sábado, abril 12, 2008

Felicidad, santidad y pecado


“Dígales que mi vida fue maravillosa.” Tales fueron las últimas palabras del filósofo Ludwig Wittgenstein (la petición iba dirigida a la señora Bevan, esposa del médico que le atendía; el filósofo se encontraba viviendo con ellos). Hay quienes se asombran ante la frase, pues en muchas ocasiones Wittgenstein manifestó su infelicidad y odio a sí mismo; de hecho, la idea del suicidio pasó por su cabeza en diferentes etapas de su vida.

Llegó a expresar, entre otras cosas, que su vida era “una gran cochinada”, pues estaba llena de pensamientos y actos feos y mezquinos. También llegó a mencionar su temor a que sus demonios internos se desataran. Cuando tomó la decisión de renunciar a su fortuna y dedicarse a la enseñanza elemental en pueblos pobres, una de sus hermanas le comentó que no entendía sus razones, a lo que Ludwig contestó: “Me recuerdas a alguien que está mirando a través de una ventana cerrada y no puede explicarse los movimientos extraños de quien pasa por delante. No sabe qué tipo de tempestad hace estragos fuera ni que esa persona tal vez sólo con muchos esfuerzos puede tenerse en pie.” Wittgenstein buscaba la paz interior.

Tomando en cuenta lo anterior, ¿vivió o no una vida maravillosa?, ¿fue o no un hombre feliz? Wittgenstein escribió sobre la felicidad, pero ese será tema para otra entrada. Ahora deseo ocuparme de otro filósofo.

Las relaciones entre Ludwig Wittgenstein y Bertrand Russell no se limitaban al trabajo filosófico. Wittgenstein era como un hijo para Russell, sin embargo llegaron a distanciarse debido a las diferentes maneras de ver asuntos éticos y religiosos (más adelante abundaré en ello). Wittgenstein estaba interesado en la santidad; de igual forma, se manifestó acerca del pecado y “el mundo del feliz”. Russell, por su parte, también se ocupó de esos temas; es de lo que escribo en esta entrada. Antes veamos una de las circunstancias que hicieron que Wittgenstein pensara en quitarse la vida...

“No, no debe hacerse aeronauta.” dijo el hombre después de haber revisado aquel texto. La respuesta hizo que la idea del suicidio se alejara de la mente del joven.


La pasión de Wittgenstein

“Creí que haría añicos todos los muebles de mi habitación, tan excitado estaba.” escribió el 23 de abril de 1912 Bertrand Russell, se refería a Ludwig Wittgenstein.

¿Por qué era Wittgenstein tan impulsivo?

El 23 de octubre de 1906 Wittgenstein comenzó a estudiar ingeniería mecánica, poco a poco comienza a crecer su interés en los problemas filosóficos y decide anotar en un cuaderno sus reflexiones, en mayo de 1908 obtiene su diploma y meses más tarde comienza a estudiar aeronáutica. Mientras estudiaba aeronáutica comenzó a discutir cuestiones de matemáticas con otros estudiantes, entonces sucedió algo que sería de gran relevancia en su vida: llegó a sus manos el libro Los principios de la matemática de Bertrand Russell.

Russell planteaba un problema que Wittgenstein se interesó en resolver. A principios de 1909 Wittgenstein creyó encontrar la solución y la envió al matemático Philip E. B. Jourdain. Ni Russell ni Jourdain aceptaron su propuesta. Debido a esto, Wittgenstein continuó estudiando aeronáutica dos años más. Entonces se puso en contacto con Gottlob Frege y Russell para presentar otra propuesta.

Wittgenstein se estaba enfrentando a un conflicto: continuar en la aeronáutica o dedicarse a la filosofía. Para entonces Wittgenstein sabía que no tenía talento para la aeronáutica, pero no la abandonaba porque no sabía si tenía talento para la filosofía.

Comenzó a sufrir el hecho de verse estudiando aeronáutica; aunque tenía una beca, decidió dejar esos estudios en octubre de 1911, entonces pensó en escribir un libro de filosofía. Decide visitar a Frege, éste le recomienda realizar estudios con Bertrand Russell. El encuentro tuvo lugar el 18 de octubre, sobre éste, Ray Monk escribe: “Wittgenstein necesitaba un mentor, Russell necesitaba un protegido”.

Wittgenstein comenzó a asistir a las clases de Russell. El objetivo de Witgenstein era averiguar si tenía algún sentido abandonar la aeronáutica... lo tendría en caso de tener talento para la filosofía. Dentro y fuera de las clases Wittgenstein monopolizaba las discusiones. Cuando las clases finalizaban Wittgenstein continuaba discutiendo con Russell. Al respecto Russell escribió: “Mi amigo alemán amenaza con convertirse en un castigo, vino conmigo después de la clase y discutió hasta la hora de cenar... obstinado y contumaz, pero creo que no es estúpido.”

Al finalizar el trimestre Wittgenstein deseaba saber si en opinión de Russell debía dedicarse a la filosofía, escribe Russell:

“Mi alemán vacila entre la filosofía y la aviación; me preguntó si creía que él era un caso perdido para la filosofía, y le dije que no lo sabía pero que lo pensaría. Le pedí que me trajera algo escrito para ayudarme a juzgar. Tiene dinero, y está apasionadamente interesado por la filosofía, pero cree que no debería entregarle su vida a no ser que tenga talento. Es una gran responsabilidad, pues realmente no sé qué pensar de su capacidad.”

“¿Soy un idiota?” fue la pregunta que Wittgenstein le planteó a Russell, y explicó: “Porque si soy un idiota completo me haré aeronauta; pero, si no, me haré filósofo.”

Después de las vacaciones, Wittgenstein visita a Russell, le lleva el escrito que le había pedido. “Ciertamente le daré ánimos. Quizá haga algo grande.”, pensó Russell. De hecho, Russell pronto llegó a la conclusión de que Wittgenstein sería su sucesor: “Le aprecio y tengo la sensación de que resolverá los problemas que yo ya no puedo solucionar por demasiado viejo..., todos los problemas suscitados por mi trabajo requieren una mente clara y vigor de la juventud. Él es el joven que uno espera encontrar.”

Esto le salvó la vida a Wittgenstein. Durante ocho años había pensado en el suicidio, de hecho, había llegado a avergonzarse de no haberse quitado la vida. El propio Wittgenstein comentó lo anterior con su amigo David Pinsent.

Y le salvó la vida porque Wittgenstein no estaba dispuesto a dedicarse a la filosofía si no se consideraba capaz de realizar algo importante, algo verdaderamente grande. Genio o muerte, pensaba Ludwig.

Una de las obras que más impactaron a Wittgenstein durante su adolescencia fue el libro Sexo y carácter de Otto Weininger. Monk se pregunta: “¿por qué Wittgenstein admiraba tanto el libro? ¿Qué aprendió de él? De hecho, dado que sus pretensiones de biología científica son claramente falsas, que su epistemología es obviamente absurda, su psicología primitiva y sus prescripciones éticas detestables, ¿qué pudo tal vez aprender de esa obra?” ¿Qué impresionó de este libro a Wittgenstein?

Weininger se quitó la vida a los veintitrés años, sobre esto escribe Monk: “El hecho de que se quitara la vida no fue visto como una cobarde huida del sufrimiento, sino como un hecho ético, la valiente aceptación de una conclusión trágica”. Weininger había sido congruente con sus propuestas. Según Weiniger el Hombre (no la Mujer) puede elegir, y puede acercarse a la genialidad si elige lo masculino, la conciencia, la voluntad y el amor. En resumen: “La opción que ofrece la teoría de Weininger es ciertamente desoladora y terrible: genio o muerte (...) Los recurrentes pensamientos de Wittgenstein en torno al suicidio, entre 1903 y 1912, y el hecho de que estos pensamientos sólo amainaran tras el reconocimiento de su genio por parte de Russell, sugieren que él aceptó este imperativo con toda su terrorífica severidad.”

Durante su infancia Wittgenstein no mostró algún talento en especial, de ahí que se dedicara a cuestiones técnicas, y que llegara a ser estudiante de ingeniería. Cuenta Monk que hasta los catorce años Ludwig se sintió satisfecho rodeado por el genio, en lugar de poseerlo. En cierta ocasión, a las tres de la mañana encontró a su hermano Hans tocando el piano; Hans estaba absorto, concentrado por completo en lo que tocaba. Eso, para Ludwig, era estar poseído por el genio. Con Los principios de la matemática, Ludwig encontró “un tema en el que podía quedarse tan absorto como su hermano Hans mientras tocaba el piano, un tema en el que podía tener la esperanza de hacer una contribución no sólo valiosa, sino grandiosa.”

Para Wittgenstein la genialidad era un deber, encontró motivos para vivir al saberse poseedor de talento para la filosofía. Lo que se exigía moralmente también lo hacía sufrir: antes que un filósofo debía ser un hombre.

Ya he escrito de su intento por ser un santo (
El misticismo y la santidad en Ludwig Wittgenstein) y de su admiración por la santidad de Kierkegaard (Del camino que hay que recorrer para llegar a la santidad). Pero creo que es importante recordar que para Wittgenstein había tres experiencias importantes en la vida: el asombro ante la existencia, la sensación de seguridad y la culpa. Sobre esta última escribió: “el sentimiento de que haga lo que haga no estoy en orden con mi deber, que soy culpable en sí”.

Refiriéndose a los conceptos cristianos de pecado, condenación, e infierno escribió:

“El cristianismo no es una doctrina, no; quiero decir, una teoría sobre lo ocurrido y lo que ocurrirá al alma humana, sino una descripción de algo que realmente tiene lugar en la vida humana. Porque la ‘conciencia del pecado’ es un suceso real; y también lo son la desesperanza y la salvación a través de la fe. Aquellos que hablan de tales cosas están simplemente describiendo lo que les ha ocurrido a ellos, independientemente de lo que cada uno haya querido decir sobre la cuestión”.


Algunas palabras sobre Bertrand Russell

Antes de ver lo que Russell escribió sobre la felicidad, el pecado y la santidad, veamos algunos aspectos generales de su obra (no me extiendo en este punto porque es fácil encontrar información al respecto).

Ramón Xirau afirma que la obra de Russell puede dividirse en cuatro:

1. Obras lógicas: Los principios del conocimiento y Principia mathematica (ésta última en colaboración con Alfred North Whitehead).
2. Obras filosóficas: El conocimiento humano, su alcance y sus límites; Análisis de la materia; Análisis de la conciencia; La filosofía de Leibniz; Investigación acerca del significado y de la verdad y Mi desarrollo filosófico.
3. Ensayos: El impacto de la ciencia en la sociedad, Autoridad e individuo, Mística y lógica y El concepto de la felicidad.
4. Obras de divulgación: El A.B.C. de la relatividad e Historia de la filosofía occidental.

Xirau explica que la lógica matemática o simbólica nació cuando los filósofos y matemáticos se ocuparon del surgimiento de geometrías no euclidianas internamente consistentes pero contradictorias entre sí. Ésta fue fundada por George Boole, y sus continuadores fueron Ernst Schröder, Giuseppe Peano y Gottlob Frege, quien influyó de manera decisiva en Russell y Whitehead.

Russell y Whitehead, en su libro Principia mathematica, intentan establecer el fundamento lógico del lenguaje matemático.

Xirau explica: “Russell renuncia a la metafísica tradicional. No cree que pueda probarse nada acerca de la existencia de Dios, del alma o del universo como sustancia. No renuncia a la metafísica en cuanto piensa que existe y debe existir una concepción del mundo.”

Era yo un adolescente cuando conocí parte de la obra de Russell, fueron ensayos de temas teológicos reunidos en una obra titulada Por qué no soy cristiano. Russell consideraba, entre otras cosas, que todas las grandes religiones del mundo son falsas y dañinas; que la fe no es una virtud, de hecho consideraba que basar en pruebas nuestras convicciones “curaría la mayoría de los males que padece el mundo”; que en la mayoría de las religiones hay dogmas éticos específicos que causan daño (como la condenación católica del control de la natalidad); y que el miedo es la verdadera razón por la que la gente tiene religión (y el miedo es el padre de la crueldad, por ello “no es de extrañar que la crueldad y la religión vayan de la mano”). Esta obra la leí en un momento en que buscaba respuestas a cuestiones religiosas, así que puedo decir que fue una obra importante en mi formación atea.

En 1921 Wittgenstein y Russell se distanciaron, en parte debido a sus diferentes maneras de vivir y entender la religión. Hacia aquella época Wittgenstein se hallaba en la cúspide de su ardor místico y Russell exponía su ateísmo de forma más que directa. Wittgenstein se sentía apenado de que Russell no fuera cristiano, incluso, el filósofo-místico trataba de encausar a Russell a la contemplación religiosa.

Otra diferencia entre Wittgenstein y Russell se debía a lo que consideraban oportuno para cambiar el mundo. Wittgenstein creía que todo lo que puede hacer alguien para cambiar el mundo es cambiarse a sí mismo, Russell creía en la fuerza de las organizaciones sociales. Russell se interesó en luchar por la paz del mundo (junto con Einstein fundó un movimiento en contra del armamentismo nuclear), algo que desaprobó Wittgenstein; Russell se molestó y le dijo: “Bueno, supongo que preferirías fundar una Asociación Mundial para la Guerra y la Esclavitud”, Wittgenstein, harto de discutir, simplemente dijo: “Sí, eso es lo que preferiría.”

Y esto nos acerca al tema de la felicidad. En el prefacio de Por qué no soy cristiano, Russell escribió:

“El mundo que querría ver sería un mundo libre de la virulencia de las hostilidades de grupo y capaz de realizar la felicidad para todos mediante la cooperación, en lugar de mediante la lucha. Querría ver un mundo en el cual la educación tienda a la libertad mental en lugar de a encerrar la mente de la juventud en la rígida armadura del dogma, calculado para protegerla durante toda su vida contra los dardos de la prueba imparcial. El mundo necesita mentes y corazones abiertos, y estos no pueden derivarse de rígidos sistemas, ya sean viejos o nuevos.”

La primera idea que podemos apuntar sobre la felicidad –tomando en cuenta lo anterior- es que para Russell uno de los pasos para conquistarla consiste en eliminar las supersticiones y prejuicios que nacen de la religión.


Buscando la felicidad

Es posible ser feliz. Tal es la tesis que expone Russell en su libro La conquista de la felicidad. En esta obra no hay filosofías profundas ni gran erudición, tan sólo sentido común. ¿Qué pretendía Russell con esta obra? Sugerir a la gente que es infeliz –y que no disfruta tal estado- un método de escape.

¿A quién se dirige Russell? No a las personas sometidas a un sufrimiento extremo, no a aquellos que están muy enfermos, tampoco a quienes han perdido a sus seres queridos. Su obra va dirigida a aquellos que gozan de buena salud y que tienen ingresos suficientes. Escribe Russell: “Mi intención es sugerir una cura para la infelicidad cotidiana normal que padecen casi todas las personas en los países civilizados, y que resulta aún más insoportable porque, no teniendo una causa externa obvia, parece ineludible.”

La obra está dividida en dos partes, en la primera se ocupa de las causas de la infelicidad, en la segunda de las causas de la felicidad.

Russell comienza su obra identificando algunas causas por las que la gente no es feliz, a pesar de poder serlo: “Creo que esta infelicidad se debe en muy gran medida a conceptos erróneos, a éticas erróneas, a hábitos de vida erróneos, que conducen a la destrucción de ese entusiasmo natural, ese apetito de cosas posibles del que depende toda la felicidad, tanto de las personas como la de los animales. Se trata de cuestiones que están dentro de las posibilidades del individuo, y me propongo sugerir ciertos cambios mediante los cuales, con un grado normal de buena suerte, se puede alcanzar esta felicidad.”

Russell escribe sobre su relación con el concepto de felicidad. Afirma que tuvo que aprender a ser feliz. “Harto del mundo y agobiado por mis pecados”, era su frase favorita cuando niño. De adolescente pensó varias veces en el suicidio, ¿qué le salvó la vida? su deseo de aprender matemáticas. ¿Cuándo alcanzó la felicidad? Cuando cambió sus actitudes y sus objetos de deseo.

Wittgenstein pensaba mucho sobre sus pecados y sobre su “falta de decencia”; y esos pensamientos le hacían sufrir. Russell afirma que lo que realmente le permitió alcanzar la felicidad fue dejar de ser extremadamente introspectivo:

“Como otros que han tenido una educación puritana, yo tenía la costumbre de meditar sobre mis pecados, mis fallos y mis defectos. Me consideraba a mí mismo –y seguro que con toda razón- un miserable. Poco a poco aprendí a ser indiferente a mí mismo y a mis deficiencias; aprendí a centrar la atención, cada vez más, en objetos externos: el estado del mundo, diversas ramas del conocimiento, individuos por los que sentía afecto. Es cierto que los intereses externos acarrean siempre sus propias posibilidades de dolor: el mundo puede entrar en guerra, ciertos conocimientos pueden ser difíciles de adquirir, los amigos pueden morir. Pero los dolores de este tipo no destruyen la cualidad esencial de la vida, como hacen los que nacen del disgusto por uno mismo. Y todo interés externo inspira alguna actividad que, mientras el interés se mantenga vivo, es un preventivo completo del ennui. En cambio, el interés por uno mismo no conduce a ninguna actividad de tipo progresivo. Puede impulsar a escribir un diario, a acudir a un psicoanalista, o tal vez a hacerse monje. Pero el monje no será feliz hasta que la rutina del monasterio le haga olvidarse de su propia alma. La felicidad que él atribuye a la religión podría haberla conseguido haciéndose barrendero, siempre que se viera obligado a serlo para toda la vida. La disciplina externa es el único camino a la felicidad para aquellos desdichados cuya absorción en sí mismos es tan profunda que no se puede curar de ningún otro modo.”

¿En qué medida la infelicidad de Wittgenstein se debía a que practicaba en demasía la introspección?

Russell se refiere al “pecado” en dos apartados de la primera parte de su libro: en “¿Qué hace desgraciada a la gente?” y en “El sentimiento de pecado.”

En el primer apartado le dedica unas palabras al hecho de sentirse pecador, esto es a estar absorto en la conciencia del pecado. El hombre que se siente pecador “está constantemente incurriendo en su propia desaprobación, que, si es religioso, interpreta como desaprobación de Dios. Tiene una imagen de sí mismo como él cree que debería ser, que está en constante conflicto con su conocimiento de cómo es.” Las anteriores palabras describen la forma en que Witgenstein se sentía.

Para Russell estos sentimientos tienen su origen en las enseñanzas que se reciben en la infancia. ¿Qué cosas son pecado? Decir malas palabras, fumar, tomar alcohol y el sexo, entre otras cosas. Al menos eso se enseña a los niños. Tales máximas podrán ser falsas o absurdas, pero es lo que en el fondo sigue aceptando el hombre que se siente pecador. Russell escribe: “Para estas víctimas de la ‘virtud’ maternal, el primer paso hacia la felicidad consiste en liberarse de la tiranía de las creencias y amores de la infancia.”

Posteriormente el filósofo le dedica al sentimiento de pecado un apartado completo “porque es una de las más importantes causas psicológicas de infelicidad en la vida adulta.”

Aquí afirma que el “hombre pecador” no se percata del origen de su código moral: “El mayor placer de su vida era ser tratado con cariño por su madre o, si esta no le hacía caso, por su niñera, y este placer solo podía obtenerlo cuando no había constancia de que hubiera pecado contra el código moral. Y así llegó a asociar algo vagamente horrible a toda conducta que su madre o su niñera desaprobaban. Poco a poco, al hacerse mayor, olvidó de dónde procedía su código moral y cuál había sido en un principio el castigo por desobedecerlo, pero no prescindió del código moral ni dejó de sentir que algo espantoso le ocurría si lo infringía.”

Lo anterior no quiere decir que toda la educación moral que reciben los niños esté equivocada, pero sí que una gran parte de ella carece de bases racionales. No propone Russell renunciar a la moral, propone renunciar a la moral supersticiosa. Un hombre que dice groserías, por ejemplo, no es peor que otro que no las dice. Otro ejemplo que apunta Russell es el del tabaco, un santo no fumaría ¿cierto? “Quien opina que ningún santo debería fumar se basa, en último término, en la opinión de que ningún santo haría algo sólo porque le produce placer. Este elemento ascético de la moral corriente es ya casi subconsciente, pero actúa en todos los aspectos que hacen irracional nuestro código moral. Una ética racional consideraría loable proporcionar placer a todos, incluso a uno mismo, siempre que no exista la contrapartida de algún daño para uno mismo o para los demás. Si prescindiéramos del ascetismo, el hombre virtuoso ideal sería el que permitiera el disfrute de todas las cosas buenas, siempre que no tengan malas consecuencias que pesen más que el goce.” Una educación moral severa hará que los individuos, antes de los seis años, relacionen el sexo con el pecado.

Para superar el sentimiento examinado, Russell propone la reflexión crítica: el hombre “pecador” debe examinar aquellas actividades consideradas pecaminosas, y si la razón le dice que nada hay de malo en alguna de ellas, deberá esforzarse por “contrarrestar las marcas que dejaron su madre o su niñera cuando era niño”.

Russell apunta que hay actos dañinos (el maltrato a la esposa y a los hijos, por ejemplo) que no suelen causar remordimiento en quien los comete, ¿por qué es así? Porque la ética que se enseña es irracional: “Nuestra moral oficial ha sido formulada por sacerdotes y por mujeres mentalmente esclavizados. Ya va siendo hora de que los hombres que van a participar normalmente en la vida normal del mundo aprendan a rebelarse contra esta idiotez enfermiza.”

El sentimiento de pecado –explica Russell- no es el mejor método para acceder a un modo de vida mejor, ya que este sentimiento atenta contra el respeto a uno mismo, no contribuye a una vida mejor, hace desdichado al hombre y le hace sentirse inferior; el hombre atormentado por el sentimiento de pecado no podrá ser generoso.

Otro punto a resaltar de su exposición (ya lo había mencionado en el primer apartado) es el de la introspección. Si bien Russell considera importante revisar críticamente nuestras convicciones morales, no cree que se deba exagerar el autoexamen, hacerlo aumentaría la concentración en uno mismo, y eso “forma parte de la enfermedad que se quiere curar, ya que la personalidad armoniosa se proyecta hacia el exterior (...) dado que el principal aspecto de la racionalidad es la armonía interior, el hombre que la consigue es más libre en su contemplación del mundo y en el empleo de sus energías para lograr propósitos exteriores que el que está perpetuamente estorbando por conflictos internos. No hay nada tan aburrido como estar encerrado en uno mismo, ni nada tan regocijante como tener la atención y la energía dirigidas hacia fuera. Nuestra moral tradicional ha sido excesivamente egocéntrica, y el concepto de pecado forma parte de este universo que centra toda la atención en uno mismo.”

A Wittgenstein no le agradaban las obras que Russell escribía para el gran público, sobre La conquista de la felicidad afirmó que se trataba de una obra vomitiva. Las razones seguramente tienen que ver con las diferentes maneras que tenían de entender la religión, la santidad y el pecado. Wittgenstein tampoco estaba de acuerdo con las ideas que Russel tenía sobre el sexo, el matrimonio y el amor libre (mismas que se encuentran en "Matrimonio y moral"); así, el filósofo-místico expresó:

"Si una persona me dice que ha estado en los peores lugares, yo no tengo derecho a juzgarla, pero si me dice que fue su superior sabiduría la que le permitió ir allí, entonces sé que es un fraude."


Bibliografía

Monk Ray. Ludwig Wittgenstein. El deber de un genio. Editorial Anagrama. España. 2002.

Russell Bertrand. Por qué no soy cristiano. Editorial Hermes. México. 1996.

Russell Bertrand. La conquista de la felicidad. Random House Mondadori. México. 2006.

Xirau Ramón. Introducción a la historia de la filosofía. UNAM. México. 2003.

martes, abril 01, 2008

Secuestros extraterrestres

En la Biblioteca Central de Ciudad Universitaria pueden encontrarse varios libros en los que se abordan de forma crítica “misterios” como los fantasmas, los supuestos fenómenos paranormales y los ovnis. En esta entrada comento una obra dedicada a las “abducciones por extraterrestres”.

Peter Brookesmith es el autor del libro Alien Abducciones (su clasificación es BF2050 B7618). Se trata de una obra que disfrutará todo aquel que desee acercarse críticamente al extraño mundo de las presuntas abducciones.




Brookesmith hace una presentación equilibrada del tema, tiende a ver el asunto con escepticismo aunque no se muestra cerrado a la realidad de estas denuncias. El autor piensa que el fenómeno de las abducciones es demasiado alegórico para ser real, aunque admite que podría haber extraterrestres secuestrando personas para realizar experimentos, afortunadamente Brookesmith no desprecia la ciencia: “Lo que quiero decir es que, aun aceptando que las abducciones se producen exactamente tal como dicen los informes, las evidencias que esgrimen los ufólogos son, en el mejor de los casos, acientíficas e insostenibles y, en el peor de los casos, auténticas bobadas.”

Brookesmith desea reflexionar críticamente, y es así porque, a pesar de las burlas que puede llegar a suscitar, el tema parece ameritarlo: “lo tomamos suficientemente en serio como para convertirlo en tema de broma.”

A lo largo de la obra podemos encontrar críticas tanto a los ufólogos como a los escépticos. Para el autor, los escépticos deberían preguntarse el por qué de las "abducciones" y todo lo que hay alrededor de ellas (“expertos”, grupos de apoyo, gente dispuesta a creer), y los creyentes deberían aceptar que los “abducidos” pueden ser honestos aunque la “experiencia” no se produjera realmente.

La obra tiene la siguiente estructura: introducción, cinco capítulos, el epílogo, una bibliografía y un índice.

El primer capítulo se titula “Anatomía de una pesadilla”. En éste se hace una exposición de algunos casos clásicos: el matrimonio Hill, Villas Boas, Herb Schirmer, José Antonio da Silva, el secuestro de Pascagoula (Hickson y Parker), y Betty Andreasson, entre otros. También se encuentra una exposición de los supuestos tipos de extraterrestres, los supuestos experimentos llevados a cabo por los visitantes, sus objetivos, etc.

“Embajadores del espacio. El mundo, visto por los investigadores sobre abducciones.” es el segundo capítulo. El autor escribe sobre las opiniones de los “expertos abductólogos” David Jacobs, Bud Hopkins, Thomas Bullard y Jhon Mack. También escribe sobre los relatos de “abducidos” como Whitley Striber, Travis Walton y Linda Cortile.

Hasta aquí podríamos pensar que se trata de una obra interesante pero sin mayores méritos, pero los siguientes capítulos hacen que sea una obra imprescindible para quienes buscan una visión equilibrada del tema.

“En tela de juicio. Respuestas de los escépticos.” es el tercer capítulo. Brookesmith anota una opinión de Mack: “Hasta ahora no se ha encontrado ninguna explicación alternativa plausible para los testimonios de los abducidos, a veces incluso corroborados por evidencias físicas.” Pues en este capítulo encontramos algunas explicaciones alternativas. El capítulo comienza con Philip J. Klass, a quien el autor describe como “el gran azote de los testimonios sobre abducciones.” Brookesmith se refiere al libro UFO Abductions: A Dangerous Game. El uso de la hipnosis para “investigar” las abducciones, el implante de falsos recuerdos y la forma en que los “abductólogos” condicionan a sus “pacientes” son algunos de los temas abordados. La influencia de la ciencia ficción en la ufología es otro de los temas. Se puede leer sobre los trabajos de Martin Kottmeyer (quien descubrió que el testimonio de Betty Hill estaba influenciado por la película The Invaders from Mars y el programa de TV The Outer Limits) y Bertrand Méheust (quien expuso sus reflexiones sobre la relación entre la ufología y la ciencia ficción en su libro Science-fiction et Soucoupes Volantes). Hay quienes coleccionan estampillas o relojes, otros coleccionan “implantes extraterrestres”, uno de ellos es Darrel Sims, de quien también se habla en este capítulo.

“Entre el cielo y la tierra. A medio camino entre el escepticismo y la credulidad.” es el cuarto capítulo. Aquí Brookesmith escribe sobre las otras hipótesis para explicar las abducciones y el fenómeno ovni: la hipótesis paranormal y la hipótesis psicosocial (en otra entrada escribiré de ellas). Se habla de los trabajos del neurólogo y geólogo Michael Persinger, quien considera que ciertos fenómenos naturales (como las luces telúricas) pueden provocar experiencias neurológicas que los sujetos interpretan como manifestaciones sobrenaturales o extraterrestres, en palabras de Brookesmith: “Según el doctor Persinger, algunos fenómenos naturales pueden influir sobre la actividad eléctrica del cerebro en ciertos individuos especialmente sensibles, provocando extrañas alucinaciones entre las que se incluyen las fantasías de abducción.” Además de estas hipótesis, se habla de otros fenómenos para explicar las “abducciones”: terrores nocturnos, alucinaciones hipnagógicas e hipnopómpicas, parálisis del sueño, falso despertar, etc. También se analizan algunos casos recurriendo a dichos fenómenos.

El quinto capítulo se titula “Al otro lado del espejo. El nacimiento de un mito moderno.” Se habla de mitos antiguos y mitos modernos, y se considera que dentro de esos mitos modernos están los ovnis y las abducciones. Por otro lado, se considera que los “expertos en abducciones” moldean el mito, es decir, le dan forma, le dan cierta coherencia a los relatos. Brookesmith escribe de las ideas de Richard L. Thompson, Bertrand Mehéust y Kottmeyer. L. Thompson (en Alien Identities) compara las historias de abducciones con las relaciones que, según diferentes mitologías, tenían hombres y dioses. Méheust (en Abductions and Religious Folklore) expone el paralelismo entre las hadas, los gnomos, los demonios y los extraterrestres. Kottmeyer (en Enteramente predispuesto) muestra que la ciencia ficción ha sido la inspiración de los “abducidos”; especialmente interesante es el comic de 1930 Buck Rogers, en éste aparece una historia llamada Los hombres tigre de Marte, en dicha historia hay una abducción (nótese la fecha). Brookesmith concluye de esto: “Los abduccionistas se equivocan al negar que exista cualquier tipo de relación entre la ciencia-ficción y los relatos de abducciones, ya que, como hemos visto, ambas manifestaciones se relacionan estrechamente a un nivel muy profundo.”

Llegamos al epílogo. “Significados y realidades. Interpretación del fenómeno de las abducciones.” es el título. Como decía al inicio, el autor no se muestra cerrado a la posibilidad de que realmente existan extraterrestres secuestrando personas, pero no está dispuesto a renunciar a la ciencia y a la razón; tampoco desea quedarse en la simple negación o crítica a los abducidos y a los defensores de la realidad de éstas; el autor desea reflexionar sobre el por qué de este fenómeno. Se hace preguntas como las siguientes: ¿Exteriorizan las abducciones hondas tensiones y conflictos, así como una gran preocupación por el futuro de nuestra sociedad?, ¿qué lecturas se pueden hacer de las abducciones? Cita al filósofo Eric Dardel (The Mythic): “cada época histórica nos cuenta su verdad... una verdad que con frecuencia es sólo un mito, aunque no se interpreta como mito... cada día aparecen nuevos mitos que no reconocemos como tales.” ¿Qué es lo que realmente nos dicen los "grises"? El autor expone distintas interpretaciones, una de ellas es la de los ufólogos escépticos Peter Rogerson y Paul Denereux, quienes consideran que los grises son una proyección de nuestra sociedad: “alien-ada, deshumanizada, carente de espontaneidad, donde cada individuo es un extraño para sí mismo y para todos los demás, malsana, tensa, despersonalizada y gregaria, donde los individuos obedecen como autómatas las normas que ellos mismos o, lo que es peor, personas totalmente desconocidas pero también inauténticas han creado y, lo que es más importante, defienden de manera inmovilista.”

En resumen: Los que viven de hacer conferencias sobre la “innegable presencia de extraterrestres en la Tierra” no hablan de Persinger o Kottmeyer, nunca mencionan la hipótesis psicosocial, así, el interesado sólo puede hacerse de una visión parcial del fenómeno de las supuestas abducciones. Alien Abducciones expone el trabajo de esos autores y esas ideas que no suelen mencionar los ufólogos, por ello es un libro valioso.