miércoles, mayo 03, 2006

Lo Sagrado en la Ciencia Ficción
(Segunda y última parte)


Arthur C. Clarke también se ha ocupado de la religión en diferentes escritos. En El fin de la infancia, Arthur narra la llegada a la Tierra de los Superseñores (extraterrestres con forma de demonios), y cómo, gracias a la tecnología que utilizan, revelan el verdadero origen de las religiones:

“Ahí estaban –vistos gracias a una desconocida magia de los superseñores– los verdaderos comienzos de todas las grandes religiones del mundo. Casi todas eran nobles e inspiradoras... pero eso no bastaba. En sólo unos pocos días todos los redentores del género humano perdieron su origen divino. Bajo la intensa y desapasionada luz de la verdad las creencias que habían alimentado a millones de hombres, durante dos mil años, se desvanecieron como el rocío de la mañana. El bien y el mal fabricados por ellas fueron arrojados al pasado. Ya nunca volverían a conmover el alma de los hombres. La humanidad había perdido sus antiguas divinidades. Ahora era ya bastante vieja como para no necesitar dioses nuevos”.



Clarke imagina en La estrella que un jesuita es el comandante de una nave que se dirige a la nebulosa del Fénix. La tripulación debe estudiar aquella catástrofe:

“Naturalmente, sabíamos lo que era la nebulosa del Fénix. Cada año, sólo en nuestra galaxia, estallan más de un centenar de estrellas: brillan durante algunas horas o días con una intensidad millones de veces superior a la normal, antes de regresar a la muerte y a la oscuridad”.

Al llegar a su destino, descubren un planeta girando en torno a la estrella. “Debía tratarse del Plutón de aquel desconocido sistema solar, orbitando en las fronteras de la noche demasiado lejos del sol central para haber conocido nunca la vida, y cuya lejanía lo había salvado del destino de sus compañeros perdidos”.

Lo que a continuación encuentran perturba el alma de los viajeros y hace que el jesuita se conmueva. “Una civilización que estaba a punto de morir había jugado su última baza para ganar la inmortalidad... Llevaron a aquel lejano mundo, en los días antes del fin, todo aquello que deseaban conservar, todos los frutos de su genio, esperando que alguna otra raza los hallase y no fuesen absolutamente olvidados”.

Aquella civilización maravilla a aquellos hombres: “Sus mundos eran encantadores, sus ciudades estaban edificadas con una gracilidad que se puede comparar con lo mejor que nosotros tenemos. Los hemos contemplado trabajando y disfrutando, y escuchado su musical lenguaje sonando a través de los siglos. Aún tengo ante mis ojos una escena: un grupo de niños en una playa de extraña arena azul, jugando con las olas tal como lo hacen los niños de la Tierra. Y, hundiéndose en el mar, aún cálido y amistoso y dador de vida, se ve el sol que pronto se convertirá en traidor y aniquilará toda aquella felicidad inocente”.

Pero, ¿qué es exactamente lo que aturde al jesuita? Él mismo admite haber visto los restos de otras civilizaciones, y después de todo, sus colegas “dirán que el universo no tiene propósito ni plan, y que algo así como un centenar de soles estalla cada año en nuestra galaxia, y que en este mismo momento alguna raza está muriendo en las profundidades del espacio. El que esta raza haya obrado bien o mal durante su vida no importa al fin: no hay justicia divina, pues no hay Dios”. El comandante no piensa así: “Dios no tiene necesidad alguna de justificar sus acciones ante el hombre. Él, que ha creado el universo, puede destruirlo cuando lo desee. Es pura arrogancia, y se acerca mucho a la blasfemia, el tratar de decirle lo que puede o no puede hacer”.

El jesuita sabe, ha hecho los cálculos, ha estudiado el asunto, y no hay duda al respecto... es por ello que su fe recibe un golpe demoledor. El jesuita ha logrado fechar con exactitud el momento de la explosión. “Sé en qué año la luz de aquella colosal detonación llegó a la Tierra. Sé cuán brillantemente la supernova cuyo cadáver se va empequeñeciendo tras nuestra nave que acelera iluminó en otros tiempos los cielos de la Tierra. Sé cómo debió haber aparecido, muy baja sobre el horizonte del este, antes del amanecer, como un faro en aquella alba oriental. No cabe duda alguna: al fin ha quedado resuelto el antiguo misterio. Y, sin embargo, ¡oh, Dios!, había tantas estrellas que podrías haber usado. ¿Qué necesidad había de lanzar a ese pueblo al fuego, para que el símbolo de su fin brillase sobre Belén?”.

¿Qué tan cerca de los trastornos psiquiátricos están las creencias religiosas? ¿Son –en sí mismas– las creencias religiosas una psicopatología?

Según escribe el neurólogo Andrew Newberg, hasta 1994 la Asociación Americana de Psiquiatría clasificó oficialmente como un trastorno mental a “la creencia religiosa intensa”, aunque “la información reciente indica que las creencias y las prácticas religiosas pueden mejorar la salud mental y emocional de varias maneras importantes”.


Newberg establece diferencias entre los místicos y los sicóticos: “Los sicóticos en los estados alucinatorios frecuentemente tienen sentimientos de grandiosidad religiosa y de una importancia egoísta inflada. Por ejemplo, se ven como emisarios de Dios, benditos con un mensaje importante para el mundo o con el poder espiritual de sanación. Sin embargo, los estados místicos suelen incluir una pérdida del orgullo y del ego y un proceso de aquietar la mente y de vaciarse de uno mismo: todos los pasos necesarios para que el místico pueda convertirse en un receptáculo adecuado para Dios. No creemos que las experiencias místicas genuinas se puedan explicar como resultado de las alucinaciones epilépticas o, en este caso, como productos de otros estados alucinatorios espontáneos desatados por las drogas, la enfermedad, la fatiga física, el estrés emocional o la privación sensorial. Las alucinaciones, sin importar su fuente, simplemente no son capaces de dotar la mente con una experiencia tan convincente como la de la espiritualidad mística”.

En 3001, Odisea final, Arthur C. Clarke reflexiona sobre lo anterior. El capítulo 19 se titula “La locura de la humanidad”. En él se desarrolla una plática entre Poole y el doctor Theodore Khan.

-Puede ser que haya oído que se me llama ateo –dice Khan–, pero eso no es absolutamente cierto. El ateísmo no se puede probar; es algo tan carente de interés. No importa cuán poco factible sea, nunca podemos estar seguros de que Dios no haya existido... y que ahora se haya lanzado hacia el infinito, donde nadie puede encontrarlo siquiera... Al igual que Gautama Buda, no tomo posición en este tema. Mi campo de interés es la psicopatología a la que se conoce como religión.
-¿Psicopatología? Ése es un juicio duro.
-Ampliamente justificado por la historia. Imagine que usted es un extraterrestre inteligente, al que sólo le interesan las verdades comprobables. Descubre una especie que se autodividió en miles... no, para este momento, millones de grupos tribales que sostienen una increíble variedad de creencias sobre el origen del universo y el modo de comportarse en él. Aunque muchos de ellos tienen ideas en común, aun cuando existe una superposición del 99 por ciento, el uno por ciento restante es suficiente para que se dediquen a matarse y torturarse los unos a los otros por cuestiones doctrinarias triviales, por completo desprovistas de significado para los de afuera.
¿Cómo explicar una conducta tan irracional? Lucrecio dio en el clavo cuando dijo que la religión era el subproducto del miedo, la reacción ante un universo misterioso y, a menudo, hostil. Durante mucho de la prehistoria humana puede haber sido un mal necesario, ¿pero por qué era tanto más mal que necesario, y por qué sobrevivió cuando ya no era necesario?
Dije ‘mal’, y es exactamente lo que quiero decir, porque el miedo lleva a la crueldad. El conocimiento más escaso que se tenga de la Inquisición hace que uno se sienta avergonzado de pertenecer a la especie humana... Uno de los libros más repulsivos que se haya publicado jamás fue ‘El martillo de las brujas’, escrito por un par de pervertidos sádicos y que describe las torturas que autorizó la Iglesia... ¡que alentó!... para arrancar “confesiones” de miles de viejas, antes de quemarlas vivas... ¡el mismo Papa escribió un prólogo aprobatorio!
Pero la mayoría de las demás religiones, con unas pocas excepciones honorables, fue tan mala como el cristianismo...
Quizás el aspecto más desconcertante de todo este asunto es de qué modo los locos, siglo tras siglo, proclamaban que ellos, ¡y solamente ellos!, habían recibido mensajes de Dios. Si todos los mensajes hubieran coincidido, eso habría resuelto la cuestión pero, claro está, eran salvajemente discordantes, lo que nunca impidió que los autoproclamados mesías congregaran miles, a veces, millones, de adherentes, los que luchaban hasta la muerte contra creyentes igualmente alucinados en una fe que difería en detalles microscópicos...
-¿Usted sostendría, entonces, que cualquiera que tuviera fuertes creencias religiosas estaba loco?
-En un sentido estrictamente técnico, sí... si es que se trata de alguien realmente sincero y no de un hipócrita. Tal como sospecho que lo era el 90 por ciento.
-El único genio verdadero que conocí jamás fue el doctor Chandra, que dirigió el proyecto HAL. Una vez tuve que entrar en su oficina: no hubo respuesta cuando golpeé la puerta, y creí que el doctor no estaba. Le estaba rezando a un grupo de fantásticas estatuitas de bronce, todas cubiertas con flores. Una de ellas parecía un elefante... otra tenía una cantidad de brazos mayor que la normal... Me sentí muy avergonzado pero, por fortuna, no me oyó y salí de ahí en puntas de pie. ¿Diría usted que Chandra estaba loco?
-Usted eligió un mal ejemplo: ¡los genios a menudo lo están! Así que digamos: no loco, pero mentalmente debilitado a causa del acondicionamiento recibido en la niñez.

Al final de la novela, Clarke abunda en los temas tratados; sobre Conan Doyle escribe:

“El ejemplo más llamativo –y lamentable– de hombre brillante cuyas creencias lo convirtieron en un lunático digno del chaleco de fuerza, es el de Conan Doyle; a pesar de que es interminable la cantidad de veces que se reveló que sus psíquicos favoritos eran un engaño, su fe en ellos permaneció incólume...”.

Recordemos que Doyle era un convencido del espiritismo, y consideraba que había evidencia suficiente para aceptar la existencia de las hadas. Clarke, fuera de su literatura fantástica, especula acerca de la evolución que sufrirá el concepto de Dios:

“Dios personal que vigila la vida de cada ser viviente, que recompensa el bien y castiga el mal: Alfa. Luego viene el Dios que ha creado el universo y que puede intervenir o no sobre éste: Omega. Aun en la era espacial habrá naciones en las cuales los niños serán ejecutados porque sus padres han adoptado otra religión que no es la de Alfa, la religión del estado. Felizmente para la humanidad, Alfa caerá en desuso a mediados del tercer milenio y será reemplazada por un concepto fascinante: la teología estadística, que regula el problema del Mal... Pero será a finales del siglo XXI cuando las nuevas tecnologías probarán que el universo no obedece más que a las leyes de las probabilidades matemáticas, sin el menor rastro de intervención divina. Al no existir más Dios, todas las religiones, con su cortejo de supersticiones, se convierten en algo más nefasto que benéfico. Queda Omega, el creador de todo”.


Comentaba que Andrew Newberg asegura poder establecer una diferencia entre una alucinación y un estado místico genuino; para Newberg basta con ver si los mensajes son o no agresivos. Parte de esta agresión tendría su origen en identificar a los dioses o al dios cognoscible y personal con el Dios trascendente e inefable. “Los místicos casi siempre describen sus experiencias como extáticas y dichosas, y la unidad espiritual que afirman lograr suele definirse usando palabras como serenidad, integridad, trascendencia y amor. Por otra parte, los sicóticos son frecuentemente confundidos y terriblemente asustados por sus alucinaciones religiosas. Las cuales tienden a una naturaleza altamente perturbadora y a menudo incluyen la presencia de un Dios enojado y reprobador”.

Newberg continúa con las diferencias: los sicóticos creen tener un gran mensaje y aseguran tener la verdad, se ven como emisarios de Dios; los místicos no suelen ser egoístas y comparten sus experiencias de manera coherente. Newberg nunca propone que pudieran existir diferentes tipos de alucinaciones. De cualquier forma, si hacemos caso a estos conceptos, las religiones resultarían ser el producto de sicóticos y no de místicos. Los libros revelados contienen mensajes perturbadores y nos presentan a un Dios “enojado y reprobador”.

Sobre lo anterior podemos citar a Thomas Paine. Paine amaba a Dios, de eso no puede dudarse, y sobre la revelación escribió: “Al leer las historias obscenas, el voluptuoso desenfreno, las crueles ejecuciones y torturas, la insaciable venganza con la que está plagada más de la mitad de la Biblia, resultaría más consistente que la llamáramos la palabra del demonio que el mundo de Dios. Es una historia de maldad que ha servido para corromper y embrutecer a la humanidad: por mi parte la detesto profundamente como detesto cualquier crueldad, rara vez encontramos algo que no merezca nuestro aborrecimiento y desprecio... Para leer la Biblia sin horrorizarnos debemos destruir todo lo que hay de tierno, comprensivo y benévolo en el corazón del hombre... ¿Qué hemos aprendido de esta supuesta religión revelada? Nada útil al hombre y todo lo deshonroso al creador. ¿Qué nos enseña la Biblia? Rapiña, crueldad y crimen”.


Tal vez sea posible establecer contacto con la deidad. Tal vez Newberg esté en lo correcto y algunos mensajes sean auténticos. Es posible que en ocasiones la comunicación sufra de algún percance. No podemos pensar que se trate de una falla en la transmisión (a menos que Dios sea imperfecto) sino en la recepción del código. Las falsas revelaciones serían sólo ruido, tal vez algunas mentes sean incapaces de recibir de forma correcta los mensajes, es posible que la información equivocada tengan su origen en algunas neuronas defectuosas o en algunas redes neuronales imperfectas, ¿los místicos son dueños de un sistema nervioso central adecuado para lograr el contacto?

Y tal vez la ciencia y la tecnología lleguen al punto de permitir la comunicación directa con Dios, o al menos sin que tengamos que depender de los imperfectos cerebros de nuestros congéneres. Podríamos entonces entender mejor la mente del Altísimo. Sus planes y deseos llegarían sin modificación hasta nuestros oídos. Y al mismo tiempo podríamos estar seguros de que nuestras oraciones han llegado hasta su morada. Ben Tallchief recurre a la tecnología para comunicarse con Dios.

Tallchief había enviado una plegaria sencilla: “Su trabajo lo aburría como siempre, así que la semana anterior había ido hasta el transmisor de la nave y había añadido conductos a los electrodos permanentes que salían de su glándula pineal. Los conductos habían llevado su plegaria al transmisor, y desde allí la plegaria había pasado a la red repetidora más próxima; su plegaria había rebotado por la galaxia hasta llegar –eso esperaba él– a uno de los mundos deíficos”. Tallchief pide un empleo más estimulante y creativo. Específicamente se dirige al Intercesor, una de las tres personas que conforman a la Divinidad. Las otras dos son el Caminante y el Mentufactor.

“Dios no es sobrenatural. Su existencia fue la primera modalidad del ser que se autoconstituyó, y la más natural.” El profeta A. J. Specktowsky logra muchas respuestas –como la anterior– y las pone al alcance del público en su libro “Cómo me levanté de entre los muertos en mi tiempo libre y también usted puede hacerlo”. Este libro es “capaz de guiar a cualquiera y en todo momento”.

Esto sucede en Laberinto de muerte. Philip K. Dick desarrolla “un sistema abstracto y lógico de pensamiento religioso, a partir del postulado arbitrario de que Dios existe”, y en ello basa su novela.


En este mundo K. Dick nos explica por qué Dios no responde a todas las oraciones, por qué a veces parece que el Creador nos ha abandonado: “No tengo fe en las palabras que no se amplifican electrónicamente. Hasta Specktowsky lo admitió. Para ser efectiva, una plegaria se debe transmitir electrónicamente por la red de mundos deíficos y llegar así a todas las Manifestaciones”.

Pero el hombre no ha logrado hasta ahora su objetivo: comprender la esencia del inventor de la realidad. No hemos logrado atenazarlo, desmenuzarlo, desmembrarlo y estudiar cada una de sus partes. Hasta ahora los esfuerzos han resultado inútiles. Antropólogos, psicólogos, filósofos y cienciaficcioneros han utilizado sus mejores armas, pero la Deidad Única, Verdadera y Viviente ha escapado a nuestro entendimiento.

¿Lograremos algún día capturar al Ser Supremo? ¿Contaremos en algún momento con la tecnología necesaria para aprisionar a la Divina Majestad? ¿Seremos capaces –algún día– de atrapar a Dios?

El Magallanes es una nave de guerra cuya misión es descubrir quiénes son los auroranos. A bordo de la nave viajan representantes de los diferentes bandos, la humanidad aún se pregunta si Dios realmente existe. Los auroranos son una civilización con creencias religiosas. Error. Los auroranos son los Hijos de Dios. Bueno, todos somos hijos de Dios, ¿cierto? Pero los auroranos creían literalmente ser Hijos de Dios. “Mírelo así, su teología, que a todo esto es, al mismo tiempo, su religión, su política y su arte, dicen que eran niños, niños divinos que crecerían... ¡Hijos de Dios que serían Dios al crecer! ¡Herejía!”.

La humanidad no logrará el contacto: “Una de las estrellas del sistema binario de Aurora estalló. Todos los planetas fueron arrasados. Llegaremos en unos días, llegaremos tarde”. La nave llega al tercer planeta, el lugar donde es posible revisar los restos de aquella civilización... Y descubren la verdad, y la verdad es perturbadora. “Los auroranos habían hecho estallar uno de sus soles con el único fin de usar su energía en el Tercer Planeta. La nova no fue un accidente sino una acción premeditada”.

El Tercer Planeta es... ¡¡una blasfemia tecnificada!! El Tercer Planeta “es una trampa, señor. Es una trampa para atrapar a Dios. Dios es mensurable, luego entonces puede ser tocado, puede tener una existencia real y no dejar de ser Dios. Puede ser atrapado”. De funcionar la máquina de los auroranos, Dios podría ser aprisionado en cualquier momento... El tiempo hará que el verdadero propósito de la trampa sea descubierto.

La Cuna, la Matriz Primera nos proporcionará la respuesta tan buscada. La duda dejará de existir. La incertidumbre carecerá de lugar en el universo. Al menos en el universo creado por José Luis Zárate en La Luz.

Pero en nuestro universo las dudas, los argumentos, las investigaciones y la literatura continuarán. A través de diferentes disciplinas (psicología, antropología, neurociencias, memética...) intentaremos hacer lo necesario para conseguir un fragmento del Responsable del Cosmos. No descansaremos hasta poner en un microscopio un trozo del Creador. Nuestra búsqueda de Dios no se detendrá.

1 comentario:

Anónimo dijo...
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