miércoles, julio 01, 2009

Magia, charlatanería y cáncer (Quinta y última parte)
Por Luis Benítez Bribiesca



Las curas mágicas, la sugestión y el efecto placebo

Uno de los argumentos más sólidos para convencer al vulgo de las bondades de algún supuesto producto anticanceroso es el documento testimonial de pacientes que afirman haber sido curados de algún tumor maligno; los pacientes en general no mienten, lo que pasa es que han sido engañados en forma perversa.

Existen tres formas, no excluyentes entre sí, que inducen al paciente a asegurar y creer que han sido salvados de una muerte segura por un cáncer: primero, al paciente se le convence de que tiene cáncer, sin que lo tenga; segundo, el paciente canceroso ya ha sido tratado con los métodos convencionales y sólo se le mejoran las complicaciones bien conocidas de la quimio o la radioterapia, y tercero, se usa el poderoso efecto de la sugestión y el placebo. Analicemos estos tres puntos:

Primer caso. El diagnóstico de certeza del cáncer es bastante preciso en la actualidad y en general requiere de tres componentes: una acuciosa historia clínica, exámenes de laboratorio y gabinete y por último la comprobación microscópica (histopatología). Por lo regular, los sujetos que se exhiben como prueba de curación no han sido sometidos a estos métodos diagnósticos, en particular al estudio histopatológico. Los charlatanes o los curanderos sin conocimientos médicos (el tradicional o clásico) pueden, bona fide, creer que una tumoración o llaga crónica es un cáncer (tal como ocurría desde los tiempos de Hipócrates en que la enfermedad no estaba claramente definida), por lo que establecen el diagnóstico sólo por intuición. En esta forma se inicia una cadena de falsedades que, tanto el curandero como el paciente eslabonan y que culmina con éxito cuando el supuesto cáncer se cura. La verdad es que la poción, el emplasto o la magia curó algo que jamás se comprobó que fuera cáncer, pero como el sujeto está convencido de que fue salvado de ese terrible mal, lo dice a los cuatro vientos y así recluta más crédulos que engrosarán las filas de individuos “sanados” por tal o cual curandero. Es difícil que el paciente con escasa cultura biomédica entienda que su curación no demuestra que el medicamento usado tenga acción contra los tumores malignos, ya que se carece de pruebas de que su enfermedad fue verdaderamente un cáncer; pudo haber tenido una ulceración crónica que sólo requería de lavados y curaciones antisépticas para cicatrizar.

La segunda forma en que se convence al paciente de que sufre de cáncer y de que ha sido curado es el que considero más perversa y preñada de maldad. Este engaño es urdido únicamente por los “charlatanes científicos”, muchos de los cuales ostentan títulos universitarios y ejercen como médicos oncólogos. El sistema es el siguiente: una vez que el enfermo que cree tener una enfermedad grave es examinado por el pseudo-oncólogo, se emite un juicio intimidatorio al decirle que alberga un cáncer y que deberá ser operado y sometido a un tratamiento a la brevedad posible, ya que cada día que pase lo acerca más a la diseminación del mal y a la muerte por metástasis (diseminación de la enfermedad).

En la mayoría de los casos se ofrece un falso medicamento de por medio, el cual deberá adquirir y usar de inmediato. Si el paciente es operado, la intervención se hace generalmente en alguna clínica privada y el tejido extirpado no se analiza al microscopio. A pesar de esto y violando el código ético profesional, se confirma al paciente la extirpación de un cáncer, pero se le asegura que con esa operación más el fármaco indicado obtendrá la curación; así, le ingenuo paciente se cree que tuvo cáncer y que fue curado.

En mi quehacer como patólogo, he constatado todavía situaciones más inmorales: ante un informe histopatológico de ausencia de malignidad (en los pocos casos que se envía el órgano extirpado a estudio; como, por ejemplo, el útero), el médico tratante lo cambia, y le informa al paciente que, en efecto, había un pequeño cáncer, pero que la intervención fue tan afortunada y oportuna que quedará curado.

Huelga decir que los pacientes tan hábilmente engañados juran y perjuran que el médico fulanito de tal, cura el cáncer como nadie. El paso del tiempo le confirma al paciente su milagrosa salud, ya que no se presentan recurrencias de ese mal. Nadie podrá convencer a estas personas de que fueron cruelmente engañadas y explotadas; ellas formarán un séquito de admiradores del “cancerólogo” y de sus métodos terapéuticos. Estas personas, llenas de fe y entusiasmo, están dispuestas a ser testigos de su propia curación ante comités de investigación para constatar la efectividad de ese método curativo.

Segundo caso. La radioterapia, la quimioterapia y también la cirugía son métodos agresivos que producen efectos secundarios muy desagradables. El paciente con una terrible enfermedad como el cáncer se pregunta por qué, además de la desgracia de albergar un tumor maligno y de ver amenazada su existencia, el oncólogo moderno lo somete a tratamientos tan enérgicos que le producen vómitos, caída de pelo, quemaduras dérmicas, infecciones oportunistas o la mutilación excesiva de alguna parte de su cuerpo. ¡Es que a grandes males, grandes remedios!

Pues bien, de estos desagradables efectos, consecuencia de tratamientos oncológicos enérgicos, se valen los charlatanes para convencer a los pacientes de que abandonen su terapia y recurran a ellos. En muchos casos el tratamiento ya se ha completado y el cáncer se ha destruido, y el pronóstico para los cinco años siguientes es muy favorable (por ejemplo en linfomas y algunas leucemias). El curandero recibe al paciente canceroso ya tratado y lo que hace es controlar o tratar las complicaciones ya descritas. El paciente cree, a pie juntillas, lo que el brujo le dice: “...esos médicos lo estaban matando, ahora con mis medicinas lo he curado de su cáncer y le he devuelto la salud”. Aquí vemos de nuevo el triunfo de la fe ciega e irracional sobre la razón.

Tercer caso. Todavía no se conoce ningún caso probado de curación del cáncer por métodos mágicos, pero es conveniente incursionar, aunque sea sólo en la superficie, sobre el poderoso papel que puede desempeñar el pensamiento mágico y la sugestión en la curación de la enfermedad humana.

Es probable que en nuestra era, eminentemente científica, no se tome en serio la idea expresada por otros de que la religión, la magia y la ciencia son los tres componentes fundamentales de nuestra imagen del mundo, de modo que el predominio o debilitación de uno trae el cambio de proporción de los otros; pero en verdad siempre desempeña un papel en el pensamiento del hombre.3 La historia de la humanidad, y con ésta la de la medicina, ha pasado claramente por las tres etapas que corresponden a la hipertrofia de algunos de los tres componentes señalados: primero, la etapa mágica, que nace en Mesopotamia y que se arrastra hasta los templos de Esculapio; después, la tradición religiosa judeocristiana del mundo occidental, que se entroniza en la Edad Media, y por último la era de la ciencia, que se inicia en el Renacimiento y llega a su clímax en este siglo.1

De cualquier manera, los tres elementos han sido inseparables. En ésta, nuestra tan científica era, la magia y la religión constituyen elementos palpitantes en nuestra sociedad y no pueden disociarse, ni menos ser sustituidos por la ciencia; la medicina es un espejo de esta realidad. La ciencia está estructurada de correspondencias acumuladas, verificables y regidas por leyes precisas. Pero hay un mundo de correspondencias del pensamiento humano que no está, y acaso nunca lo estará, codificado por la ciencia. De ese mundo, la magia quiere ser la inteligencia, y el arte, la expresión de esas correspondencias extrañas, decía Robert Kanters es su prólogo al libro de Dumas.3 El mago que no se sale del camino puede ser un pionero de correspondencias desconocidas, como lo fue Newton en su tiempo; lo mismo ocurre con el artista y el poeta que expresan la eficacia estética del símbolo como Mozart en su Flauta mágica o Picasso en su Guernica.

Quizás el fenómeno que engarza en la medicina los tres elementos mencionados y que hoy en día usa tanto el mago como el médico-científico es el conocido como hipnosis. Como ocurre con otros fenómenos, su origen se pierde en el tiempo, pero lo encontramos vinculado con la magia, la religión y ahora con la ciencia. Este curioso estado psíquico, caracterizado por la hipersugestibilidad y en el que se obtienen cambios psicológicos y psicosomáticos sorprendentes, fue usado de manera intuitiva en los templos de cura de Aesclepeios, cuando los pacientes eran sometidos a un sueño ritual; en Oriente estos estados se inducen comúnmente en los rituales de templos brahamanes y budistas para producir estados místicos. Su aplicación durante la Edad Media y el Renacimiento estuvo ligada a la magia y la religión, aunque también se le usó para curar enfermedades.

En Francia, en el siglo pasado, Franz Antón Mesmer, un híbrido de mago, charlatán y curandero, redescubrió este fenómeno y lo bautizó con el críptico sustantivo de “magnetismo animal”. Inventó una máquina “magnetizadora” con la que obtuvo un éxito resonante; su técnica llegó a conocerse como “mesmerización”. Más tarde Charcot, Bleuler y otros eminentes médicos usaron ampliamente la hipnosis, aunque Freud la rechazó y sustituyó con el método psicoanalítico.32 Poco a poco, en Inglaterra, Alemania, EE.UU. y luego en Latinoamérica la hipnosis médica se metió en el terreno científico y ahora es aceptada como una forma de estudio y tratamiento de alteraciones psicosomáticas. Bajo hipnosis se puede hacer psicoterapia, tratar algunos síntomas psicosomáticos y realizar diversas intervenciones quirúrgicas.33.34 Sin embargo, la hipnosis sigue siendo parte fundamental de algunos procedimientos mágicos, religiosos y curativos. Aunque la forma como actúa el fenómeno hipnótico es todavía un misterio para la ciencia, el pivote central es la sugestión. No hay magia, no hay magnetismo animal, no hay fuerza psíquica; es simplemente una forma de producir un estado mental en el que las sugestiones del hipnotizador tienen un efecto dramático sobre el paciente. Es la mejor técnica para demostrar la estrecha relación psicosomática de muchos fenómenos fisiológicos y de otros francamente patológicos.32.33

Otro efecto estrechamente vinculado con la sugestión es el conocido como placebo. Este se refiere a la acción ejercida por alguna sustancia inerte, y por lo mismo sin ningún poder farmacológico, cuando se administra a un sujeto que cree que recibe un medicamento poderoso y efectivo. Esta “creencia”, que puede llegar a tener matices de fe ciega, induce cambios psicosomáticos que producen mejoría en muchos padecimientos y es realmente otra forma de sugestión.35

Numerosos magos, curanderos y charlatanes emplean la sugestión en forma intuitiva o intencional, pero todos con tan gran habilidad, que dejarían sorprendido al propio Mesmer. El brujo que hace una limpia combina numerosos elementos de magia y fórmulas que inducen verdaderos estados hipnóticos; el charlatán y el merolico dicen y prometen tantas cosas incomprensibles, que convencen al público, por sugestión, de que venden la medicina para cualquier enfermedad. El charlatán moderno lo logra con sistemas más tecnificados, pero finalmente consigue sugestionar a sus víctimas.

Si bien es cierto que muchos síntomas pueden mejorar o desaparecer con la sugestión (empleada en forma de magia, charlatanería o con sustancias extrañas como el Leatrile o las Chahínas), también es cierto que ninguna enfermedad grave, como el cáncer, puede curarse con estos métodos. De cualquier manera el paciente canceroso, ávido de alguna esperanza y que ha experimentado los efectos de la magia, la sugestión o el placebo, les concede un crédito extraordinario. Recordemos que el pensamiento mágico-religioso es parte integral del pensamiento humano y que se recurrirá a él tantas veces como el otro elemento, la ciencia, sea ineficaz; esto avala el postulado inicial de que la magia, la religión y la ciencia interactúan en un balance autorregulado. Recordemos también que otro reducto de aquél que sufre una dolencia grave es la búsqueda del milagro religioso; los santuarios de Lourdes y de Guadalupe están llenos de estos testimonios; curiosamente hay ahí mucha similitud con lo que ocurría en los templos de Esculapio. La investigación oncológica, a pesar de su gran desarrollo y enormes logros, todavía no produce “el antibiótico” que reclama el paciente, por lo que se explica y a veces se justifica la búsqueda del alivio en otras dimensiones: la magia y la religión.


Reflexiones finales

En nuestro país el cáncer ocupa uno de los primeros lugares como causa de morbiletalidad. La mejor arma contra él es su prevención y el diagnóstico oportuno: un tumor maligno que se trata en su inicio puede curarse en el 100% de los casos; esto es fácil de decir pero muy difícil de lograr.36

La magia y la charlatanería con sus variantes, se han empleado a través de la historia de la humanidad como métodos terapéuticos contra el cáncer, pero hasta el momento no existen pruebas definitivas de que tengan efectos antineoplásicos. Lo que resulta alarmante es que estas alternativas de tratamiento se emplean en la actualidad, con frecuencia en forma deliberada, para engañar al paciente. Con esto el enfermo de cáncer pierde sus mejores oportunidades para el tratamiento y llega a las clínicas oncológicas, por lo general, cuando ya es demasiado tarde.

Por último, después de desenmascarar a los charlatanes y timadores de la medicina en este ensayo, quisiera invitar a una meditación al médico moderno, a aquél contaminado de ciencia y embriagado de tecnología, a aquél que es un auténtico oncólogo. Cuestionemos: ¿por qué recurre el paciente con oncológico, de cualquier nivel sociocultural a los magos, brujos y charlatanes? La respuesta es muy simple y es porque ellos le dan algo que el médico del presente no puede ofrecerle: la confianza, la fe, la convicción. La fe milagrosa mueve montañas, reza el adagio. La ciencia y sobre todo la técnica en la medicina ha separado al médico de su paciente; los grandes centros oncológicos abundan en flamantes laboratorios, impresionantes aparatos de imágenes, aceleradores nucleares y bombas de cobalto; el enfermo de cáncer en ese laberinto de instrumentos sorprendentes deja de ser un individuo para transformarse en una entidad. Se habla del cáncer prostático, del de pulmón, del de mama o del cáncer IIb del cerviz. En el campo de la terapia oncológica el paciente es uno más de los del protocolo de “radiación fraccionada” o de los que reciben el “cocktail” endovenoso de “quimio” y con ello se integra a los que vomitan sin cesar y se les cae el pelo. Es excepcional que se le informe correctamente del curso de su enfermedad y de las perspectivas de su tratamiento y menos que se le despierte fe y esperanza. La relación médico-paciente se ha deteriorado al grado de ser casi inexistente; por ello se habla tanto de medicina masificada como deshumanizada. No nos sorprenda entonces que nuestros mejores brujos y charlatanes capten la atención de los individuos que sufren y que reclaman una solución, aunque sea mágica y temporal. La medicina fue magia pura, luego magia y religión, más tarde se transformó en ciencia y olvidó al hombre que está detrás de su enfermedad.


REFERENCIAS

1. Kardinal, C.G. y J.A. Yarbro, “A Conceptual History of Cancer”, Semin. Oncol., vol. 6, 1979, pp. 396-408.
3. Dumas, R.F., Historia de la magia, Plaza y Janés, S.A., Editores, 1ª Ed., Barcelona, España, 1973.
32. Hilgard, R.E., Hypnotic Susceptibility, Harcourt, Brace and World, Inc., New York, Chicago, 1965.
33. Benítez, L., “Hipnosis y sus aplicaciones médicas”, Rev. San. Mil., vol. 12, 1959, p. 25.
34. Benítez, L., “La hipnosis como método anestésico”, reporte de seis casos de procedimientos en cirugía mayor, Rev. San. Mil., vol 13, 1960, p.24.
35. Viniegra, L., “El efecto placebo. Su dimensión teórica y sus implicaciones prácticas”. Science, vol. 38, 1978, pp. 131-146.
36. Maugh II, T.H., “Cancer is not Inevitable”, Science, vol. 217, 1982, pp. 36-37.

Primera parte
Segunda parte
Tercera parte
Cuarta parte

1 comentario:

Anónimo dijo...

Una lástima no haber podido leer este artículo 10 años atrás.
Gracias por confirmar lo que ya me parecía una realidad.