I.
Seres diseñados exclusivamente para tener sexo.
Al menos eso parecían.
Apenas la semana pasada se habían puesto una borrachera acompañados de los hijos de la diosa Mayahuel. Todavía quedaba algo de aquella sustancia maravillosa. Así, una vez que terminaron de hacer el amor (por tercera ocasión aquella noche), decidieron tomar un poco.
Sin vestirse, ambos se sentaron al borde de la cama. Cármides fue el primero en dar un trago a la botella, segundos después retomó la conversación que habían dejado inconclusa.
“Hay muchos dioses y muchos universos, ¿qué te hace pensar que vivimos en el mejor de los mundos y que fuimos creados por los mejores dioses?”
Ulises no supo qué contestar, Cármides le pasó la botella y continuó su argumentación.
“Estamos hechos a imagen y semejanza de nuestros dioses, ¿qué conclusión puede sacarse de ello?”
Ulises estaba atrapado, sólo había una respuesta, pero no estaba dispuesto a pronunciarla; bebió un poco del agradable líquido, regresó el recipiente a Cármides y se tendió en la cama.
-Nuestro mundo es mediocre, nosotros somos imperfectos, ¿cuál es la conclusión, amor?
-Déjame en paz. –dijo Ulises con fastidio y cerró los ojos.
-¿Por qué te cuesta tanto trabajo aceptar que nuestros dioses son mediocres e imperfectos?
-Guarda silencio, quiero dormir.
Cármides dejó el recipiente en el suelo y se tendió a un lado de su amado. Ulises abrió los ojos apenas sintió en su pecho las caricias de su novio.
Durante un largo rato permanecieron en silencio... mirándose a los ojos, estaban profundamente enamorados.
Esta vez fue Ulises quien retomó la conversación.
-Amor, no eres sensato. ¿Sabes lo peligroso que es lo que me propones?
-Estaremos juntos para hacer frente a lo que sea, ¿o no? –Tomó de la mano a Ulises- ¿Crees que te abandonaría a tu suerte apenas hiciera acto de aparición una tempestad?, ¿me abandonarías tú?
-Claro que no.
Un beso en la frente, otro en la mejilla, otros más en los labios, varias caricias... sonrieron sintiéndose afortunados por haberse conocido.
Gracias a que eran jóvenes -apenas tenían diecisiete años- hicieron nuevamente el amor. Aún no terminaban (en realidad estaban a unos segundos de concluir) cuando Cármides escuchó la respuesta que tanto había esperado: “De acuerdo, larguémonos a probar suerte a otro universo.”
“¡¡¡Chingada madre!!!”, o al menos su equivalente, gritaron dos que tres deidades, quienes sintieron que de alguna forma aquella decisión terminaría causándoles algún dolor de cabeza.
***
No pudieron dormir.
Casi toda la noche estuvieron abrazados. Sí, era bastante incómodo, pero tenían la costumbre de hacerlo. Aún estando juntos, eran capaces de extrañarse. Tal vez se trataba de miedo a que todo terminara, a que su relación fracasara, a tener que continuar su existencia el uno sin el otro.
No pronunciaron palabra, cada uno estuvo sumido en sus pensamientos.
***
Cármides estaba emocionado ante la incertidumbre del futuro. Muchas personas desean estabilidad en la vida; la falta de certezas les preocupa, les incomoda. No a Cármides, él era un aventurero. ¿De dónde le venía ese deseo constante de experimentar?, ¿por qué gustaba tanto de quebrantar normas, ir en contra de lo establecido? No lo sabía, y eso sí le incomodaba. No podía recordar su pasado. Nada recordaba de sus padres, de su infancia... de su vida antes de despertar desnudo en una ciudad desconocida. Tal vez por ello era un trotamundos, nada lo ataba a algún lugar en particular. Por Ulises había permanecido por una larga temporada en aquella región de la Luna. Pero al fin lo había convencido, el apuesto angelito había aceptado ser su compañero de viajes; pero ¿qué habría pasado en caso contrario? “Por Ulises sí me hubiera establecido para siempre en este aburrido lugar.”
Ulises era más bien conservador. Ya tenía bastante con vivir clandestinamente su amor por Cármides. Tenía miedo. “¿Y si no somos capaces de resolver los problemas que se nos presenten?”, pensaba con gran preocupación. Había aceptado únicamente por Cármides. Si cualquiera de sus anteriores novios le hubiera venido con la propuesta de dejar todo para irse a vivir a otro universo, lo hubiera mandado directo al diablo. Pero Ulises estaba convencido de una verdad que nadie podía entender, una verdad que nadie estaba dispuesto a aceptar: Cármides era especial, era diferente a cualquiera que hubiera visto antes. Lo anterior no significa que su enamoramiento le resultara comprensible: a fin de cuentas Cármides era un simple ser humano. Por si fuera poco, se trataba de un ser humano que no recordaba nada de su vida. “¿Qué futuro me espera al lado de un mortal?”, pensó y la angustia le golpeó el pecho. Pero la angustia desapareció cuando volteó a ver a Cármides. Su Cármides, el más hermoso de los mortales.
¿Quién hace las reglas? ¿Con quién hay que hablar para que las cadenas puedan romperse? ¿En qué se basan las decisiones de los legisladores? Es imposible que el amor pueda darse cuando se siguen reglamentos. El amor y la libertad tienen que ir de la mano. ¿Por qué hay gente dispuesta a imponer su particular forma de entender el amor?, y ¿por qué hay otras tantas personas dispuestas a doblegarse ante esas imposiciones?
En aquel universo los dioses se creían con el derecho a determinar de quién se podían o no enamorar sus criaturas. Cármides y Ulises no podían caminar tomados de la mano, besarse, enamorarse o coger. Al menos eso decían los dioses.
A pesar de ello, Ulises y Cármides habían caminado tomados de la mano, se habían besado, estaban profundamente enamorados y cogían a cada rato.
A los ojos de los dioses, Ulises había manchado su esencia al haberse enamorado de un mortal. Por su parte, Cármides había hecho lo que ningún hombre tenía permitido siquiera pensar; había cometido un enorme pecado: mantener una relación amorosa con un ángel.
Por ello es que Ulises estaba asustado. Cármides, en cambio, se rebelaba a aquellos mandamientos.
En realidad ninguno de los dos estaba pasando por encima de las reglas creadas e impuestas por los dioses. Ulises no amaba a un ser humano... no me malinterpretes, aclararé la frase anterior... Ulises sí amaba a Cármides, lo que deseo decir es que Ulises ignoraba la verdadera esencia de su amado, la verdadera naturaleza del apuesto adolescente que cada noche dormía en sus brazos. Pero aunque realmente amará a un mortal, ¿por qué aceptar pasivamente los dictados de los habitantes del cielo? A Ulises le haría bien su relación con Cármides... aprendería bastante.
¿Por qué aquel “mortal” había perdido la memoria? La respuesta hay que buscarla en el pasado reciente...
II.
Cármides, un enemigo de los dioses. No, inexacto. Permítaseme comenzar nuevamente.
Cármides, el enemigo de los dioses.
Y no es que lo creyeran especialmente peligroso... De hecho, lo creían inofensivo.
Pero de alguna puta manera, aquella criatura era capaz de arreglárselas para salir de cualquier problema. Trataré de ser más específico.
Inmunidad.
Sería difícil encontrar algo que a los dioses encabrone más que un ser inmune a sus castigos, inmune a sus maldiciones.
¿En cuántas ocasiones lo habían puesto en algún peligro mortal? Ya habían perdido la cuenta. El enojo de los señores que habitan las alturas resultaba compresible. Siendo los dueños de ese universo es obvio que les resultara molesto todo aquello que no pudieran controlar.
Cármides no planeaba algo contra sus creadores. Por ello es que no era peligroso. Pero sí era lo suficientemente mal educado e impertinente como para reírse de ellos en su cara. La última vez, había salvado el pellejo gracias a la suma de una serie de imposibilidades. Cármides sabía que los dioses lo observaban desde las alturas, así que sobreactuó; rió lo más que pudo y a continuación se bajó los pantalones y se rascó el trasero “en honor de aquellos que quisieran tener poder sobre todo lo que en este universo existe.”
Ningún ángel se atrevió siquiera a sonreír, aunque -en su fuero interno- casi todos ellos celebraron aquel "sucio y desagradable acto".
Los dioses no podían permitir que Cármides diera tan mal ejemplo.
Por ello es que fue enviado a la Tierra.
* * *
Cármides no podía ser despojado de su origen celestial; pero sí de sus alas -oscuras, por cierto- y de sus recuerdos.
Así, aunque en realidad era un ángel, a simple vista parecía humano. Eso sí, un precioso ser humano.
¿Cómo podría arreglárselas? Los dioses –nuevamente- rieron demasiado pronto. Una variable no fue tomada en cuenta: pocas cosas hay que los seres humanos no hagamos cuando se despierta nuestra líbido.
Cármides podría carecer de muchas cosas materiales, pero contaba con la llave capaz de abrir casi cualquier puerta: su belleza.
¿A cuántos indigentes has invitado a tu casa? Ninguno de los habitantes de aquella ciudad lo había hecho. Pero aquella mañana las cosas estaban a punto de cambiar; lo inesperado estaba a punto de materializarse y la vida ya no sería la misma.
Amanecía. Una leve llovizna despertó al jovencito. Estaba desnudo, debido al frío le dolía todo el cuerpo.
Las calles comenzaron a llenarse de gente.
Fue descubierto. Un niño levantó la voz para informar de su presencia. Un desconocido estaba sentado junto a la entrada de un edificio.
La desconfianza fue la primera reacción.
¿Era peligroso aquel adolescente? Un valiente se acercó para solucionar el misterio.
-¿Quién es usted?
El muchacho levantó la cabeza y miró al hombre.
-Mi nombre es Cármides y... no sé cómo llegué hasta aquí...
El hombre enmudeció ante el hermoso rostro del jovencito.
-Seguramente es un maleante, llamemos a la policía. –Dijo una señora al tiempo que -afortunadamente con muy mala puntería- arrojaba una piedra.
-¡¡¿Esta usted loca?, ¿no se da cuenta?!! –Expresó con rabia aquel que había quedado maravillado ante Cármides.
Fue cuando todos se percataron.
-Disculpa... yo... no te había visto –intentó explicarse la señora.
La gente comenzó a acercarse. Nadie mencionaba palabra. Simplemente se deleitaban ante el atractivo adolescente.
-Tengo frío. –Dijo Cármides molesto.
Sintieron vergüenza ante su falta de amabilidad.
-Estoy apenada por haber sido tan agresiva, toma mi abrigo... espero que puedas olvidar mi torpeza.
Cármides con dificultades se levantó, nadie le tendió la mano, nadie le ayudó, esta vez no por falta de amabilidad; ninguno creyó ser digno de tocar a tan bella persona. Ya de pie se tapó con el abrigo y pensando que aquellos tontos podían quedarse pasmados toda la mañana, les informó que tenía mucha hambre.
Así fue como la vida de Cármides, los acontecimientos de aquella ciudad, y la historia del universo comenzaron a cambiar.
* * *
Las invitaciones a comer eran muchas. A Cármides le molestaba tanto desorden, pero estaba descubriendo su poder. Finalmente, pensando en su seguridad, aceptó la invitación de un anciano.
Aquel hombre comenzó el interrogatorio hasta que su joven invitado terminó de comer.
-¿Cómo llegaste hasta aquí?
-No lo recuerdo. Estoy confundido, sólo recuerdo mi nombre...
“El muchacho realmente posee una belleza nunca antes vista”, pensó el anciano, eso sí, sin malas intenciones; al parecer el científico estaba dispuesto a adoptar un nieto.
-Mi nombre es Onésimo Dutalon y puedes quedarte en mi casa el tiempo que gustes.
Era una casa pequeña, pero el anciano parecía inteligente. Y aunque en realidad no conocía a las otras personas, tenía la impresión de que eran bastante tontas. No se equivocaba.
De hecho, el viejo poseía gran inteligencia y curiosidad, ambas características se reflejaban en la enorme cantidad de libros que tenía -en un desorden sólo aparente- por toda la casa.
Esa suerte que tantas veces había salvado la vida de Cármides, ahora lo ponía en manos de aquel anciano. Si había una circunstancia por la que los dioses realmente debieran enojarse y preocuparse, era esta: la naciente amistad entre Cármides y Onésimo Dutalon.
viernes, septiembre 05, 2008
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