viernes, agosto 05, 2005

EL FABRICANTE
(Tercera parte)



De los verdaderos objetivos de los practicantes de la alquimia


Algunos personajes fueron reconocidos por los seres humanos como híbridos, por ejemplo, Jesucristo. Pero en la mayor parte de los casos se les consideró tan sólo como hombres. Extraños, anormales, terribles, extravagantes, ridículos, locos, desequilibrados, estrafalarios, desquiciados o excéntricos, sí, pero hombres.

Casi todos los híbridos aceptan su naturaleza y cumplen con las tareas que les son encomendadas, pero no es raro que algunos de ellos se rebelen, que se enfrenten a los dioses y deseen cambiar las cosas, sus destinos; pero casi todos estos sediciosos terminan agachando la cabeza y admiten al final que su destino es, como todo destino, inevitable.

Desgraciadamente no siempre salen las cosas como se desean y cada cierto tiempo surgen monstruos, híbridos que más hubiera valido que no nacieran, que hubiera sido preferible abortarlos a tiempo; subversivos hasta la muerte.

Me refiero a todos aquellos que habiéndoseles rebelado su misión se oponen a los designios divinos y prefieren servir a nuestro juguete favorito: la humanidad. Incendiarios que tiran las perlas a los puercos. Le dan el conocimiento a los hombres.

Hermes Trismegisto, Alberto Magno, Arnaldo de Vilanova, Nicolás Flamel, Paracelso, Van Helmont, Fulcanelli...

He aquí un pasaje escrito por Alberto Magno –y que afortunadamente pudimos alterar antes de que llegara a manos mortales-:

“...El fabricante de dioses debe ser silencioso y discreto. No debe revelar a nadie los resultados de sus operaciones. Vivirá en la soledad, apartado de los hombres, recordando siempre su calidad de hombre-dios. Escogerá la hora propicia para sus operaciones, dicho de otra manera, deberá esperar a que las constelaciones sean favorables. Debe ser paciente y perseverante. Hacer dioses es un arte que requiere de la máxima concentración posible. Operará según las reglas: la trituración, la sublimación, la fijación, la calcinación, la disolución, la destilación y la coagulación. No utilizará más que vasos de vidrio o de loza vidriada...”

Y he aquí uno de sus escritos en los que deja ver toda su estúpida rebeldía, deja por escrito sin ningún reparo la intención de revelar a los hombres todo el conocimiento que hasta entonces había adquirido sobre nuestra naturaleza:

“No ocultaré una ciencia que me ha sido revelada a pesar de la oposición de los dioses, no la guardaré celosamente para mí sólo por temor de atraer su maldición. ¿Cuál es la utilidad de una ciencia conservada en secreto, de un tesoro escondido? La ciencia que he aprendido sin ficciones, os la transmito sin pena...”

¡Mil veces maldito!

Por supuesto que no todos los alquimistas fueron hombres-dioses, la mayoría eran simples mortales que habiendo escuchado a los híbridos hablar acerca de la posibilidad de crear dioses y diosas en laboratorio y mediante complicadas máquinas, intentaron comprender las ciencias necesarias para lograrlo; afortunadamente la voluntad de los que habitamos el cielo es superior a los deseos de la criatura humana, jamás hemos permitido que hombre alguno alcance la sapiencia básica.

Algunos de sus intentos aún nos hacen reír, otros al contrario, nos han molestado sobremanera:

Bernardo el Trevisano gastó mucho tiempo y dinero para crear un pequeño dios. Compró dos mil huevos, después de haberlos cocido separó la yema y la clara, y los mezcló con estiércol de caballo para que después de fermentar se creara un feto divino.

¡Estúpido! ¡Blasfemo! Como si la materia divina tuviera que ver con estiércol de caballo. ¡Imbécil! Para la historia, lo que Bernardo trataba de lograr era la piedra filosofal. Infantil criatura es el hombre, su historia no es más que un invento nuestro.

Supo Van Helmont que era un híbrido cuando en 1618 recibió de manos de un “desconocido” un gramo de piedra filosofal pulverizada y un documento en el que se le imploraba que, en cuanto lo supiera, diera a conocer a La Hermandad la técnica adecuada para fabricar dioses. Gracias al polvo logró transformar mercurio en oro y gracias al documento supo cuál era la misión de su vida. Gracias a nuestra intervención jamás se sabrá acerca de lo que realmente logró y hasta dónde llegó su conocimiento.

Paracelso o Teofrasto Bombast Von Hohenheim recibió en Constantinopla, de manos de Salomón Trismosin, el Splendor Solis; donde más que narrarse se ilustra el proceso para crear dioses menores. No supo, gracias a las misteriosas influencias del más allá, que el pequeño “homonculus” que logró crear mediante la “putrefacción de esperma” (otro mito que se esparció desde el más allá) fue en realidad un dios malogrado. Cerca estuvo de la victoria y cerca estuvo de rebelar el procedimiento mediante el cual crear en laboratorio un “hombrecito”, he aquí el texto que modificamos a tiempo y que apareciera en su De natura rerum:

“He aquí como hay que proceder para lograrlo: encerrad durante cuarenta días, en un alambique, licor espermático de hombre; que se putrifique hasta que empiece a vivir y a moverse, lo que es fácil de reconocer. Después de este tiempo aparecerá una forma semejante a la de un hombre, pero transparente y casi sin sustancias. Si después de esto se nutre todos los días ese joven producto, prudente y cuidadosamente, con sangre humana, y se lo conserva durante cuarenta semanas en un calor constantemente igual al del vientre de un caballo, ese producto se transforma en un verdadero niño viviente, con todos sus miembros, como el nacido de mujer, aunque mucho más pequeño.”

Muchos crédulos han pensado que Paracelso creyó haber logrado un hombrecillo, otros creen que detrás de sus palabras hay una metáfora, y que en realidad hablaba de la obtención de la Piedra Filosofal. Ni siquiera el maldito eunuco supo la verdad. Una verdad a la que, de no ser por nuestras oportunas acciones, hubieran podido tener acceso los mortales.

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