía realizar el saltum mortale, el salto de lo finito a lo infinito, cosa de fe, confianza, amor.” Kierkegaard era el pensador del siglo XIX a quien más admiraba Wittgenstein, de hecho decía que había sido un santo. Frente al fideísmo (como el de Kierkegaard) “algunos pensaron que podía racionalizarse totalmente la fe (...) Dos extremos: afirmar únicamente la fe; afirmar únicamente la razón.”
Xirau considera que el Tractatus ha sido repetidamente malinterpretado, “y esto es especialmente cierto cuando vemos que los filósofos anglosajones –y ahora sus discípulos españoles, mexicanos, argentinos- se preocupan más por los problemas lógicos y epistemológicos que planteaba (o resolvía) el Tractatus que por lo que ocupaba y preocupaba vitalmente a Wittgenstein.” Xirau explica lo que realmente le importaba a Wittgestein: el mundo de lo místico, el mundo de lo indecible. ¿Y de dónde le venía este interés? Seguramente “de una experiencia de los límites, del límite.”
Xirau se refiere entonces a lo que se dice y puede decirse, y a lo que se muestra: lo místico. “Lo místico es lo que está en el límite o más allá del límite.”
Para comprender al filósofo-místico hay que analizar el ambiente de aquella Viena, y es lo que hace Xirau. “La filosofía de Wittgenstein refleja las preocupaciones de su ciudad natal...” En otra entrada veremos este punto con detalle.
Xirau menciona algunos datos sobre Wittgenstein: que participa como voluntario en la Primera Guerra Mundial, que renuncia a su fortuna, que se hace maestro de escuela primaria en pueblos pobres, que busca el aislamiento en su cabaña, que diseña la casa de su hermana, etc. Y menciona esto porque quiere hacer énfasis en su carácter. A Wittgenstein toda la vida le persiguieron los demonios: “Y estos demonios fueron reales. Psicológicamente, este hombre angustiado estaba destinado a acercarse y apartarse al mismo tiempo de la religión y de su propio misticismo.”
En El misticismo y la santidad en Ludwig Wittgenstein vimos que el filósofo-místico llegó a autoinculparse de forma desmedida, hablaba y escribía de su bajeza y corrupción. Afirmaba que su vida estaba “llena de los pensamientos y actos más feos y mezquinos”, también expresaba sus deseos de cambiar: “Mi vida ha sido hasta ahora una gran cochinada, pero ¿deberá continuar siéndolo por siempre?”. Necesitaba aclararse como hombre, también anotó: “Me están devorando unas circunstancias repugnantes. Toda la vida exterior, con toda su vulgaridad, se abalanza sobre mí. E interiormente estoy lleno de odio y no consigo dejar que penetre en mí el espíritu. Dios es el amor. Soy como un hornillo consumido, lleno de escorias y suciedad”.
Xirau considera que lo que atormentaba a Wittgenstein eran las cosas que no pueden decirse sino sólo mostrarse.
A continuación escribe sobre las lecturas no filosóficas de Wittgenstein: la Biblia, pensadores semirreligiosos, místicos...
No agrego más sobre los puntos anteriores porque ya he escrito al respecto en otras entradas. Pero ¿qué importancia puede tener todo esto?, ¿son extrafilosóficos datos como el carácter y las lecturas de Ludwig? Xirau da una respuesta negativa: “No lo son. Y si no lo son es porque un filósofo no es –no debe ser- un ente abstracto, sino una persona viva que integra en sí, y por lo tanto en su filosofía, cuanto lee, siente, vive. La biografía es parte del pensamiento, sobre todo cuando trata de cuestiones fundamentales, es decir, de cuestiones indecibles.”
Wittgenstein considera que quienes hablaban de lo místico no hacían sino decir tonterías. J. Ayer mantenía lo anterior, y se equivocaba. Xirau explica: “Demasiado influido estaba Ayer por el positivismo lógico para poder entender a Wittgenstein.”
Pero ¿qué es aquello de lo que no es posible hablar pero sí mostrar? “La ética no puede expresarse porque es trascendental y, por lo tanto, está más allá de los límites del lenguaje.” Lo mismo sucede con la estética. Continúa Xirau haciendo referencia a algunas de las cuestiones de las que escribió Wittgenstein: la felicidad, el mundo de los felices, el mundo de los infelices, las amenidades de este mundo, la voluntad...
¿Es o no Wittgenstein un hombre de fe? El mismo Wittgenstein afirmaba que no era religioso pero que no podía sino ver el mundo con ojos religiosos. Xirau no cree que Wittgenstein tuviera fe, pero sí que hubiera en él una posibilidad de fe.
El filósofo-místico escribió acerca de lo que significa creer en Dios (ver que con los hechos del mundo no basta, ver que la vida tiene un sentido, entender la cuestión acerca del sentido de la vida). Pero ¿en qué sentido usa Wittgenstein la palabra Dios?
Sobre esto, Xirau anota: “En algunos casos Dios es visto como el ser del cual dependemos y, así, la palabra Dios es sinónima de la palabra Destino; en otros caso la divinidad se escinde y adquiere un doble significado más allá de los límites: el mundo, considerado en su totalidad limitada, y el Yo dependiente (un yo que no es personal, sino trascendental). Estos varios y diversos sentidos de la palabra Dios no dejan de ser ambiguos.”
Después de analizar el concepto de Dios en Wittgenstein, Xirau anota: “en Wittgenstein existe una posibilidad de religión. Como Kiekegaard, Wittgenstein quiso realizar un saltum mortale; no parece que lo haya conseguido como lo consiguió –a través de amor y fe, a través de obra de amor- Sören Kierkegaard.”
Para finalizar mencionaremos que también Luis Villoro se ha ocupado del misticismo de Wittgenstein. Lo hizo en su artículo: “Lo indecible en el Tractatus”, ya lo buscaremos...
REFERENCIAS
Xirau, Ramón. “Antología de Ramón Xirau”. Editorial Diana. México. 1989.
Vargas Lozano, Gabriel. “Esbozo de la filosofía en México (Siglo XX) y otros ensayos”. Ed. Conarte-Facultad de Filosofía y Letras de la UANL. Monterrey. 2005.
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