domingo, junio 07, 2009

Magia, charlatanería y cáncer(Segunda parte)
Por Luis Benítez Bribiesca


La charlatanería clásica y el cáncer

Se supone que la palabra charlatanería deriva del termino charlar, que a su vez encuentra origen en la palabra italiana ciarlare, que significa conversación vacua, sin sustento y totalmente intrascendente. Respecto a la medicina, un charlatán es un individuo dedicado a embaucar a los enfermos con su charla y argumentos fatuos, para vender o promover medicamentos o sistemas de curación que no tienen sustento ni apoyos científicos.

El charlatán es un simpático personaje que apareció probablemente desde la Edad Media en casi todas las culturas; hasta la fecha, en muchos pueblos, incluyendo los de países desarrollados, se encuentran ejemplos folclóricos de estos individuos en las plazas, mercados y en los tianguis. En nuestro país es común escucharlos, tanto en las grandes ciudades como en los pequeños poblados, promoviendo, en forma muy eficaz y con una locuacidad realmente envidiable, sus diversos métodos de curación, que pueden ser desde las hierbas más tradicionales hasta los sistemas más absurdos para curar todo tipo de enfermedades. Estas personas por lo general tienen poca o nula escolaridad, pero gozan de una habilidad innata para convencer y sugestionar a la gente con la que tratan; existen prácticamente de todos los niveles: desde el charlatán del mercado popular, hasta aquel que tiene consultorios y sucursales establecidas, con propaganda escrita y distribuida por correo. De estos últimos se conocen en México multitud de ejemplos, que se anuncian en la radio y en los periódicos de mayor circulación.

Quizá la mejor descripción literaria, musical y artística de un charlatán se encuentra en la deliciosa ópera cómica de Gaetano Donizzetti intitulada L’Elisir D’Amore. Un supuesto “médico” de nombre Dulcamara llega a la plaza del poblado donde se encuentra el ingenuo Nemorino; este joven, enamorado fatalmente de la rica y bella Adina, queda convencido de las grandes dotes del “dottore”, ante la ostentación de su gran sabiduría y de la bondad y esplendidez de sus productos curativos. El “doctor” Dulcamara describe claramente su proceder y sus atributos en una bella y jocosa aria que inicia con las palabras “Udite, udite o rustici...”, y que dice así:

“Oíd, oíd, campesinos
poned atención
y no hagáis ruido.
Doy por supuesto e imagino
que lo mismo que yo,
sabéis
que soy aquel gran médico,
doctor enciclopédico,
llamado Dulcamara,
cuya virtud preclara
y las maravillas infinitas
son conocidas en todo el
mundo y parte del
extranjero;
benefactor de los hombres,
reparador de los males.
En pocos días, yo vacío
los hospitales
y voy vendiendo
salud por doquier.

Compradla, compradla,
os la doy por poco.
Este odantálgico,
maravilloso licor,
de topos e insectos
es potente destructor,
cuyos certificados
auténticos, sellados,
tocar, ver y leer
a quien quiera dejaré.
Gracias a este mi
“específico”,
simpático, curalotodo,
un septuagenario
todavía se convirtió
en abuelo de diez niños.
Gracias a este “toca y sana”,
en pocas semanas más,
una viuda afligida
dejó de llorar.

O vosotras, rígidas
señoronas,
¿querríais rejuvenecer?
vuestras arrugas molestas
con esto suprimiréis
¿queréis, muchachas
tener suave la piel?
¿Vosotros, jóvenes galantes,
tener siempre amantes?
Comprad mi “específico”
os lo doy por poco.

Mueve paralíticos,
sana a los apopléjicos,
a los asmáticos,
a los que se ahogan,
a los histéricos, diabéticos,
cura a los sordos,
escofulosos y raquíticos,
e incluso el mal de hígado
que tan de moda está.
Comprad mi “específico”
os lo doy por poco.
Lo he traído por el correo
desde miles de millas.
Me preguntaréis, ¿cuánto
cuesta?,
¿cuánto vale la botella?
¿cien escudos...
treinta... veinte?...

(Traducción del libreto en italiano de la ópera L’Elisir D’Amore de Gaetano Donizzeti, Ed. Daimon, 1983.)

Una vez que este hábil y simpático charlatán convence a la población de que el remedio que ofrece es infalible y de que vende su producto por un precio irrisorio, el ingeniero Nemorino se le acerca para preguntarle si no trae, además de su maravilloso medicamento, el famoso elíxir de amor que le permitió a Tristán conquistar a la mujer de sus sueños, que era Isolda. Dulcamara no puede quedarse callado, ni negar que conoce el elíxir; saca entonces una botella de vino de Burdeos y se lo ofrece como el auténtico “Elíxir del Amor”. Nemorino, deseando fervientemente convencer a Adina, lo compra, lo ingiere rápidamente de tal manera que se embriaga, y así obtiene el valor, la energía y, quizá, la simpatía para conquistar el amor de su vida. En esta forma se realiza lo que parecía imposible: que el ingenuo y pobretón de ese pueblecito conquistara a la chica más bella y más rica del poblado. La moraleja de esta deliciosa obra musical es que el charlatán es capaz de vender ilusiones, que a veces se realizan. Nemorino probablemente nunca supo que lo que le vendió el doctor Dulcamara era una simple botella de un buen tinto de Burdeos; él siempre estuvo convencido de que gracias al “Elíxir” obtuvo la aceptación de Adina. Esta historia se repite con los Dulcamaras típicos de nuestros tiempos que prometen “las perlas de la virgen”, y en verdad es el crédulo paciente quien, sin saberlo, realiza el milagro del efecto.

Muchos inocentes creen a pie juntillas que al ingerir una hierba, una poción o adquirir un amuleto de éstos tan hábiles embaucadores obtendrán el efecto que ellos buscan. En verdad, lo que adquieren es un poco de confianza, algo de valor o de entereza para afrontar sus problemas y así con frecuencia los resuelven. No debemos ignorar, por supuesto, que la confianza o sugestión, que es parte integral del pensamiento mágico, puede ejercer verdaderos efectos curativos en la enfermedad psicosomática, tema que será discutido más adelante.

El charlatán se distingue fácilmente del mago. El primero es un individuo por lo genral inculto, que aprovecha su habilidad y locuacidad para convencer a la gente de que compre sus pociones y medicamentos de cuya utilidad él mismo muchas veces no está convencido. Este individuo es por lo general un nómada, que va d epueblo en pueblo o de mercado en mercado, porque sabe perfectamente que puede recibir reclamos de los insatisfechos, lo que no le conviene para su fama y prestigio. En cambio, el mago, cuyo origen se encuentra probablemente en el Medio Oriente, hace casi 4000 años, cree con firmeza que su sabiduría emana de dioses o fuerzas sobrenaturales y que mediante rituales simbólicos de purificación o de dominio puede influir en el destino y naturalmente en la salud de los individuos; recordemos que el mago era el científico de la época hace algunos milenios. 3 En forma paulatina, el mago y toda la doctrina mágico-religiosa se separaron de la ciencia hasta obtener su divorcio definitivo, cuando el método científico se entronizó para el estudio objetivo y experimental de los fenómenos biológicos y humanos. El único contacto que podemos ver entre el charlatán y el mago es que el primero utiliza a veces algunos sistemas mágicos, como los amuletos o algunas hierbas a las cuales se les atribuyen no tanto acciones curativas sino efectos sobrenaturales sobre el carácter y la personalidad del individuo, en ese juego eterno entre las fuerzas del bien y las fuerzas del mal; de ahí la magia negra y la magia blanca. De cualquier manera, la magia y la charlatanería por desgracia se emplean con mucha frecuencia para tratar enfermedades graves, entre ellas el cáncer, que claramente reclaman de medidas más enérgicas y directas.


La charlatanería moderna

Pero todo evoluciona y magos y merolicos han cambiado ropaje y procedimientos para encontrar acomodo en la nueva sociedad. En la actualidad el típico charlatán de Donizzeti, que continúa su labor en las plazas públicas y los mercados, es despreciado por una nueva estirpe que presume de tener más cultura, que ostenta títulos universitarios de licenciatura (como de biólogo o de médico), que pretende usar métodos científicos y trabajar en laboratorios supuestamente de investigación, pero que engaña al público en la misma forma que aquél. A estos nuevos personajes se los puede catalogar como de “charlatanes modernos”, y a ellos debe imputárseles la máxima responsabilidad de práctica fraudulenta, porque son personas con información y educación superior.

El avance científico y tecnológico de nuestro siglo ha empujado a muchos embaucadores a incorporar parte de la jerga científica a su quehacer diario; pero al final, siguen siendo los mismos de siempre. Lo que es más alarmante es que así se ha creado el nuevo tipo de charlatán, que podemos calificar de “científico”. Estos individuos adquieren una información relativamente moderna y usan términos técnicos que impresionan al público lego y a veces hasta al gremio profesional. La característica general de estos sujetos es que posan como grandes médicos o investigadores, y siempre aparecen como víctimas de la incomprensión de las instituciones oficiales que se dedican a la investigación oncológica. Se lamentan de que, a pesar de sus grandes esfuerzos por lograr la ayuda de las universidades o de los institutos gubernamentales, no han encontrado ese respaldo por envidia o celo profesional. Se dicen entonces portadores de un gran descubrimiento científico, único en el orbe, que sólo ellos pueden poner a disposición del público. Dentro de este bien calculado marco escenográfico, se desarrolla su quehacer charlatanesco para la cura del cáncer y otras enfermedades graves, con el único propósito de obtener cuantiosos beneficios económicos.

Ya que en la literatura existen múltiples ejemplos de estos charlatanes científicos y que analizar este aspecto con detalle haría este escrito tedioso y extenso, me referiré a los ejemplos más notables que han ocurrido en el vecino país del norte y que, por razón de contigüidad geográfica, nos han afectado en los últimos años.

Desde principios de siglo en Estados Unidos se estableció un sistema para el control adecuado de la comercialización de los medicamentos, que en un principio de llamó la Oficina Química (Bureau of Chemistry) y después de denominó la Administración de los Alimentos y de las Drogas (Food and Drug Administration, FDA). Curiosamente, la evolución, estructuración y refinamiento de los procedimientos de este organismo tuvieron lugar como consecuencia de la investigación de supuestas drogas y tratamientos contra el cáncer que proliferaban en el vecino país.

Quizás el remedio más famoso en esa época fue el propuesto por el pseudomédico Jonson, en la ciudad de Kansas, que aseguraba que el cáncer era una enfermedad curable, pero únicamente con su método, que vendía caro. Posteriormente, entre 1940 y 1950, otro curandero, que se decía médico, publicó un libro titulado Usted no tiene que morir, y proponía el llamado tratamiento Hoxsey, que consistía en dos productos principales: “a “medicina color de rosa” y la “medicina negra”. La primera contenía sólo pepsina lactada y yoduro de potasio y la segunda estaba compuesta por un laxante con extracto de cenizas de corteza espinosa, de corteza de árbol de tanino, fitolaca, alfalfa, y algunas otras hierbas. Según Harry Hoxsey, su abuelo había descubierto esa fórmula cuando observó que uno de sus caballos que tenía cáncer (?) en una pata se curó con una pastura que contenía gran parte de los ingredientes descritos (¡valiente argumento!); así convenció a la gente. Sus medicamentos se hicieron tan famosos que este individuo fundó varias clínicas donde se ofrecían “paquetes” que consistían en un examen médico, realizado por un médico osteópata, algunas pruebas de laboratorio de sangre y orina, el diagnóstico oncológico (por supuesto sin biopsia) y luego la prescripción del tratamiento para el cáncer que se tuviese. En aquella época el “paquete” costaba 400 dólares y se calcula que llegaron a tratarse más de diez mil personas con ese sistema. Es obvio que no existe ninguna prueba de que el tratamiento Hoxsey tuviera algún efecto curativo, pero sí uno muy bueno como negocio.

Después de un litigio que duró casi diez años, el tratamiento Hoxsey fue prohibido en EE.UU. alrededor de los años sesenta; para entonces ya había redituado más de 50 millones de dólares a la empresa. El tratamiento había traspuesto ya las fronteras, y aun después de su prohibición en aquel país, continuó vendiéndose en México sin restricción alguna.

Alrededor de 1940, William F. Koch llevó a cabo uno de los grandes fraudes en el tratamiento del cáncer en Estados Unidos. Koch ostentaba un título de médico de Detroit y fundó lo que llamó la “Liga Cristiana para la Investigación Médica”. El tratamiento lo administraba él mismo, como es común para todos los charlatanes, tanto de la vieja como de la nueva estirpe, en frascos bien etiquetados, en donde por supuesto se omitía la fórmula del compuesto. Las autoridades encargadas de analizar estos productos encontraron que sólo contenía agua destilada pura. Sin embargo, miles de incautos creyeron en las virtudes que les atribuía el falso doctor; éste condujo su sistema de mercadotecnia y de propaganda en forma muy inteligente y pudo vender su producto a 25 dólares cada ámpula, y en ocasiones llegó a cobrar hasta 300 dólares por una sola inyección. ¡Otro gran negocio a expensas del pobre canceroso! Después de un prolongado juicio en 1948, el doctor Koch se retiró a Brasil donde murió pocos años después en la opulencia. Una vez más la credulidad y la ceguera humanas ante una dolencia tan decepcionante como el cáncer había triunfado sobre la ciencia.

Después que los tratamientos de Hoxsey y de Koch fueron legalmente anulados, apareció otro medicamento, si se le puede llamar así, que venía con un aura de seriedad y de respaldo de misteriosos laboratorios de investigación; a ese medicamento se le conoció como Krebiozen. Se decía que se había obtenido del suero de caballos inoculados con una levadura que causa una infección equina bien conocida por los veterinarios.

Lo más sobresaliente del Krebiozen es que estaba avalado nada menos que por el famoso doctor Andrew Ivy, de la Universidad de Illinois, asociado con Stephan y Marko Durovic, emigrantes yugoslavos, quienes decían haber realizado su descubrimiento en Argentina. Cuando el doctor Ivy hizo el anuncio de sus descubrimientos y de su colaboración con estos dos pseudocientíficos en una conferencia de prensa en 1951, sus colegas universitarios y la comunidad científica se indignaron, y la Asociación Médica Estadounidense lo expulsó de su seno; pero el prestigio del doctor Ivy se difundió rápidamente y logró incidir en la frágil credibilidad de los pacientes con cáncer. De nuevo sus sistema de venta y de convencimiento fue tan efectivo que para muchos este médico se convirtió en un verdadero héroe de la humanidad. Fue hasta 1963 cuando la FDA pudo analizar en forma completa una de las muestras del medicamento; encontraron que la única sustancia activa que contenía era el monohidrato de creatina, un aminoácido que se encuentra en casi todos los tejidos animales y que por supuesto no tiene ningún valor como sustancia para tratar el cáncer. A pesar de varias solicitudes de la agencia gubernamental para consultar la forma de producción del producto, esto nunca pudo llevarse a cabo, ya que sus promotores decían que todo el medicamento se importaba de Argentina.

Cuando el doctor Ivy y sus socios yugoslavos fueron llevados a juicio por fraude y conspiración, se desató una verdadera revolución de protesta de sus seguidores, lo que hizo que el juicio se retrasara y que en un par de ocasiones fueran declarados inocentes; a pesar de esto, el éxito del Krebiozen se derrumbó. Stephan Durovic de pronto salió de Estados Unidos y se refugió en Suiza, donde tenía cuentas bancarias suculentas. Marco Durovic, el hermano abogado, estuvo varios años en litigio con el Servicio de Hacienda de los Estados Unidos y murió en 1976. Por último, el doctor Ivy continuó administrando el tratamiento de Krebiozen en su oficina en Chicago, después de haberle cambiado el nombre a Carcalon; según él, éste era un producto mejorado del original. 7 Este tristemente célebre médico murió en 1977. No es de extrañar que también ese medicamento apócrifo llegara a nuestro país y fuera usado en algunas clínicas, sobre todo en los estados fronterizos del norte.

Después un tal Philip Drosnes, vendedor de llantas, se asoció con su amiga Lilian Lazenvy, empleada de una cafetería, para fabricar una sustancia anticancerosa que llamaron Mucorisina, y que no era otra cosa que un extracto de trigo descompuesto por hongos contaminantes. Los astutos curanderos alegaban que su sustancia era un poderoso antibiótico, pero el análisis de la FDA demostró que el medicamento contenía abundantes hongos que podían ser patógenos y peligrosos, además de carecer de algún efecto antineoplásico. En aquella época no se sabía que algunos hongos como el Aspergillus producen sustancias cancerígenas potentes, conocidas como aflatoxinas. Desconozco si la Mucosarina ha sido examinada de nuevo para buscar estas sustancias productoras de cáncer, pues en caso de que las tuviera resultaría una paradoja que el medicamento propuesto como cura del cáncer fuera en verdad un agente productor de ese mal.

Otro curioso sistema de curar el cáncer fue ideado por un pseudosiquiatra llamado Wilhelm Reich, quien dijo haber descubierto una fuerza cósmica indefinida que llamó “energía orgónica”. Así, se dedicó a construir acumuladores de “orgona”. Estos eran unas cajas donde los pacientes debían pasar un determinado tiempo para absorver la inexistente “orgona”, acumulada con este curioso aparato, para aniquilar el cáncer. 7 Esta idea de capturar y utilizar energía cósmica se ha repetido en diferentes versiones, como son el uso de las pirámides o de las pulseras de ciertas aleaciones de cobre que ahora la gente compra por centenares.

Quizás el medicamento que ha causado mayores problemas, tanto desde el punto de vista médico como desde el punto de vista legal, es el conocido como Leatrile o Amigdalina. Las bondades de este medicamento se pregonan todavía en forma muy activa; se dice que es una vitamina, a la que se le denomina vitamina B17, y que es el medicamento más efectivo para tratar el cáncer. Fue preparado por un doctor Ernst Krebs, quien desde principios de siglo se dedicó a fabricar una serie de medicamentos fraudulentos. El jarabe de lectinol era un medicamento polivalente (servía para todo); después vino el jarabe BAL-SA-ME-A y otro que se llamó Mutágeno y que era únicamente una enzima recién descubierta, conocida como quimiotripsina, y que carece de efecto contra los tumores malignos. Este sujeto promovió y vendió todos estos medicamentos, pero al final las agencias oficiales los prohibieron. Por último, fabricó el Leatrile, una sustancia que se obtenía de la semilla de durazno.

El doctor Krebs y su hijo iniciaron el negocio del Leatrile en forma aparentemente muy inocente, por medio de la “Fundación a la Memoria de John Beard”. No contentos con haber producido la hipotética vitamina B17, también elaboraron otro producto que denominaron vitamina B15 o ácido pangámico. Después de numerosas investigaciones acuciosas las autoridades de la FDA demandaron judicialmente a los fabricantes del supuesto medicamento anticanceroso. 7 Como en el caso de Hoxsey, sus numeroso seguidores hicieron tumultuosas reclamaciones testimoniales, por lo que el caso tuvo que revisarse en repetidas ocasiones; se necesitó del apoyo del Instituto Nacional de Cáncer en Washington y del Sloan Kettering de Nueva York para que repitieran y extendieran los estudios experimentales sobre esa sustancia, no porque la FDA no estuviera convencida de su ineficacia sino simplemente por la enorme presión del público, que pedía autorización para usar el medicamento en forma libre. 8,9 Mientras esto ocurría, tanto en Canadá como en México el medicamento hizo su aparición; de este lado del Bravo se construyeron clínicas fastuosas con los medios más modernos, con oncólogos formados en los métodos tradicionales de tratamiento oncológico, pero con el señuelo fundamental de ofrecer la magia del Leatrile, prohibido ya en Estados Unidos.

Como ocurre con los otros métodos mencionados, existen muchos individuos que afirman haber sido curados por medio del Leatrile. Todavía en 1977 el famoso Instituto Sloan Kettering publicó en el Journal of Surgical Oncology dos artículos de sendos experimentos realizados en animales con tumores trasplantables y en otros con tumores espontáneos para probar el efecto de la droga. El asunto se consideró de tanta importancia que se citó a una conferencia de prensa donde se explicó a los reporteros de los principales diarios estadounidenses las conclusiones de que esta sustancia no tenía ninguna acción anticancerosa. 10 Se calcula que hasta el momento sólo en EE.UU. se han tratado alrededor de 70 000 pacientes con este sistema; se ignora cuántos se han tratado en México, pero es probable que la cifra alcance varios millares.

Es evidente, con los datos que hemos aportado, que la charlatanería científica ha adquirido carta de naturalización, aun en países desarrollados y con amplia información científica y tecnológica, como es el vecino país del norte y algunos de Europa Central.


REFERENCIAS

1 Kardinal, C.G. y J.A. Yarbro, “A Conceptual History of Cancer”, Semin. Oncol., vol. 6, 1979, pp. 396-408.
2 Benítez Bribiesca, L., “Biología de la célula neoplásica. Su importancia para la oncología clínica.”, Rev. Med. IMSS, vol. 25, 1987, pp. 457-467.
3 Dumas, R.F., Historia de la magia, Plaza y Janés, S.A., Editores, 1ª Ed., Barcelona, España, 1973.
4 Margotta, R., Historia de la medicina, Editorial Novaro, S.A., 1ª Ed., México, 1972.
5 Lain Entralgo, P., La medicina hipocrática, Ediciones Castilla, 1ª Ed., Madrid, 1976.
6 Donizzeti G., L’Elisir D’Amore. Introducción al mundo de la ópera. Ed. Daimon, Barcelona, España, 1983.
7 Janssen, W.F., “Cancer Quackery-The past in the present.”, Semin. Oncol., vol. 6, 1979, pp. 526-536.
8 Newell. G.R., “Clinical Evaluation of Leatrile. Two Perspectives”. New Engl. J. Med., vol. 298, 1978, pp. 216-218.
9 Wade, N., “Leatrile at Sloan-Kettering: A Question of Ambiguity”, Science, vol. 198, 1977, pp. 1231-1234.
10 Smith, R.D., “The Leatrile Papers”, The Sciences, vol. 18, 1978, pp. 10-12.

Tercera parte

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