viernes, septiembre 09, 2005

Presento a continuación –esperando que Ludwig Wittgenstein, donde quiera que esté, me disculpe- tres momentos imaginarios en la vida del filósofo y místico.
Por cierto, cuando mencionó la música del otro mundo, me imagino algo parecido a la música de Moby; al menos algunas de sus rolas me inspiraron.



DE LA TEOFANÍA QUE SALVÓ SU VIDA


¿Qué había en el mundo para él?
A su alrededor sólo encontraba mezquindad.
¡Ni un solo corazón con sentimientos a la vista!
Hacia donde mire sólo observo falta de decencia.
Sintió asco.
La dignidad y la virtud han desaparecido de esta tierra.
Sintió nauseas.
¡¡Porque ya no estoy en paz conmigo mismo!!
Soledad.
Soledad que atormenta, que vuelve loco.
¡¡Dios mío, ayúdame!!
Y la única respuesta que recibió fue el frío de la noche.
Siempre se abre una nueva herida antes de que la anterior cicatrice.
Los pensamientos más oscuros eran su única compañía...
Y el hombre cuyo corazón no encontraba consuelo caminó durante un par de horas.
¡Ansiedad, mi vida está llena de ansiedad!
Pero la pesadilla estaba a punto de terminar.
La oscuridad estaba a punto de ser disipada.
¡Esta es la única forma de aquietar mi mente!
¡La única manera de terminar con tanta aflicción!
Ludwig pondría punto final a la pesadilla...
Sacó su arma cuando consideró que estaba lo suficientemente lejos del campamento.
Como soldado siempre había buscado la muerte...
La persiguió, la acosó... pero la muerte se empeñó en ignorarlo, en desairarlo.
Esa noche deseaba retarla. Enfrentarla. Mirarla a los ojos y obligarla a poner sus manos sobre él...
La verdad es que suplicaría en caso de ser necesario.
¡¡Dame la paz!! ¡¡Hazme el amor!!
Colocó la punta del arma en su boca...
Un cosquilleo hasta antes jamás experimentado comenzó a recorrer la mano que le daría el tan buscado descanso, la mano que sostenía el revólver.
Supo que algo extraño, ajeno a sus deseos de morir, se estaba manifestando...
Estaba indefenso ante el mundo y sus fenómenos.
Supo que antes ya había mantenido comunicación con aquello. Supo que antes ya había tenido contacto con la presencia que es imposible entender.
Antes se le había revelado como una voz vigorosa, intensa; sin embargo, hasta ese momento no había sido más que un débil recuerdo...
¡¡¡¿Cómo había podido olvidarlo?!!!
Ahora, la presencia comenzaba a recorrer sus dedos, sus manos, sus brazos...
La extraña música y las extrañas voces hicieron acto de aparición.
La Sustancia entró con fuerza.
Todo su cuerpo se conmovió.
A continuación una luz morada –o algo que identificó como tal- ocupó su mente.
El mundo se desvaneció.
Y recordó...
Con la materia no basta.
Con los hechos del mundo no basta.
Y por un instante lo pudo ver. Se le permitió observarlo.
Ni siquiera había sido un segundo. Pero esta vez no olvidaría aquel mundo.
Ver aquello lo marcaría para siempre.
La luz, la música inquietante, la electricidad que lo había tocado, las voces... Nada de eso pertenecía a este mundo.
La ciencia jamás podría tener acceso a todo eso y sobre ello trataría su filosofía.
Había dos mundos y Ludwig se percató de la línea que los separa y la Sustancia supo que había cumplido su misión...
La música y las voces eran cada vez más débiles.
La sustancia comenzó a abandonar el cuerpo de Ludwig... era el momento de regresar al otro lado.
No sin tristeza la vio retirarse.
Comenzó a llorar.
Cayó al suelo.
Era incapaz de expresar lo que sentía.
Lo embriagó una mezcla de alegría, ansiedad, desesperación, temor, reverencia y...
Estaba confundido.
¿Qué clase de bendición había recibido?
El otro mundo continuaba ahí, en su mente.
Ahora lloraba con enorme angustia.
El estado en el que se encontraba le impedía percatarse del frío.
Miró el arma con la que había intentado terminar con su vida.
Se incorporó y con enorme coraje la lanzó al horizonte.
¡Gracias!
El llanto desapareció.
Miró a su alrededor.
El mundo comenzaba a materializarse.
Dio varias vueltas sobre sí mismo sabiendo que no tenía sentido; era inútil buscar la luz, la sustancia, la música y las voces, porque ni la luz, ni la sustancia, ni la música, ni las voces pertenecían a este mundo.
Levantó la vista al cielo y llamó al que suponía responsable de aquella perturbadora, estremecedora y angustiante experiencia:
¡¡¡¡DIOS!!!
Caminó de regreso al campamento...
Llegó al amanecer.
Le hicieron un par de preguntas, balbuceó algo y con gran ansiedad, como temiendo olvidar todo eso, buscó sus anotaciones.
Escribió:
Lo inexpresable, ciertamente, existe. Se muestra, es lo místico.
Sabía que aquella manifestación le había salvado la vida, y así lo escribió en sus diarios.
Días más tarde los dioses se le revelarían de una manera distinta, menos intensa pero no por ello menos importante: Los evangelios según Tolstoi.




DE LA PRIMERA TEOFANÍA


Ludwig ocupó su lugar dispuesto a disfrutar el espectáculo.
El actor que interpretaba a “Juan el picapedrero” nada tenía de especial.
La representación teatral transcurría de manera normal. El público no percibía nada extraordinario.
Y realmente nada extraordinario había.
Pero la vida de uno de los asistentes estaba a punto de cambiar.
Uno de ellos recibiría un mensaje: dos mundos hay, y uno de ellos es inmune al escrutinio.
Nada sorprendente había entre los artistas. Pero cuando “Juan el picapedrero” gritó, su voz no era una voz normal, no era la voz que se esperaría de un ser humano.
Un hereje, un filósofo pueblerino, un hombre apartado de la sociedad; todo eso era aquel Juan de papel, aquel personaje.
En tiempos difíciles, Juan recibe una revelación...
Y Ludwig también participa de la confesión.
Un grito enfurecido, ensordecedor, llena el lugar.
¡¡¡¡Tú formas parte del todo, y el todo forma parte de ti!!!!
Ludwig es tocado por los dioses.
El grito resulta ensordecedor para su espíritu. No para su cuerpo.
Se asombra y nota con extrañeza que los demás asistentes ni se inmutan.
Se trata de una revelación para él.
Ni siquiera Juan, quiero decir que ni siquiera el actor que representa a Juan, parece darse cuenta.
¡No puede ocurrirte nada!
Ludwig se sintió protegido por aquella voz extra-terrenal.
Adquirió una fe sin palabras.
Sobre esta experiencia escribiría:
Ella me empujó a chocar con los límites del lenguaje,
de igual modo que ha llevado a chocar con ellos,
según creo, a todas aquellas personas que alguna vez
han intentado hablar o escribir sobre ética o religión.



LA VOLUNTAD DE DIOS


Ludwig anotó: Únicamente Dios ve los pensamientos más recónditos.
Y Dios vio los pensamientos más recónditos de Wittgenstein.
Y Dios se asqueó al ver aquella inmundicia.
La Deidad vomitó sobre Wittgenstein y Wittgenstein no fue feliz.
Para recibir el espíritu había que trabajar, esforzarse en llevar una vida grata a Dios.
Ludwig anotó: La Sustancia no ha podido entrar en mí. Mi vida está llena de los pensamientos y hechos más feos y ruines. Mi pluma carece de exageración.




¿Qué sé de Dios y del propósito de la vida?
Sé que este mundo existe.
Que tengo lugar en él como el ojo en su campo visual.
Que hay algo problemático en él, que llamamos su sentido.
Que ese sentido no está situado en el mundo, sino fuera de él.
El sentido de la vida, esto es, el sentido del mundo, puede ser llamado Dios.
Y relacionar con esto la imagen de Dios como padre.

Ludwig Wittgenstein

1 comentario:

Roberto Iza Valdés dijo...
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