miércoles, agosto 27, 2008

El escritor José Luis Zárate es el autor de Xanto, novelucha libre (1994), Hyperia (1999), Permanencia voluntaria (1990), Las razas ocultas (1999), Magia (1994), Quitzä y otros sitios (2002), En el principio fue la sangre (2004) y La ruta del hielo y de la sal (novela por la que en 1998 obtuvo el Premio Internacional de Ciencia Ficción y Fantasía MecyF).

En el principio fue la sangre (Universidad de Guadalajara/Ediciones arlequín) agrupa ensayos en los que Zárate explora el mundo de los asesinos seriales, los vampiros, los marcianitos verdes (y otros no tan verdes) y –como leemos en la contraportada- demás bichos nefastos y poderosamente seductores de la imaginación escrita, la imaginación popular y la cruda realidad. Zárate nos permitió subir el siguiente texto (lo cual le agradecemos mucho), en éste reflexiona sobre los extraterrestres dentro y fuera de las pantallas cinematográficas, pero siempre dentro de nuestra mente.


LOS OVNIS DE NUESTRA MENTE
José Luis Zárate

¿Qué fue primero: el huevo o la gallina, el ovni en las alturas o la pantalla?

24 kilómetros de largo, surgiendo de un camuflaje de nubes incandescentes: las naves alienígenas de El día de la Independencia descendieron sobre el mundo entero, usando millones de salas cinematográficas como cabezas de playa para la invasión.

Meses después empezaron los avistamientos de ovnis titánicos.

Las pruebas: temblorosos videos de aficionados que fueron los únicos en darse cuenta de que una ciudad manufacturada flotaba en las alturas.

Los testigos nada dijeron de efectos atmosféricos causados por tener una masa tan enorme flotando en las alturas, cambios de presión, túneles de viento. Nada.

Sólo la imagen.

No es extraño que no fuera fácil creerles.

La imagen engaña, y eso lo sabe cualquier aprendiz de mago, todos aquellos que les gusten los efectos ópticos, quienes pagan para observar las maravillas falsas de las películas.

La gente que muestra sus fotografías y sus videos como pruebas irrefutables de que hay algo flotando despreocupadamente allá afuera, olvidan que nuestra civilización ha convertido la manipulación de imágenes en un juego.

Ningún negativo, ningún video casero será –jamás- la prueba definitiva.


Steven Spielberg le encargó a Douglas Trumbull, técnico en efectos especiales, las naves extraterrestres más “realistas” que pudiera conseguir en Encuentros cercanos del tercer tipo. El título se refiere a las fases de un “encuentro cercano”. La primera fase es el avistamiento. El ovni en las alturas, revoloteando envuelto en luz.

Trumbull menciona, en el press-book de la cinta, que analizó las fotografías más famosas de ovnis y que lo único que encontró fueron “reflejos de luz, difracción en la lente de las cámaras, defectos de la película, fenómenos atmosféricos.” Nada difícil de copiar.

Añadieron maquetas, y una monstruosa nave nodriza más grande que una montaña, pero la dramática primera aparición de lo extraño no fue más que la magnificación de esos errores.

Existe un rumor muy difundido de que Spielberg usó ovnis reales en su famosa cinta.

Eran tan “verdaderos”, según la mitología ovni. Idénticos a las pruebas “irrefutables”.

¿El huevo o la gallina?

Las naves de esa cinta fueron creadas a partir de lo que la imaginación popular consideraba que debían ser los transportes alienígenas y esa imaginación utiliza ahora las películas como prueba.

No en balde llaman al cinematógrafo: la máquina de sueños. A veces sueños reciclados, cierto, pero sueños al fin.

En la cinta El día que paralizaron la Tierra, un ovni hace el mismo recorrido turístico que las naves de ID4 y aterriza en el jardín delantero de la Casa Blanca, para que Klatuu y su robot traten de darle a 34 tanques y 72 soldados apuntándoles a la cara su mensaje de paz.

Y En la Tierra contra los platillos voladores, el mago en efectos especiales, Harryhausen, destruye los mismos símbolos patrios estadounidenses.

Ambas cintas fueron estruendosos éxitos de taquilla en su momento.

Explotaban un par de hechos evidentes: el miedo al “otro”, típico de la Guerra Fría, y la ola de “avistamientos” de ovnis.

Algunos psicólogos insisten en que el platillo volador es una buena figura para cristalizar en ella temor y desasosiego. En épocas difíciles, expresan tanto el miedo a lo desconocido así como la esperanza de que alguien pueda ayudarnos.

Antes fueron las hadas.

Gabriel Benítez, escritor mexicano de ciencia ficción, dice que existe una pauta clara entre las leyendas de gente llevada al país de las hadas y los secuestros (abducciones) extraterrestres.

El contacto en lugares solitarios, donde la maravilla puede existir libre de miradas ajenas. El contacto tímido al principio: las hadas revoloteando envueltas en luz, los ovnis que no se animan a aterrizar. Después, la invitación: entrar a un árbol mágico o a la nave alienígena. Alguien, una figura en particular, sirviendo de guía. El milagro al alcance de la vista. Y un hecho típico en ambas experiencias: el descubrimiento del testigo de algo que no comunica a sus captores; puede ser el mapa estelar que diga el punto de origen, el objeto maravilloso que da poder a las hadas. Luego la huida...

Benitez dice: “Bueno, no vayamos tan atrás: las abducciones extraterrestres siguen el mismo patrón que el encuentro con el Nautilus en Veinte mil leguas de viaje submarino, de Julio Verne.”

Juegos de espejo entre la necesidad humana de maravillas y las imágenes ofrecidas por los medios.

No es casualidad que se filmara una cinta titulada Hadas: una historia verdadera, que utiliza las nuevas técnicas de efectos especiales para narrar la vida del par de hermanas inglesas que tuvieron pruebas fotográficas “irrefutables” de la existencia de las hadas con sombrerito puntiagudo y botitas de piel.

Rodenberry, el creador de Star Trek, mencionó que deseaba que sus vulcanos fueran realmente extraterrestres, pero nadie iba a aceptar en aquella época, nada muy extraño. Las orejas puntiagudas tal vez fueran demasiado en ese tiempo en que los éxitos televisivos eran magnificaciones del american way of life.

Pocos saben que la primera prueba de cámaras de Leonard Nimoy con su maquillaje alienígena y su traje de la federación (phaser incluida) fue en la escenografía de Yo amo a Lucy: la típica salita gringa.

Todo manual de guiones cinematográficos trae la siguiente recomendación: ofrece algo con lo que el público pueda identificarse.

En E.T., fueron los grandes ojos llenos de comprensión y necesidad del muñeco. Alguien comentó que era extraño que las fibras emotivas de la nación fueran tocadas por un ser de alambre y plástico.

Grandes ojos y propósitos nobles.

John Clute, editor de la Enciclopedia de la ciencia ficción, menciona en un programa del Discovery Channel, que la gente que tuvo encuentros cercanos con extraterrestres grises de alma pura y gran corazón en realidad se encontraron con el E.T. de Spielberg.

Sin embrago, no sólo el cine afecta al mundo real. El mundo real modifica también al cine.

Stanley Kubrick dice que deseaba que 2001 fuera una descripción realista de un viaje espacial. Por ello sus diseñadores se basaron en las naves espaciales reales de la NASA para dar un aspecto tecnológico creíble. En el cine casi todas las naves eran lisas, pulidas, de una pieza.

La Discovery usaba mil paneles en la superficie, retazos tecnológicos formando un casco lleno de detalles realistas.

De ahí en adelante, toda nave espacial que quisiera parecer real debía estar formada por paneles.
Vean, si no, la diferencia entre la enterprise de la serie de televisión y la enterprise de la primera película.

Las naves de ataque de La guerra de las galaxias son hermosos cazas aerodinámicos que no tienen por qué serlo, dado que atacan en el espacio sin aire, pero era necesario, ya que Star Wars usa como escenario de su primera parte una atmósfera basada en la Segunda Guerra Mundial: con su resistencia y sus nazis creadores de estrellas de muertes genocidas. Por ello, el enfrentamiento final es una recreación high tech de la batalla de Inglaterra.

Isaac Asimov se quejaba amargamente de las imprecisiones: ¿para qué usar humanos en los cazas?, ¿por qué tenían que apuntar manualmente?, ¿no una civilización que puede crear esas preciosas miniaturas cinematográficas debe haber apuntado ya sistemas automáticos de guía?

Menos mal que no vio Star Trek II. Ahí ni siquiera son batallas aéreas. En la trama de La ira de Khan la enterprise y otra nave se enfrentan en una bella recreación de los duelos entre buques piratas. Usan torpedos Photon en vez de cañones, pero las imágenes son idénticas. El bombardeo en línea de flotación.

Actualmente, los directores buscan no sólo estar conscientes de sus influencias, sino hacerlas bastante reconocibles.

Mars attacks!!, de Tim Burton, homenajea y se burla al mismo tiempo de todas esas cintas de ciencia ficción barata que tenían más imaginación que recursos para llevar sus extrañas visiones a la pantalla. Es un canto a las naves movidas por hilos y a los extraterrestres de cartón-piedra.

El cine de ciencia ficción ha ofrecido una “sensación de maravilla” que devuelve esa fascinación ante lo extraño, el encuentro con lo fantástico.

Los grandes presupuestos lo logran: revivir dinosaurios, mostrar ataques multitudinarios de naves, extraterrestres simpáticos.

Pero no todos tienen esos recursos.

Ello no ha desanimado a los imaginativos, aquéllos que no se detienen ante nada para plasmar sus imágenes de lo que puede ser lo alienígena.

La filmografía mexicana es rica en esos ejemplos de cine de ciencia ficción realizado con tres centavos y sin un guión terminado.

Clavillazo se enfrentó a unos ojos babeantes que deseaban apoderase del mundo, utilizando para ello imágenes de la cinta estadounidense Destination: Moon, y partes de la serie de televisión El túnel del tiempo.

Piporro se enfrentó a una vampiresa venusina, un esqueleto marciano y un robot llamado Tractor; enamorado de una sinfonola, en La nave de los monstruos, donde un cohete alienígena lleno de lo peor de la escoria intergaláctica desciende en Monterrey para, como primera muestra de su malignidad, comerse la vaca de Piporro tan rápido que encuentra el esqueleto aún de pie en el establo.

Los efectos sonoros son, realmente, lo más extraterrestre que pueda encontrarse.

La vampiro (Lorena Velásquez, of course) cuando se convierte en murciélago chilla como gaviota playera, y el monstruo de peluche intergaláctico imita perfectamente a un león cuando ataca.

Zovek, el escapista mexicano, tiene el mérito de haber detenido una invasión marciana, comandada por Wolf Ruvinskis, estrellando una camioneta de redilas contra un ovni.

¿Y alguien recuerda la cinta Una galaxia llamada Roma, donde una civilización extraterrestre usa togas, minifaldas romanas y una alienígena que se llama Frijol-ito se enamora del astronauta nacional, representado por “El Pichi”?

El famosísimo astro del cine mudo, Buster Keaton, trabajó durante su época más baja en una cinta mexicana de ciencia ficción: el moderno Barba Azul, en donde acompaña a unos astronautas vestidos con togas de hechiceros con sombreros de pico. Los marcianos llegaron ya muestra cómo el coche experimental de Resortes es confundido con un ovni, como si los ramblers de aletas existieran en toda la galaxia.

Existe una cinta en que unos niños extraterrestres vienen a la Tierra para platicar con Keiko en Reino Aventura, con los efectos especiales más penosos en la historia del cine.

Bueno, después de todo la nave alienígena gigante de Viaje a las estrellas IV: Regreso a casa, viene a hacer exactamente lo mismo.

Cada una de esas cintas trataba de entrar en los sueños colectivos, poner su granito de arena en el imaginario social.

La autopsia extraterrestre transmitida por la cadena televisiva Fox se ha convertido en una referencia obligada, ya sea para burlarse o para creer en ella. Un extraterrestre gris, medio enanito, abierto en un canal de una forma en que ningún médico lo haría.

¿El huevo o la gallina?

Alguien trató de representar como verdad un mito, pero el mito del ovni estrellado en Roswell nació de una porción de verdad.

Algo se estrelló en el desierto. Ese algo pudo ser un millón de cosas: incluyendo un ovni, por supuesto.

La leyenda lo convirtió en un hombrecito gris, indefenso, un niño galáctico en garras de militares despiadados.

¿Quién no se sentiría indefenso, a 25 millones de años-luz de casa, rodeado por la incomprensión humana?

Los guionistas lo dicen: que el público se identifique con algo.

La soledad, el desamparo, lo nerviosos que nos ponen los gobiernos que guardan secretos, la desconfianza hacia las autoridades.

Los Expedientes secretos X son un buen ejemplo de cómo una serie de ficción puede captar el espíritu de una época.

La Dimensión desconocida y Viaje a las estrellas lo lograron antes, descripciones de su sociedad.

La paranoia, el desamparo ante los aparatos represivos, las mil explicaciones contradictorias que no explican nada. La necesidad de algo más allá de las mezquindades terrestres.

I want to Belive, yo quiero creer, reza el póster de un ovni que Fox Mulder tiene pegado en su oficina.

Los hombres que miran el cielo con sus cámaras de videos también quieren creer.

Nosotros que sintonizamos lo extraterrestre en nuestro televisor, que vamos a verlo en cintas taquilleras, que lo disfrutamos en video.

Los ovnis de nuestra mente sobrevuelan sueños colectivos y buscan el contacto cercano.

La fascinación.

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